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Lo aferra por el cuello de la camisa, y James sabe que amará toda la vida a este idiota testarudo.

-Dímeloz insiste insinuando una media sonrisa- Dime que me vaya.

Antes de que pueda darse cuenta de lo que ocurre, se ve empujado hacia atrás, contra una pared, y tiene la boca de Regulus encima de la suya, desesperada y salvaje. Nota en la lengua un ligero sabor a sangre, y sonríe al tiempo que se entrega a esa sensación, se mete en la boca de Black, le aferra el pelo con ambas manos. El ingles deja escapar un gemido que al americano le reverbera por toda la columna vertebral.

Forcejean contra la pared hasta que James levanta a Regulus en volandas y retrocede, tambaleándose, hacia la cama. Caen juntos sobre el colchón. El príncipe permanece unos segundos mirándolo fijamente.

James daría cualquier cosa por saber qué está pasando por esa loca cabeza suya. De pronto cae en la cuenta de que  el príncipe está llorando. Traga saliva. Ese es el quid de la cuestión: que no sabe qué pensar. No sabe si se supone que esto es una especie de consumación o una última vez. Si fuera lo segundo, no se ve capaz de poder llevarlo a cabo. Pero tampoco quiere marcharse a casa sin esto.

-Ven aquí.

Le hace el amor a Regulus despacio y profundo, como si fuera la última vez, ambos temblorosos, sin aliento, épicos, las bocas húmedas y los ojos arrasados de lágrimas.

James se siente como un cliché entre esas sábanas color marfil y se odia a sí mismo, pero está muy enamorado. Estúpidamente, insoportablemente enamorado. Y Regulus también lo ama, y al menos por una noche eso importa mucho, aunque a la mañana siguiente ambos tengan que fingir que lo han olvidado.

Regulus se corre con la cara vuelta hacia la mano abierta de James. Su labio inferior toca el bulto de la muñeca. James intenta grabarse en la memoria hasta el último detalle: la manera en que las pestañas de Regulus le rozan las mejillas y el rubor sonrosado que se le extiende hasta las orejas, y le dice a su acelerado cerebro: «Esta vez no te lo pierdas; Regulus es demasiado importante». Cuando por fin el cuerpo del menor se rinde, fuera está totalmente oscuro y en la habitación reina un silencio sepulcral. El fuego de la chimenea se ha apagado.

El mayor se vuelve para ponerse de costado y se lleva dos dedos al pecho, al lugar en el que descansa la llave colgada de la cadenita. Siente su corazón latiendo igual que siempre bajo la piel. No comprende cómo puede ser. Transcurren largos instantes de silencio hasta que Regulus, tumbado a su lado en la cama, cambia de postura, se acuesta sobre él y tira de la sábana para cubrir los cuerpos de ambos.

James busca algo que decir, pero no se le ocurre nada.

Rojo, Blanco y Sangre Negra// JegulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora