29 Posesiva

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Esther

Estoy compartiendo un maravilloso momento con Emma, platicando de sus futuros proyectos, por el momento son sueños, con lo determinada que es, sé que logrará realizarlos y establecer esa cafetería que tanto anhela.

Las cosas cambian cuando comienza ese juego de seducción que me lleva a la provocación, hago mi mayor esfuerzo por seguirla, pero cuando susurra a mi oído que me hará el amor con locura, todo mi interior se estremece.

Con mi mano derecha me sostengo, para guardar mi compostura, mis mejillas me arden de lo rojas que ya deben estar y su mirada de goce con ese brillo de seducción no se aparta de mis ojos.

Ella ha ganado y me tiene rendida a su completa satisfacción, todo lo que me quiera hacer, la dejaré tomarme para que posea mi cuerpo y alma.

Todo iba tan bien, hasta el momento que aquella mujer le habló, quitando su atención de mí, y no me había molestado, hasta ver la manera descarada que le coquetea a mi Emma, y es cuando en mi interior un calor me invade, instalándose en mi pecho.

No le quito la mirada de encima más cuando le reclama por no venir antes y tener un encuentro, mi enojo se eleva, haciéndome verla con la mayor seriedad, y esa parte de mí que desconocía hasta el día de hoy, sale a flote.

¿Estos son los celos?

—Me imagino que tu amiga —esas palabras me hicieron apretar mi mandíbula, quedando mi semblante más serio.

—Esther, ella es María la ayudante del chef y una vieja amiga —Emma hace el esfuerzo de relajar el ambiente.

—Hola —le digo lo más seca. —No soy su amiga, soy su... —recalco, —soy su... soy su mujer —contestó con seguridad.

Quiero que sepa que Emma es mía, y que no puede andarle coqueteando como si yo no existiera, debo aclararle las cosas en claro a esa tipa, no soporto la idea que otras manos la agarren, siquiera la toquen de manera cariñosa, que no sea yo.

—¿Tú mujer? —le pregunta incrédula a Emma.

Emma me mira fijamente, su rostro está sonrosado y sus ojos abiertos de par en par mostrando sorpresa, y sus labios que abren y cierran sin emitir algún sonido, me indica que se puso nerviosa. Solo levanto mi ceja esperando su respuesta.

—Sí, mi mujer —le contesta al pasar su brazo por mis hombros y deja un beso en mi mejilla.

—Cuida muy bien a Emma, que hay una fila muy larga esperando por ella —me dice con malicia.

—Y seguirán esperando, porque no pienso dejarla —entrelazo mi mano con la de Emma.

Hace una mueca y me mira de arriba hacia abajo, como queriéndome hacer sentir inferior, solo me calmo al juguetear con los anillos de Emma.

—Bueno María, un gusto verte después de tantos años, pero ahora si me disculpas, estoy en una cita con mi chica y no quiero perder el hilo de nuestra conversación —mi ego se infló al escuchar a Emma decirle esas palabras a esa tipa.

—Antes de que te vayas de la ciudad, pasa a saludar —se acerca para dejar un ligero apretón al hombro, le guiña el ojo y se va.

Inhalo y exhalo lentamente, para no estallar, Emma no tiene culpa que la sigan las tipas resbalosas y que no respetan mi presencia.

—Amor —susurra.

La miro y creo que aún tengo mi cara de enojo porque Emma hace una mueca un tanto graciosa, además de que sus movimientos para acercárseme son sigilosos.

—¿Sabes que te amo tanto? —me toma de la mano que está sobre la mesa.

—No me hago la idea —le hablo sin emoción, voy a jugar un poco con ella.

Prohibido amarnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora