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Lily tiene pinta de llevar treinta y seis horas sin pegar ojo. 

Está perfectamente arreglada y compuesta, pero lleva la etiqueta del jersey asomando por fuera y su taza de té desprende un fuerte olor a whisky. 

A su lado, en la parte trasera de la camioneta de incógnito en la que se dirigen al palacio de Buckingham, va sentada Mary, con los brazos cruzados en actitud resuelta. 

El anillo de compromiso que luce en la mano izquierda lanza destellos bajo la tenue luz matinal de Londres. 

—Así que... —prueba James— ¿están peleados? 

Mary se vuelve hacia él. 

—No. ¿Por qué piensas eso?

 —Oh. Simplemente se me ha ocurrido porque... 

—Todo está en orden —aclara Lily sin dejar de teclear en su iPhone—. Este es el motivo por el que al principio de la relación establecimos una serie de normas para separar lo personal de lo profesional. A nosotros nos funciona. 

—Si quieres pelea, deberías haberme visto cuando me enteré de que Lily sabía lo suyo desde el principio —dice Mary—. ¿Por qué crees que me ha regalado un pedrusco de este tamaño? 

—Más bien suele funcionarnos —enmienda la pelirroja.

 —Sí —coincide la pelinegra—. Y, además, anoche nos salió de cine. 

Evans, sin levantar la vista, levanta la mano y le choca esos cinco. Mary y Lily, uniendo fuerzas, han conseguido concertarles una audiencia con la reina en el palacio de Buckingham, pero se les ha advertido que deben tomar una ruta más larga y más cautelosa para evitar a los paparazzi. 

Esta mañana, James percibe en Londres una fuerte electricidad estática, millones de voces murmurando acerca de él, de Regulus y de lo que podría suceder a continuación. Pero el príncipe está a su lado, agarrándolo de la mano, y él le tiene agarrada la suya, así que por lo menos eso ya es algo.

[...]

Se halla presente Sirius, con cara de estar a punto de hacerse sangre en la lengua de puro nerviosismo, lo suyo también se sabe, así que su matrimonio fue abolido y Reg no puede evitar juguetear con la corbata. 

Entra en la sala la reina Walburga, vestida con un conjunto de color gris pizarra y luciendo una expresión pétrea. Le han peinado la media melena, ya canosa, con total precisión en torno a los planos de su rostro. 

James se queda sorprendido al advertir su gran estatura, su espalda recta y su mentón fino, a pesar de que ya cuenta ochenta y pico años. No es lo que se dice una mujer bella, pero claramente se revela una gran personalidad en sus avispados ojos azules, en sus facciones angulosas, en las profundas arrugas que le enmarcan la boca. La temperatura que reina en la sala desciende cuando ella toma asiento a la cabecera de la mesa. Un auxiliar acerca la tetera que hay en el centro y le sirve té en una taza de prístina porcelana.

 Se hace el silencio mientras la soberana, haciéndolos esperar, lo prepara con parsimonia y gesto glacial: vierte la leche con una mano arrugada que le tiembla ligeramente; pone un terrón de azúcar escogido con sumo cuidado con las pinzas de plata; luego pone un segundo terrón. Potter emite una tos. Lily le lanza una mirada. La princesa aprieta los labios.

 —Hace unos meses recibí una visita —dice la reina por fin. Agarra la cucharilla y empieza a remover lentamente—. Del presidente de China. Perdonaran que no recuerde el nombre. Pero me contó una historia fascinante sobre lo mucho que ha avanzado la tecnología en diferentes partes del mundo en estos tiempos modernos. ¿Sabíais que es posible manipular una fotografía para que dé la impresión de que las cosas más extravagantes son reales? Con un simple... programa, si no me equivoco. Un ordenador. Falsedades increíbles de toda clase pueden parecer verdaderas. El ojo no es capaz de detectar ninguna diferencia.

 El silencio que flota en la sala es total, salvo por el tintineo que produce la cucharilla trazando círculos en el fondo de la taza. 

—Me temo que soy demasiado grande para entender cómo es posible archivar cosas en el espacio —sigue diciendo la reina—, pero me han dicho que se puede fabricar y divulgar todas las mentiras que uno desee. Se podría... crear archivos que nunca han existido y colocarlos en donde fueran fáciles de encontrar. Nada de eso sería real. La prueba más flagrante puede acabar desacreditada y desechada, así sin más.

 Con el delicado tintineo de la plata contra la porcelana, la reina deposita su cucharilla en el plato y por fin mira a Regulus. 

—Me pregunto, Regulus, me pregunto si tú opinas que algo de esto ha tenido que ver con esas indecorosas informaciones. Lo que tienen en este momento encima de la mesa es una oferta. Sigamos ignorándolo. Finjamos que todo ha sido un embuste. Hagámoslo desaparecer. 

El príncipe aprieta los dientes.

 —Es real —responde—. Todo. En el semblante de la reina se reflejan sucesivamente varias expresiones hasta que, al final, su frente se alisa, como si hubiera encontrado algo antiestético en el fondo de uno de sus delicados zapatos de tacón bajo

. —Muy bien. En ese caso... —Su mirada se posa en James—. James. Si hubiera sabido que estabas saliendo con mi nieto, habría insistido en celebrar un primer encuentro más formal. 

—Madre...

 —No hables, Regulus, querido. 

En ese momento interviene la princesa: 

—Mamá... 

La reina levanta una mano marchita para hacerla callar. 

—Pensaba que ya nos habían humillado bastante los periódicos cuando la niña tuvo su pequeño problema. Y ya hace años, Regulus, que dejé bien claro que si tú te veías atraído en una dirección antinatural, se adoptarían las medidas apropiadas. No alcanzo a comprender por qué has decidido socavar lo mucho que me he esforzado por mantener en pie la Corona, y para mí constituye un verdadero misterio por qué pareces estar tan empeñado en dar al traste con los esfuerzos que he llevado a cabo para restaurarla exigiendo la celebración de una cumbre con un... joven. —Al decir esto, introduce un deje despectivo en el tono cortés con el que estaba hablando, bajo el cual James detecta epítetos referidos a todo, desde su raza hasta su sexualidad

—Cuando se te dijo que debías esperar órdenes. Está claro que has perdido el juicio. Mi posición continúa siendo la misma, querido: tu papel dentro de esta familia es el de perpetuar nuestro linaje y mantener la apariencia de la monarquía como ideal de la excelencia británica, y simplemente no puedo consentir nada que quede por debajo de eso. 

Regulus está con la mirada baja y ausente, fija en el intrincado grano de la mesa, y James prácticamente percibe la energía que desprende la princesa, sentada frente a él. También él siente en su propio pecho la misma furia contenida. 

—Mamá —dice en un tono de voz calmado—. ¿No crees que por lo menos deberíamos hablar de otras opciones? 

La reina gira la cabeza muy despacio.

 —¿Y qué opciones podrían ser esas, niña?

 —Bueno, yo opino que el hecho de confesar la verdad conlleva muchas ventajas. Podría habernos ahorrado muchos disgustos tratar esto no como un escándalo, sino como una intrusión en la intimidad de la familia y como la victimización de un joven enamorado.

Rojo, Blanco y Sangre Negra// JegulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora