XXII: Venganza Eterna.

36 9 3
                                    

Sábado, 12:00 md.
POV Karina.

—¿Cómo está, Doctor?—pregunto con suma preocupación, al verlo salir de la habitación de Ethan.

Él suspira.

—Sus signos vitales están estables, aunque la dosis de sedante que Logan le administró fue muy fuerte, despertará en un par de horas.

Suspiro aliviada.

Ya es mediodía y Ethan sigue sin despertar, me preocupé tanto que tuve que llamar al único médico de confianza que conocemos, el Doctor Christian Wayne. Él sabe lo que hacemos, pero guarda el secreto por lealtad, ya que años atrás le salvamos la vida.

—Y... ¿sobre el otro problema?—pregunta Logan.

Christian suspira de nuevo con amargura, negando con la cabeza.

—Me temo que está empeorando.

No puedo evitar la acumulación de lágrimas en mis ojos.

—Si sigue así, pues...—duda en continuar.

—¿Qué, doctor?—insisto.

Él chasquea su lengua y luego suspira amargamente, bajando la mirada.

—Temo que vamos a perderlo para siempre.—advierte Christian y yo siento que mi alma abandona mi cuerpo en este instante.

No puedo ni imaginarlo, mi Ethan, mi bebé, ¿muerto? ¡No! Eso jamás, no permitiré que muera, lo sacamos de ese lugar con el propósito de salvarlo, de darle una mejor calidad de vida y lo estábamos logrando, pero sabíamos que tarde o temprano esto iba a suceder. Aunque guardaba la esperanza de que no fuera así.

Aún recuerdo el día que lo rescatamos, tan frágil, tan pequeño y asustado. Temblaba de frío, pues era de noche y estaba desnudo. No olvido el dolor tan inmenso que sentí al ver el horror en su carita cuando vio a sus padres sin vida y a él lleno de sangre. A pesar del trato que ellos le daban, Ethan los quería.

"—Tranquilo, Ethan, soy yo." le dije, él me reconoció y corrió a refugiarse en mis brazos, lo abracé con fuerza mientras él lloraba. Su llanto me partía el alma, en ese momento recordé el motivo por el que me uní a Roger en este "trabajo".

Terrence...

Hace diecisiete años, en mi juventud, cometí el error de casarme por conveniencia con el padre del fruto que crecía en mi vientre. Mis padres estaban tan molestos conmigo que forzaron el matrimonio. Al principio, aunque no quería, todo parecía estar bien; él, aunque era distante, me trataba con respeto y se preocupaba por nuestro bebé.

Nueve meses después nació el que se volvería el centro de mi universo, mi mayor debilidad: mi hijo, mi Terrence. Mi esposo parecía estar tan feliz como yo, lo veía realmente interesado en el bebé y eso me animó a seguir con él. Estaba viviendo una vida de ensueño, pese a que el comienzo fue turbulento, volví a ser feliz.

Pero esa felicidad no duró mucho, porque él... Mi esposo, ese maldito infeliz tuvo que arruinarlo todo.

Cuatro años después del nacimiento de Terrence, comencé a trabajar como maestra de preescolar en una primaria en Denver. Mi hijo se quedaba con su padre por las mañanas, ya que a él lo habían despedido de su trabajo hacía unos meses. Por las noches, Terrence se quedaba conmigo y, fue ahí cuando noté que cosas extrañas estaban sucediendo, pero no sabía qué. Lo único que sabía era que mi hijo ya no era el mismo: casi no hablaba, se mantenía distante, no quería que yo me acercara y ni hablar de su padre, de él huía.

Él me aseguró que nuestro hijo sólo lo hacía por jugar, pero ya era demasiado constante, al punto que llegué a sospechar de que cosas malas pasaban entre ellos cuando yo no estaba.

Poco a poco, la salud de mi hijo comenzó a empeorar, estaba perdiendo mucho peso, no quería comer, tenía pesadillas todas las noches y por el día siempre se veía falto de energía; muchas veces sus desechos traían sangre y eso fue lo que me terminó de alarmar. Él tenía marcas en su cuerpecito que antes no, moretones pequeños y rasguños. Le pregunté a mi esposo por eso y aseguró que Terrence mismo se los hacía cuando jugaba. Fui una idiota y le creí.

¡Cómo pude ser tan tonta!

Un día, fin de semana, me encontraba en casa con mi pequeño mientras mi esposo iba a buscar trabajo. Recuerdo que él estaba jugando en la sala conmigo, él era un súper heroe y yo la dama en apuros, pero en un momento, mientras él corría por la sala, cayó al suelo de la nada, totalmente inconsciente.

"—¡Oh, Dios mío! ¡Terrence!" grité aterrada, corriendo hacia él. Lo tomé entre mis brazos, no despertaba.

Me alarmé y corrí a mi auto con él en mis brazos. Conduje a toda prisa al hospital, cometí varias infracciones pero nada de eso me importó, necesitaba socorrer a mi bebé. Entré al hospital, por mi estado de alteración me tomaron rápido en cuenta y pasaron a Terrence a urgencias, por supuesto que fui con él.

Lloraba desconsolada en el consultorio, mientras examinaban a mi bebé. Luego de la revisión el doctor me reveló que lo que Terrence tenía era una enfermedad de transmisión sexual, además de anemia por no querer comer y se había agravado tanto que no estaba seguro de que fuera a despertar.

Mi mundo se desmoronó, no podía creer lo que decía, había perdido a mi hijo y sabía quién era responsable. Levantaron una investigación en mi contra, al igual que para mi esposo, pero él se dio a la fuga y nadie pudo capturarlo. Se demostró mi inocencia y justo ese día, mi pequeño falleció.

Destrozada y enfurecida, me di a la tarea de buscar al maldito que me arrebató a mi hijo. Fue así como conocí a Roger, un hombre triste y amargado que vagaba por la vida con el corazón hecho pedazos, al igual que yo.

Roger había perdido años atrás a su esposa, su hija y a una segunda que estaba en camino, cinco meses de embarazo, todo por un asalto que salió mal. Su mayor arrepentimiento era que no estuvo ahí para impedirlo.

Nos hicimos buenos amigos, con el tiempo descubrí que Roger guardaba un macabro secreto: se dedicaba a cazar criminales de todo tipo. Era su venganza hacia el crimen por haberle quitado todo lo que le importaba en su vida.

Le conté la historia de mi vida y sobre la búsqueda que había emprendido para cazar al maldito con el que me casé, él me escuchó atento e hizo algo que jamás imaginé: se ofreció a ayudarme. Pasábamos mucho tiempo juntos, cazando y torturando personas, eso hizo que mi cariño hacia Roger creciera y de ahí en adelante nuestra cercanía se hizo más y más fuerte, hasta que nos enamoramos, meses después nos casamos.

A los meses, se nos unió mi hermano menor, Logan, al enterarse de lo que me había pasado; estaba furioso, siempre fue muy protector conmigo.

Los tres juntos andábamos de barrio en barrio, de ciudad en ciudad, cazando criminales. Al cabo de un año logré encontrar a mi ex esposo y estaba lista para hacerlo pagar por todo. No tuve piedad de él, lo mejor de todo fue la satisfacción de ver cuánto sufría en mis manos, ya que así sufrió mi bebé. Una vez logrado mi objetivo, me juré velar siempre por el bienestar de los inocentes, hacer lo que las leyes no hacen. Esa sería mi Venganza Eterna.

Luego de tres años de estar en la cacería y de trabajar como maestra de preescolar, conocí a Ethan y era el pequeño más tierno que había conocido en años. Me asombraba su tamaño ya que para tener siete años, se veía como de cuatro.

Ethan me recordaba mucho a mi hijo y eso fue lo que me enamoró, ese amor que sólo una madre puede entender. Su dulzura, su belleza, era casi idéntico a mi hijo, físicamente y en su forma de ser y de hecho, si Terrence no hubiera muerto, ellos dos tendrían la misma edad. Pero al igual que con mi hijo, Ethan manifestaba actitudes muy diferentes a las de otros niños de su edad, eran comportamientos que ya había visto antes y eso me alarmó.

Decidí hablar con Roger y Logan para idear un plan y darle seguimiento a Ethan, fue así como descubrimos lo que le hacían y decidimos intervenir, llevamos a Ethan al orfanato al día siguiente, explicando lo que pasó, por supuesto que no les dijimos la verdad. Tiempo después, recibí una llamada de la directora del orfanato, amenazándome con tirar a Ethan a la calle si no me lo llevaba; pero para mí no fue ningún problema adoptarlo.

Desde ese día en adelante he cuidado de él como si hubiera salido de mi vientre. Y siempre lo veré como mi hijo.

Mi pequeño Ethan...

Ethan [Psycho #1] [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora