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—¿Querrías...? 

—Quiero...

 —Espera —Habla James—. Estamos... Hum. ¿Estamos preguntando lo mismo? 

—Depende. ¿Tú ibas a preguntarme si quiero contar la verdad? 

—Sí —responde Potter. Debe de tener los nudillos ya blancos, de tanto aferrar el teléfono—. Sí, eso iba a preguntarte.

—Pues, en ese caso, sí. Una mínima pausa. 

—¿Es lo que quieres?- Reggie tarda unos segundos en contestar, pero su voz es tranquila. 

—No sé si me habría decidido ya, pero lo cierto es que ya es de conocimiento público, y... No quiero mentir. En esto, no. Respecto de ti, no.

James tiene las pestañas mojadas. 

—Cuánto te quiero. 

—Yo también. 

—Tú aguanta hasta que yo llegue, ya lo solucionaremos. 

—Así lo haré. 

—Ya voy para allá. Enseguida llego. Black deja escapar una risa húmeda, entrecortada. 

—Date prisa, por favor. Ambos cuelgan.

James le devuelve el teléfono a Mary la cual lo coge sin pronunciar palabra y se lo guarda otra vez en el bolso. 

—Gracias, Mary, yo... Ella levanta una mano, con los ojos cerrados. 

—Calla. —En serio, no tenías por qué haber hecho esto. 

—Mira, esto voy a decirlo solo una vez, y si se te ocurre repetirlo, ordenaré que te rompan las rodillas.

 —Baja la mano y lo taladra con una mirada ceñuda que resulta a la vez cariñosa y glacial 

— Estoy contigo a muerte, ¿vale?

—Espera. Mary. Oh, Dios mío. Acabo de caer en la cuenta. Eres... amiga mía. 

—No, no lo soy. 

—Mary, eres mi puta amiga. 

—No lo soy. —Agarra una manta de entre sus pertenencias, se vuelve de espaldas a James y se envuelve con ella

—No me hables durante las próximas seis horas. Me merezco una siesta.

—Espera, espera, vale, espera —le ruega Potter.

—. Tengo una pregunta.

Mary lanza un fuerte suspiro. 

—¿Cuál? —¿Por qué has esperado tanto para utilizar el teléfono personal de Lily?

—Porque es mi prometida, imbécil, pero algunas personas comprendemos lo que significa la discreción, así que tú no podías saberlo —responde sin siquiera mirarlo, al tiempo que se acurruca contra la ventanilla del avión

—Hemos acordado que no usaríamos nuestros números personales para el trabajo. Ahora, cierra la boca y déjame dormir un rato antes de que nos enfrentemos a lo que nos queda. No he tomado nada más que un café solo, un pretzel y un puñado de píldoras de vitamina B12. Ni se te ocurra respirar en mi dirección.

No es Regulus, sino su hermana, quien contesta cuando James llama a la puerta cerrada de la sala de música de la segunda planta del palacio de Kensington. 

—Te he dicho que no te acerques —grita la princesa cuando se abre la puerta, con una guitarra colgada del hombro, la cual deja en el suelo en cuanto ve al primer hijo.

—. Oh, James, perdona. He creído que eras Sirius.—Lo agarra con la mano libre y le da un abrazo que lo sorprende, de tan intenso

—. Gracias a Dios que has venido, estaba a punto de ir yo misma a buscarte.

Cuando la princesa lo suelta, por fin puede ver a Henry detrás de ella, derrumbado en el diván con una botella de coñac. 

El príncipe esboza una sonrisa débil y le dice: —Disto mucho de ser un soldado de asalto.

James suelta una risa que es casi un sollozo, y resulta imposible saber si el primero en moverse es él o es Reg, pero lo cierto es que ambos se encuentran en el centro de la habitación.

Black se abraza al cuello de James y lo cubre por entero. Si por el teléfono su voz era una amarra, su cuerpo es la gravedad que lo hace posible, su mano en la espalda es una fuerza magnética, una brújula que siempre señala el norte. 

—Lo siento —es lo único que acierta a decir Jame , hundido en la miseria, de todo corazón, pegado a la cintura de Regulus.

— Ha sido culpa mía. Lo siento. Lo siento mucho.

Regulus deja de abrazarlo, apoya las manos en sus hombros y lo mira con gesto serio. 

—Ni se te ocurra. Yo no lamento nada en absoluto.

James ríe otra vez, con incredulidad, observando las profundas ojeras que muestra Reg y el labio inferior todo mordido, y por primera vez ve a un hombre que ha nacido para conducir una nación.

 —Eres increíble —le dice. Se inclina hacia él y lo besa en un lado de la cara. Lo encuentra áspero, como si llevara un día entero sin afeitarse. Le roza la nariz con la mejilla y nota que parte de la tensión que tiene al menor, desaparece gracias a ese contacto físico

—. ¿Lo sabías?

Se acomodan entre los rojos y los morados de las alfombras persas que cubren el suelo, Regulus apoya la cabeza en el regazo de James y ls princesa se sienta en un puf y se pone a tocar un instrumento pequeño y raro que, según le informa al americano, se llama autoarpa.

También acerca una mesa diminuta y esparce sobre ella un puñado de galletas saladas y un trozo de queso blando, y retira la botella de coñac. Según parece, la reina está profundamente furiosa, no por haber confirmado por fin lo que ocurre con Regulus, sino por haberlo confirmado de una manera tan poco digna como un escándalo en la prensa sensacionalista.

Sirius regresó de Anmer Hall en el instante en que estalló la noticia, y se ha visto bloqueado por su hermana fada vez que ha intentado abordar a Regulus despues de que pelearan, para lo que él afirma que va a ser «simplemente una conversación seria acerca de las consecuencias de sus actos».

 —Y yo le he dicho: «Genial, mamá, pero mientras me tengas encerrado, eso no significa absolutamente nada» —cuenta Black.

James lo mira, conmocionado y un tanto impresionado. Regulus se tapa la cara con un brazo

— Me siento fatal. Fui... No sé. Me vinieron a la memoria todas las veces que mi madre debería haber estado a mi lado en estos años. La princesa suspira. 

Rojo, Blanco y Sangre Negra// JegulusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora