Capítulo 22 • Niñerías (II)

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- Pero... ¿para qué necesitaba tu ayuda? -continué preguntándole, intrigada, sin perder de vista al renacuajo que iba gateando por todo el salón.

- Para llevar a cabo un plan con el que nos aseguraríamos de que continuaras viva en el futuro, al menos hasta que estuvieras llena de arrugas y aquejada por todo tipo de dolores -me confesó con cariño, sacándome la lengua al terminar su explicación, como si de una travesura se tratase.

- ¿Un plan? ¿Y por qué harías eso por mí? Entiendo que me tengas cierto cariño, yo también guardo muy buen recuerdo de ti, pero apenas nos conocemos -expresé así lo confusa que me sentía y lo irracional que me parecía aquella decisión.

- Bueno, es cierto. Quizá sea una locura pero, desde el principio supe que eras especial. No sé cómo explicarlo, pero algo me dice que nunca llegaré a estar tranquilo si no tengo la certeza de que tú estarás bien -confesó con franqueza.

- No lo entiendo Nathan, tan sólo tienes once años. Lo que tienes que hacer es salir a jugar con otros niños, ir al colegio y cuidar de ti, en lugar de estar criando a un bebé y preocupándote por mí -me negué a aceptar que alguien tan pequeño tuviera tantas responsabilidades.

- Te olvidas de que hace tiempo perdí a mis padres, y también, del hecho de que en mi aldea no hay apenas niños, ni tampoco personas, en general. Todos murieron hace años -me recordó con dureza, un poco triste.

- Cierto, perdona Nathan... yo... lo olvidé por un momento... -intenté disculparme, había metido la pata hasta el fondo y me sentía fatal.

- No te preocupes, estoy bien -argumentó serio.

Sin embargo, de repente empezó a oler a gas y la conversación se detubo de inmediato.

- Nathan, ¿no huele un poco mal? -añadí extrañada.

- ¡Jawara! -exclamó él, alterado, mientras se levantaba.

Jawara se había subido a la encimera de la cocina y había encendido los fogones de alguna manera. Fue entonces, justo cuando iba a gatear por encima de ellos cuando Nathan colocó sus manos en medio, logrando que el pequeño pisara éstas en lugar del fuego.

- ¡¡Nathan!! -exclamé preocupada.

Jawara empezó a reírse a carcajadas. No sabía qué estaba pasando, pero le gustaba que le prestaran atención.

- Jawara, ¿cómo te has subido ahí? -le preguntó Nathan en un tono severo.

Jawara volvió a reírse. Después se chupó el dedo y empezó a alargar su pelo más y más, hasta ser lo suficientemente largo como para poder lanzar una de sus raíces hasta una de las asas de los armaritos que contenía la cocina. Y así, se lanzó al vacío, cogiéndose de una de las asas mediante su pelo, a modo de liana, con lo que llegó hasta el otro lado de la cocina, alejándose de nosotros.

Nathan había apagado el fuego para entonces. Yo, por mi parte, preocupada por la mano de Nathan, me levanté a comprobar cómo estaba. Pero cuando miré su mano, era como si no la hubiese colocado minutos antes encima del fuego. No tenía ni un rasguño, ni rastro de aquel suceso.

Jawara, por su parte, quería seguir llamando la atención. Se balanceaba con soltura de un lado a otro, saltando por los aires entre las lámparas que alumbraban la casa.

Ambos nos quedamos maravillados.

- Nathan, ¿eso es normal? -le pregunté sorprendida.

- Supongo que para él sí, aunque es la primera vez que le veo hacerlo. Tú dirás -añadió burlón, soltando una pequeña carcajada en medio de una gran sonrisa.

En busca de un pasado mejor (Vol II. Las Fronteras del Tiempo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora