LX: Lazo Inquebrantable.

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—Hola, ya regresé.—anuncio mi llegada, cruzando al interior de la casa, pero no hay respuesta.

Ah, claro. Hoy todos trabajan hasta tarde...

Recuerdo y cierro la puerta a mis espaldas.

Cuelgo las llaves en el adorno de madera con forma de hámster que mi padre hizo totalmente inspirado en el Señor Mejillas, al cual de hecho debo ir a ver cómo está. Ha estado muy decaído las últimas semanas, temo que se haya enfermado con algo o quizás es por la edad, ya que vive con nosotros desde hace cuatro años y según los veterinarios, lo máximo que viven son tres años.

Subo las escaleras y me dirijo a mi habitación. Abro la puerta, dejo mi mochila sobre la cama y me acerco a la jaula del Señor Mejillas.

—¡Hola, hola, mi viejecito!—lo saludo con voz chillona—¿Cómo te encuentras hoy, mi pequeño amigo peludo?

Me inclino un poco para mirar más de cerca la jaula, él está acostado en un rincón de la misma, parece estar dormido.

—Señor Mejillas, dormilón, ¡ya levántate, amor!—le hablo como a un bebé, pero no hace nada, frunzo el ceño, mi corazón comenzando a acelerarse—¿S-señor Mejillas?

Por favor no...

Me apresuro a abrir la jaula.

—Oye, por favor haz algo, me asustas.—suplico, mi voz comenzando a quebrarse—No es gracioso, Señor Mejillas, levántate.

Meto mi mano en la jaula y trato de alcanzarlo, pero al tocarlo con la punta de mis dedos puedo notar que está helado y un escalofrío recorre mi cuerpo.

—Ay, no...—musito, las lágrimas me invaden. Introduzco ambas manos dentro de la jaula y tomo al Señor Mejillas, su cuerpo está completamente tieso cual roca.

Lo levanto y lo acerco hacia mí, le doy la vuelta para ver su carita, pareciera que sólo duerme, pero no es así, él ya no está aquí.

Rompo el llanto al mirarlo.

—No...—murmuro, mi voz afónica—Ay, mi pequeñito, te fuiste y no estuve aquí contigo.

Camino con él entre mis manos en dirección a la cama y me siento en el borde de la misma, acariciando el cuerpo sin vida de mi hámster. Las lágrimas brotan sin cesar, sollozo con el corazón estrujado de dolor.

—Mi viejecito, ahora ya estás en mejor vida.—continúo acariciándolo—Gracias por quedarte conmigo tantos años y traerme tanta felicidad, fuiste el mejor compañero de cuarto que pude tener. Ahora ya por fin descansas.

Mi voz se quiebra de nuevo y lloro con desconsuelo.

—Te voy a extrañar mucho.—beso su cabecita fría.

Él no era sólo un hámster para mí, era mi amigo, mi confidente, mi compañero de aventuras. Con él daba paseos y jugaba por las tardes después de la escuela, lloraba a su lado cada vez que tenía un mal día y él sólo se acostaba junto a mi cabeza para hacerme compañía. Sabía que este día llegaría, pero nadie nunca me advirtió cuán doloroso es perder a una mascota, porque no son sólo animales, ellos se convierten en familia.

Continúo llorando por varias horas y luego regreso al Señor Mejillas a su jaula. Aún no puedo deshacerme del cuerpo, el resto de mi familia también debe despedirlo. Así que mientras llegan, me cambio mi uniforme por mi ropa de pijama y bajo por un poco de agua a la cocina, la necesito por lo mucho que lloré.

Al cabo de aproximadamente una hora, escucho la puerta abrirse, mientras estoy en mi habitación.

—Kayla, cielo. Ya llegamos, ¿cómo te fue?—saluda mi madre y corro de inmediato, bajo las escaleras y me abalanzo a sus brazos, ella me recibe y estallo en llanto una vez más.

Ethan [Psycho #1] [EN EDICIÓN] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora