33 Sentimientos

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Emma

Como no amar a esta mujer que tengo frente a mí, cuando todas sus palabras y acciones, me indican lo mucho que me ama. Mas allá de su belleza, cada palabra de validación, su apoyo incondicional, que tiene a mí, va sumando en cada cosa que amo de ella, su personalidad tranquila e introvertida, es un balance con la mía, que es extrovertida e imperativa.

Detallo su rostro, aprovechando que está plácidamente dormida y los primeros rayos de la luz del Sol se cuelan por la ventana, iluminando su rostro y su cuerpo desnudo que solo lo cubre una sábana.

Sus labios entreabiertos y su respiración profunda me dan una tranquilidad, que solo me quedo admirando su belleza, cuando comienza a moverse, me acerco para abrazarla y entierra su rostro en la curvatura de mi cuello, solo suspira y se abraza a mi cuerpo, tan fuerte como temiendo que me aleje.

—Tranquila mi amor, aquí estaré siempre para ti, te amo, Esther —beso su frente.

Su agarre se relaja y siento como su respiración se hace más lenta y profunda, creo que estaba teniendo una pesadilla, acaricio su espalda y me doy permiso de sentir su piel con la yema de mis dedos, trazando pequeñas figuras imaginarias.

Un fuerte suspiro sale de mis labios, mientras mis dedos no dejan de acariciarla, ella tan solo se acurruca entre mis brazos y yo busco ser la guardiana de sus sueños, quiero darle tranquilidad y que nada la perturbé, beso su frente innumerables veces.

Me quedo en esta posición a pesar de que mi brazo se me está durmiendo y todo por no despertar a Esther, no quiero interrumpir su sueño y mucho menos quiero que este lejos de mi cuerpo es tan reconfortante tenerla así junto a mí.

—Amor —su voz suena ronca.

—Sí mi corderito —siento como se remueve entre mis brazos, pero no hace el intento de alejarse.

—¿Qué hora es? —se acomoda mejor en mi pecho.

—No tengo idea, pero de que ya amaneció, eso es seguro —suelto una risa.

—Eso no me sirve —su mano la lleva a mi abdomen.

—Ahora me levanto y voy a ver la hora, porque mi princesa necesita saber —intento levantarme.

—No —termina de abrazarme por la cintura y me impide levantarme.

—Esther, necesito levantarme para decirte la hora, amor mío —acaricio su hombro.

—No, quiero que sigas aquí acostada conmigo —me hace un puchero y acaricio su mejilla.

—Está bien, mi amor, aquí me quedaré, no iré a ningún lado —me vuelvo a acomodar en la cama.

Ella acaricia mis mejillas y luego se apodera de un mechón de mi cabello con el que comienza a jugar, nos quedamos en completo silencio, para nada incómodo. Solo se escucha nuestras respiraciones y los ruidos externos a la habitación, esos de la ciudad.

—Tengo hambre, lobito —su estómago ruge.

—Ya escuché —la miro y está sonrosada, entierra su rostro en mi cuello.

—Voy a darme un baño para ir a desayunar —habla en mi cuello y mi piel se eriza.

Observo como se levanta y la sábana que cubría su cuerpo, resbala dejándome observar su desnudes y ese cuerpo que he recorrido innumerables veces con mis dedos y labios. El deseo de hacerla mía siempre está ahí, y en este momento la llama se enciende, nunca me cansaré de hacerle el amor y fundir mi cuerpo con el suyo, soy insaciable de ella.

Veo su caminar y ese vaivén de sus caderas que me dejan completamente hipnotizada, perdiendo la maravillosa vista hasta que entra al baño, que es cuando comienzo a debatirme entre seguirla o no, pero mi calentura gana.

Prohibido amarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora