México, ciudad de Puebla
Estoy sentada en una banca del parque que está cerca de mi colegio, leyendo un libro, aquí se siente tanta tranquilidad, que me niego a emprender mi camino a casa.
Me pierdo en las páginas de este libro, al imaginarme los escenarios, y sobre todo ese mundo utópico, donde existen dragones, jinetes que surcan por los aires con estos e invocan hechizos.
Siento una mirada penetrante, por lo que tengo que desviar mi atención del libro, busco a la persona que me mira. Al girarme hacía mi izquierda, a tan solo un par de bancas, me encuentro con la mirada traviesa de aquella niña, bueno, ya ni tan niña, sonríe y sus mejillas se tornan en un rosa que acentúa más su piel canela, desvía sus ojos miel, resoplo y me levanto para caminar hacia ella.
—Es de mala educación quedarse viendo a las personas cuando están en sus asuntos —me siento a un lado de ella.
—Di- disculpa —tartamudea, sus mejillas y oreja se ponen más rojas.
—¿Qué haces aquí pequeña? —llevo mi mano a su hombro y le doy un ligero apretón.
—No soy pequeña —me contesta un poco alterada. —Se cuidarme sola.
—En parte tienes razón, ya no estás pequeña, te has dado un buen estirón, que ya me cruzaste —le pico la mejilla con mi índice derecho, haciéndola sonreír.
—El Danonino, si hizo efecto en mí —me dice divertida.
—¿Me dices enana?
—Yo nunca dije eso, esa fuiste tú Esther.
—Lo diste a entender —le digo divertida.
Se gira y me mira conteniendo una risa, hasta que finalmente me sonríe mostrándome sus dientes, se mira adorable, le pellizco las mejillas, por lo que se queja.
—Bueno, ¿ya me dirás qué haces aquí? —desvía su mirada y se queda seria.
—No quiero ir caminando y que me digan cosas los del colegio.
—¿Qué te dicen Emma?
—Cosas feas, que no quiero repetir —frunce su entrecejo.
—Sabes que siempre puedes buscarme y yo te defenderé, ¿verdad? —ladea su rostro observándome como si me analizara.
—Lo sé —asiente varias veces.
—Vamos, te acompaño a casa —me levanto y le extiendo mi mano para ayudarla a levantarse.
—No me debes tratar como una niña pequeña, ya tengo 14 —me contesta entrelazando nuestras manos.
—Eres como mi hermanita y siempre te voy a cuidar.
La halo para que camine junto a mí, en serio que está muy enojada y necesito darle vueltas al asunto para descubrir lo que le aqueja, siempre es así cuando está en este estado, contestona con su pizca de rebeldía.
—Solo me llevas unos años y solo porque me conoces desde que tenía 7, no quiere decir que siempre seré una niña.
—Pero que rebelde andas el día de hoy —la molesté.
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Prohibido amarnos
RomansaTodo el caos en la vida de Esther, comenzó un domingo cualquiera, cuando iba de compras a una plaza comercial de la ciudad de Puebla. A partir de ese día su vida haría catarsis por ese encuentro tan casual. Nunca se imaginó que comenzaría a cuestion...