31 Confesiones

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Emma

Entramos al recinto donde es la convención de Esther, es un lugar muy grande y en el que ya hay varias personas reunidas, grupos que se saludan alegremente, veo a todas partes analizando la situación.

Este no es mi ambiente, una parte me hace sentir un tanto cohibida, y otra un tanto altanera cuando varias personas, bueno mujeres, me miran de arriba hacia abajo, analizando mi vestimenta.

<<Si vieran los tatuajes, se espantan.>>

Gente hipócrita, insisto, aquí en su mayoría, se encuentra personas que se dan aires de buenas personas, cuando en la realidad son lo peor.

—Emma —Esther me susurra, sacándome de mis pensamientos.

—Corderito —dulcifico mi voz para dirigirme a ella.

—Tengo que ir a saludar al pastor Carlos, es conocido de mis padres. Si se enteran de que no lo saludé me van a reñir —revira los ojos.

—Que fastidio —ladeo mi sonrisa.

—Bastante, nunca me ha agradado —me hace un gesto de enojo.

—No te preocupes amor, me tienes a tu lado para defenderte —le susurro al oído.

—Siempre me siento segura a tu lado, mi lobito —me abraza y me habla al oído.

Esther toma mi mano y me jala entre la multitud, tal parece que nos acercaremos a un grupo con una media de diez personas y escuchan atentamente a un hombre que viste un traje negro con camisa blanca y corbata roja, le calculo unos cincuenta años. Ese debe ser el pastor Carlos.

—Buenos días —saluda Esther al llegar a ese grupo.

Me suelta y veo como saluda a cada uno, hago lo mismo que ella, no soy mal educada, menos frente a mi mujer.

—Pequeña —le habla el señor.

La mira con cierta lascivia, logro notarlo en sus ojos y esa sonrisa asquerosa, esto no me gusta para nada, sé que ella es demasiado hermosa, pero verla de esa manera, se está pasando de la raya.

—Pastor —le da la mano para saludarlo y este hace el intento de jalarla.

Antes de que logre su cometido, me interpongo para evitar que logre su objetivo e incomode a mi corderito.

—Buen día, pastor —aparto sutilmente a Esther dejándola un poco detrás de mí y le extiendo la mano para saludar al tipejo.

—Buen día, señorita —me ve con mala cara.

—Es un placer que hayas venido, Esther —instintivamente me quedo en medio de ambos protegiéndola.

—Gracias, pastor —su voz suena tímida.

No me gusta que este tipo logre intimidar a Esther, hacerla sentir como cuando un depredador está acechando a su presa, lista para ser devorada. Aprieto mi mandíbula conteniendo mis palabras, mis pulsaciones se aceleran, me preparo para darle un golpe de ser necesario.

—Terminando mi predicación, haré una comida en mi casa, para que asistas con tu amiga —me mira de arriba a abajo el tipo.

Aprieto mi puño conteniendo mi enojo, y frunzo mi frente, siento los dedos de Esther en mi antebrazo, me jala a ella y me toma del brazo, pegándome a su cuerpo.

—Gracias, pero ya tenemos un compromiso, tal vez en otra ocasión —le dice Esther agarrándome fuerte el brazo como temiendo que me le abalance al tipo.

—Claro, claro, les hablare a tus padres para hospedarte en mi hogar, ya sabes que eres bienvenida, hija —esto no me gusta para nada.

—No es necesario, gracias —le contesto —. Esther se está quedando en mi departamento, sus padres me la encargaron y no pienso faltar a su palabra.

Prohibido amarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora