XIX: Sentencia

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LOUIS

Ella estaba de pie en medio de la habitación, como un cuadro que representa un mar sereno antes de tornarse salvaje. Sus cabellos oscuros, cayendo en suaves bucles detrás de su espalda, brillaban con el sol de la tarde que entraba por la ventana. Louis contemplaba los ojos claros de Saira, buscando en ellos la respuesta que necesitaba con urgencia, la verdad y mentira para aplacar todas las habladurías del palacio, pero en el perfilado rostro moreno de ella no existía absolutamente nada. No había la más mínima muestra de arrepentimiento, o algo que demostrase que la relación de ambos fuera importante para ella.

Louis dio un paso, el dolor engulló sus calmadas facciones para cambiarlas a unas confundidas. Saira retrocedió dos, alzando una mano para marcar distancia entre ambos, con la otra, se sujetó del pedestal de la cama.

—¿Saira? —El príncipe Louis no sabía con exactitud por qué pronunciaba su nombre, tal vez era la necesidad de que ella se diera cuenta de que lo estaba asfixiando. Ella negó, con los ojos inundados en lágrimas —. Saira que... que has hecho.

—Era un secreto.

—¿No te importó lastimarme? —Saira cerró los ojos, las lágrimas cayeron alrededor de sus mejillas hundidas. Louis esperó una respuesta, pero esta no llegó —¡Responde! —Saira dio un brinco cuando el príncipe alzó la voz, sus manos comenzaron a temblar. Louis volvió a avanzar —. Dime por qué lo has hecho ¡Por qué!

—No puedo responderte —Louis llegó a su lado, pero Saira saltó sobre la cama para escapar de sus manos —. Ella me hizo prometerlo.

—No me importa tu madre, quiero saber por qué tú, de todos, me hizo esto ¡Deja de huir de mí!

Louis rodeó la cama, pero Saira volvió a saltarla, huyendo a toda costa de lo que el príncipe quería hacerle. El odio había consumido sus ojos azules, el cabello castaño caía por sobre su frente, desordenado. Sus hombros filosos, encogidos en sí mismos por la rabia y... traición.

—¡Responde Saira!

—No puedo...



Las puertas marrones del salón real, con finos tallados en la madera, se abrieron, disipando en cuestión de segundos el recuerdo de Louis. Entraron diez soldados, inundando la sala con el ruido de sus pisadas firmes y armas golpeando contra las armaduras. Dos, traían a San con las manos atadas tras su espalda. El labio roto y ojo ensangrentado. El cabello negro del mercenario caía sobre su rostro, pegándose a su piel por la sangre que emanaba desde su pequeña y filosa nariz. Louis se enderezó en el trono, no tuvo que pestañear para apartar el fuego que comenzaba a envolver sus orbes azules. El dorado en ellos centelleó y sus dedos apretaron los reposabrazos del trono cuando San dejó ver una sonrisa divertida mientras lo arrastraban.

Traiciones, traiciones, traiciones.

El rey Louis ya debía de estar acostumbrado a todas ellas, pero el sentimiento corrosivo siempre parecía ser nuevo. San no fue nada más que un simple mercenario en el viaje y Louis cometió el error de no vigilarlo y escuchar las advertencias de Lord Calian.

Los soldados soltaron con desprecio al mercenario ante las perfectas escalinatas del trono, haciéndole caer al suelo de un duro golpe. El chico se golpeó el rostro, desparramando su mugre en la cerámica. Louis se inclinó, la corona sobre su cabello negro cuando pasó por debajo de un halo de luz de vela resplandeció. San alzó la cabeza, volviendo a sonreír con diversión. Sus dientes manchados en bordó aparecieron detrás de sus labios. El rostro del rey se contrajo en desprecio.

The king's touch (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora