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—Regulus —le dice su hermana con firmeza—, es duro, pero era necesario que mamá te oyera decir eso. —Baja la vista hacia los pequeños botones de la autoarpa—. Nos nos merecemos sus malos tratos.

Al decir esto tuerce un lado de la boca, un gesto muy parecido al que hace Regulus.  

—¿Estás bien? —le pregunta James—. Sé que... He visto un par de artículos y... —Deja la frase sin terminar—. Hace diez horas, lo de la «Princesa loca» estaba siendo la cuarta tendencia más fuerte en Twitter.

Ella relaja el ceño y lo disuelve en una media sonrisa. 

—¿Yo? Sinceramente, casi supone un alivio. Siempre he dicho que lo más cómodo para mí es que todo el mundo conozca mi historia sin tapujos, así no tendré que oír especulaciones ni mentir para encubrir la verdad... o para explicarla. Hombre, preferiría que no hubiera sucedido de esta forma, pero es lo que hay. Por lo menos ahora ya puedo dejar de actuar como si mi salud mental fuese algo de lo que deba avergonzarme. 

—Sé lo que se siente —dice Regulus en voz tranquila

El silencio se vuelve intermitente al cabo de un rato, la noche de Londres presiona con su negrura en los cristales de los ventanales.

David, el perro, está acurrucado en actitud protectora a un costado de Regulus, y su hermana escoge una canción de Bowie y canturrea en voz baja: 

—«Yo seré rey, y tú serás reina».

A James le entran ganas de echarse a reír. El ambiente es el mismo que el de un día de huracán según le ha contado Mary: todos apiñados, abrigando la esperanza de que los sacos de arena aguanten el vendaval.

Llegado un momento, Regulus se queda dormido, y James lo agradece, pero todavía nota un poco de tensión en todas las zonas del cuerpo de Black que están en contacto con el suyo.

 —Desde que estalló la noticia, no ha dormido nada —susurra la rubia.

Potter afirma en silencio, y la mira fijamente. 

—¿Puedo preguntarte una cosa?

 —Siempre.

—Tengo la impresión de que Reggie no me lo está contando todo —susurra—. Le creo cuando me dice que adelante, que quiere revelar la verdad a todo el mundo. Pero hay algo más que no dice, y me estoy volviendo loco por no saber lo que es.

Ella levanta la vista y deja los dedos quietos. 

—Ay, cielo —dice simplemente—. Es que echa de menos al tío.

James lanza un suspiro y se agarra la cabeza con las manos. Por supuesto.

 —¿Puedes explicarme un poco? —prueba con timidez Potter—¿Cómo es eso? ¿Qué puedo hacer yo?

Ella cambia de postura en el puf en que está sentada, coloca el arpa en el suelo y busca dentro de su jersey. Saca una moneda de plata unida a una cadena: el símbolo de la sobriedad. 

—¿Te importa que haga un poco de consejera? —pregunta con una sonrisa pícara. James le responde con otra media sonrisa, y ella continúa—. Bien, imaginemos que todos hubiéramos nacido con un conjunto dado de sentimientos. Unos son más amplios o más profundos que otros, pero todos tenemos un grupo fijo de ellos, como la base de una tarta. Esa es la máxima profundidad de sentimiento que has experimentado. Y de repente te sucede lo peor. Te sucede lo peor que podría sucederte. Aquello que te provocaba pesadillas de pequeño, y tú te decías que no pasaba nada, porque aquello te sucedería cuando ya fueras mayor y más sabio, y para entonces ya habrías experimentado tantos sentimientos que aquel, el peor posible, ya no te parecería tan horroroso.

Rojo, Blanco y Sangre Negra// JegulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora