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En fin, lo más probable es que el americano esté perdiendo la razón. Las 23:49 y está paseando nervioso arriba y abajo. Nada más volver al dormitorio arrojó la chaqueta y la corbata sobre el respaldo de la butaca y se desabrochó los dos primeros botones de la camisa. Se peinó el pelo con las manos. Nervioso. Repitiéndose "no pasa nada. No pasa nada"

Está claro que ha sido una idea horrorosa. Pero no pasa nada. No sabe muy bien si debería quitarse algo más. No sabe con seguridad cuál es el código de vestimenta adecuado para invitar a tu dormitorio a un enemigo convertido en mejor amigo para tener relaciones sexuales, sobre todo cuando dicho dormitorio se encuentra dentro de la Casa Blanca, sobre todo cuando dicha persona es gay, y sobre todo cuando dicho gay es un príncipe del Reino Unido.

El dormitorio está iluminado de manera tenue: una única lámpara en el rincón, junto al sofá, que confiere un tono neutro al azul intenso de las paredes. Ha trasladado todos los expedientes de la campaña de la cama al escritorio, y ha estirado la colcha. Observa la chimenea antigua, los detalles en relieve de la repisa, que es casi tan antigua como este país; tal vez no sea el palacio de Kensington, pero está bastante bien.

"Dios, si alguno de los fantasmas de los Padres Fundadores anda merodeando esta noche por la Casa Blanca, debe de estar sufriendo una barbaridad" piensa.

Hace verdaderos esfuerzos para no pensar en lo que va a suceder a continuación. Puede que no tenga tanta experiencia, pero ha estado investigando un poco.

Tiene diagramas. Puede hacerlo. La verdad es que desea mucho hacerlo. De eso no le cabe la menor duda.

Cierra los ojos y se apoya con las yemas de los dedos en la fría superficie de su escritorio, abarrotado de papeles, y su mente vuelve a mostrarle la imagen de Regulus, las líneas rectas de su traje, la sensación que le produjo su aliento en la cara cuando lo besó.

Siente que su estómago ejecuta unos movimientos acrobáticos que por nada del mundo piensa contarle a nadie, jamás. Regulus, el príncipe. Regulus, el chico que estaba en el jardín. Regulus, el chico que va a estar en su cama.

Se recuerda a sí mismo que ni siquiera siente nada por él. Nada de nada.

James mira el teléfono: solo pasaron 2 minutos

A las 00:10 tocan la puerta.

Abre la puerta. Permanece unos instantes de pie y expulsa el aire muy despacio, sin apartar la mirada de Black

No está seguro de haberse permitido alguna vez simplemente mirarlo.

El inglés es guapísimo, medio miembro de la realeza y medio estrella de cine, y trae un leve cerco de vino tinto en los labios. Ha dejado en algún sitio la chaqueta y la corbata, y tiene la camisa remangada hasta los codos. La expresión de sus ojos dice que está nervioso, pero le ofrece a James una sonrisa ladeada teñida de rosa

James se muerde el labio.

-Llegas tarde- James cierra la puerta en su cara, pero Regulus la detiene y lo empuja besándolo.

Coloca sus manos firmes en la cintura del menor y hace que los cuerpos de ambos se toquen.

Le devuelve el beso, pero se deja besar del modo en que a Regulus le apetezca, que en este momento es exactamente tal como habría esperado que besara un príncipe azul: con dulzura, profundamente, como si estuvieran en medio de los páramos de Inglaterra a la salida del sol. Prácticamente le parece sentir el viento en el pelo. Es ridículo.

Pero a su vez... siente cosquillas en su estómago y su corazón late rápidamente. Enamorado.

Rojo, Blanco y Sangre Negra// JegulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora