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A lo largo de cinco interminables e insufribles horas, James va pasando de una sala del Ala Oeste a otra para reunirse, por lo visto, con todos los expertos en estrategia, todo el personal de prensa y todos los jefes de crisis que existen en la Administración de su madre.

A lo largo de cinco interminables e insufribles horas, no se le permite siquiera ponerse en contacto con Reggie. 

El departamento de prensa redacta una declaración.

Se parece a cualquier otro informe. 

A lo largo de cinco horas, no se ducha ni se cambia de ropa, ni tampoco ríe, sonríe ni llora. 

Son las ocho de la mañana cuando por fin lo dejan libre y le dicen que no salga de la Residencia y que permanezca a la espera de nuevas instrucciones. 

Le devuelven su teléfono, por fin, pero cuando llama a Regulus no contesta nadie, y tampoco cuando le escribe un mensaje. 

Nada de nada. 

Dorcas lo acompaña al atravesar la columnata y al subir la escalera, sin decir nada, y cuando llegan al pasillo que separa los dormitorios de la zona este de los de la zona oeste, Potter los ve a todos.

 A Remus, que, con los ojos enrojecidos, se ha recogido el pelo de cualquier manera en un moño alto y lleva puesto un albornoz rosa. No suele tener el pelo largo, pero el bebé que lleva en brazos, Teddy, lleva mucho tiempo.

A su madre, con un vestido negro, serio y elegante, y unos zapatos finos y de tacón, que lo mira con expresión dura. 

A Marlene, que va descalza y en pijama.

 Y a su padre, que todavía lleva un petate de cuero colgando de un hombro y tiene dibujado en la cara un gesto de preocupación y agotamiento. 

Todos se vuelven para mirarlo, y él se siente barrido por una ola de algo que es mucho más grande que él mismo, como cuando era aún un crío de piernas arqueadas y se metía en el mar del golfo de México y el agua le cubría los pies. 

De su garganta se escapa sin querer un gemido, algo que ni siquiera vagamente reconoce, y acto seguido Remius, y después todos los demás, acuden a abrazarlo. 

Lo estrechan con fuerza, le acarician la cara y le hacen perder el equilibrio de tal forma que acaba en el suelo, encima de esa horrible alfombra antigua que tanto odia, sentado, contemplando el entramado de los hilos que la componen, oyendo el rumor del golfo en los oídos, pensando remotamente que está sufriendo un ataque de pánico, y que por eso no puede respirar, pero está mirando la alfombra y teniendo un ataque de pánico, y el hecho de conocer el motivo por el que sus pulmones se niegan a funcionar no va a hacer que funcionen de nuevo. 

A duras penas se percata de que lo están llevando a su habitación y hacia su cama, que todavía está cubierta por esos malditos periódicos olvidados de la mano de Dios.

 Alguien lo guía hasta ella, y él se sienta y hace un esfuerzo sobrehumano para redactar mentalmente una lista.

 Uno: Uno: Uno: Cae en un sueño irregular e intermitente. Unas veces se despierta sudando; otras, tiritando. Tiene pesadillas breves y fracturadas que van y vienen de manera errática. 

Se ve a sí mismo en la guerra, dentro de una trinchera llena de barro, con una carta de amor dentro del bolsillo de la camisa y empapada de rojo. 

A continuación, se ve en una casa del condado de Travis que tiene las puertas cerradas con llave y en la que no puede volver a entrar. 

Luego sueña con una corona. Sueña una sola vez, brevemente, con la casa del lago, una baliza anaranjada bajo la luna.

 Se ve a sí mismo allí, de pie y con el agua hasta el cuello.

 Ve a Regulus, sentado desnudo en el embarcadero. Ve a Remus y Sirius charlando, Teddy está en brazos de Black, a Barty tirado en el pasto, y también a la princesa de inglaterra, que está hundiendo sus uñas pintadas de rosa en la tierra húmeda. En los árboles cercanos se oye un continuo crujir de ramas.

—Mira —señala Reggie las estrellas. 

James intenta decir: «¿No oyes eso?». Intenta decir: «Algo se acerca». 

Abre la boca: un chorro de luciérnagas, y luego nada. Cuando abre los ojos, ve a Marlene sentada a su lado, recostada contra las almohadas, tocándose el labio inferior con sus uñas remordidas, aún con el albornoz puesto, montando guardia. 

Agarra la mano de su hermano y le da un apretón; él le devuelve el gesto. Entre un sueño y otro alcanza a oír el murmullo amortiguado de unas voces en el pasillo.

 —Nada —está diciendo la voz de Mary— Nada en absoluto. Nadie está contestando a nuestras llamadas. 

—¿Cómo es posible que no contesten a nuestras llamadas? Soy la maldita presidenta. 

—Permiso para hacer una cosa, señora, ligeramente fuera del protocolo diplomático

Rojo, Blanco y Sangre Negra// JegulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora