Capítulo 2 • Encuentros (II)

59 6 0
                                    

Tercera realidad · Hechos del 2047 narrados desde el 2074 · 16 de Junio · Desde Francia, sobre Francia ·

Si no recuerdo mal, aquella fría mañana del 12 septiembre del 2047 me desperté sola, recostada poco después sobre la pared de debajo del puente y con la oscura capa color esmeralda que aquel hombre me había ofrecido vertida sobre mí, de tal forma que lograba tapar todo mi cuerpo. Encima de ella, una nota de papel arrugado y amarillento tenía escrito: "Volveré a por ti. Llegaron antes de lo esperado. He tenido que despistarles".

Estaba mareada, como si me hubieran sedado. Entonces, miré a mi alrededor. No había nadie. Miré el reloj. Era muy tarde.

No recordaba bien lo sucedido. Todo había sido demasiado extraño. Sin embargo, más allá de aquel anecdótico suceso, lo que sí recordaba bien era que tenía tiempo límite para entregar mi trabajo de ciencias, y como pude comprobar, llegaba tarde, muy tarde. Me levanté entonces lo más rápido que pude y retomé mi camino.

Desgraciadamente, lo peor no fue no poder entregar el trabajo a tiempo, sino no tener la oportunidad de ver bien su rostro. Un hecho que hasta el incidente no me pareció relevante, pero que poco después acabaría reconcomiéndome por dentro.

¿Por qué tendría que haberme fijado en su cara? ¿Acaso yo debía saber que era necesario? Aparentemente no, ni yo ni nadie pensaría que pudiera ser nada más que un trotamundos solitario, un violador o un viejo loco chiflado.

No obstante, he de reconocer que no pude dejar de pensar en él a medida en que iba rememorando lo ocurrido. Y es que, de buenas a primeras, me resultaba muy extraño el modo en el que desapareció de allí, como si nada, como si la niebla en sí se lo hubiera comido. Por otro lado, la voz de aquella mujer, la aparición de aquellas personas que parecían estar buscándome, dotaba de cierta verosimilitud a las advertencias de aquel misterioso hombre...

De tal modo que, atónita y desorientada, dejé el puente atrás y continué mi camino, intentando dejar al margen aquel insólito suceso.

Posteriormente, cuando por fin llegué al instituto, fue como si no lo hubiera hecho, pues a nadie parecía importarle mi presencia, ni siquiera a los profesores, quienes envidiaban mi inteligencia.

Era como si fuera un fantasma, pero no me importaba. Estar rodeada de gente siempre me había agobiado y prefería pasar desapercibida, sin intervenir demasiado en unas clases cuya materia era capaz de dominar en unas horas.

El instituto era importante, o eso me habían dicho, pero sólo como paso previo a una investigación futura, pues me resultaba francamente aburrido. Asimismo, a los diecisiete años ninguna opinión me parecía demasiado importante. La mayoría de los temas de conversación me parecían insulsos, llenos de tonterías, intrascendentes o poco importantes. Pensaba que tras cumplir la mayoría de edad sería regla general que todos maduraríamos y tendríamos conversaciones enriquecedoras e interesantes, sobre ciencia, nuevos descubrimientos y avances. Sobre música, cine o historia.

Cuestiones más filosóficas como el sentido de la vida, la fina línea que separa el bien del mal, lo normal de lo anormal, o qué sucede tras la muerte, me parecían más estimulantes, más llamativas. Era pues, para mí, una vida mucho más plena aquella en la que se pudiera comentar tranquilamente temas de "adultos" como la dimensión ética que esconde la celebración o no del día en el que los europeos descubrieron América, los motivos de la revolución francesa o lo lejano que quedan ya de nosotros actores como Vivien Leigh, Humphrey Bogart o Charles Chaplin. Pero a ninguno de mis semejantes parecía interesarles.

Pues, si bien no mucho importa en esa edad lo que trasciende más allá de nuestro círculo, es un hecho lamentable que el egocentrismo y la errónea percepción de contar con un tiempo ilimitado, ante la corta edad que se tiene, acabe privando a los más jóvenes de todo un mar de saberes y discusiones interesantes.

En este sentido, quedar con amigos para ver la televisión o jugar a tratar de salvar el mundo desapareció de entre mis principales intereses mucho antes, dando paso a un temprano interés por los "placeres" de la vida más próximos al hedonismo bohemio y los retos intelectualmente estimulantes, que me inundaron, sin embargo, de un profundo sentimiento de soledad.

No obstante, comparando mi pasado con mi actual presente, en el 2074, y teniendo en cuenta todas aquellas reflexiones que me hacía, quizá el desconocimiento no sea tan "demonizable" como creía. Incluso, quizás, aquella sociedad despreocupada era reflejo de una sociedad pacífica, en la que no había necesidad de ser consciente de nada para poder vivir. Y aquello, realmente, no era tan grave. No al menos, si lo comparaba con mi presente. Pues, como decía, en donde me encuentro sólo se vive por y para la supervivencia, en medio de una crisis mundial en la que la violencia, el miedo a la diferencia y el odio campan a sus anchas, llevando a la juventud a la guerra.

¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué ilusa! ¡Qué pequeña tormenta de pensamientos e ideas inquietas de diecisiete años sumidas en un mundo de fantasía! Un mundo sobre el que creía saber mucho, pero sobre el que no sabía nada.

Por otro lado, más allá del extraño suceso de la mañana, las clases no fueron muy distintas de lo habitual, ni siquiera por lo ausente que me encontraba. Frente a dicha normalidad, algo en mí sí había cambiado. Estuve mucho más distraída de lo normal, sin dejar de pensar en lo ocurrido y en el misterio que envolvía a aquel oscuro hombre.

¿De qué habría querido protegerme? ¿Realmente debía importarme? Me fascinaba aquel desconcertante acertijo, pero también me sentía impotente por no haber podido entregar mi trabajo.

Y es que, sentía una gran responsabilidad y compromiso con mis asignaturas de ciencias, hasta el borde de rallar la obsesión. Al fin y al cabo, mi sueño siempre había sido convertirme en una gran genetista. Lo consideraba el centro de mi vida. Con ello buscaba descubrir curas para enfermedades raras, entre las que buscaba dar respuesta a la inusual rugosidad de mis brazos y piernas, que tenía desde pequeña, y sobre la cual, ninguno de los médicos a los que me llevó mi madre pudo llegar a darnos una explicación razonable, y mucho menos una cura.

En busca de un pasado mejor (Vol II. Las Fronteras del Tiempo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora