9. La pérdida.

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«Y ahora es tan claro para mi, que todo lo que ves no siempre es lo que parece. Estoy despierta. Estuve soñando por tanto tiempo.»

Beth había olvidado el gusto amargo que podía tener la soledad. Lo fría que se sentía. Lo incómodo que era tenerla. Beth no solo se sentía sola, lo estaba. Se sentía nostálgica, recordando los momentos felices que parecían interminables allá en Irlanda; el fresco de la noche, el calor del día, la compañía. La familia.

Beth podía verse de joven cuando se miraba en el espejo. Y se preguntaba cuando se había dejado convertir en eso, que ahora odiaba. Cuando estaba sola, sus dedos recorrían sus costillas, sus ojos miraban enamorados la forma en la que la piel se pegada en sus huesos. Más ahora, tiempo después, siendo no solo una mujer, sino también una madre, se miraba y después de tanto tiempo odiaba lo que veía.

Odiaba lo que sentía.

¿Niall había cambiado por su peso? ¿Podría ser posible que él también extrañara como se veía antes?

Ese medio día, Niall tampoco había llegado a comer. Siempre tenía una excusa para cada día. "Tengo trabajó", "Pinché una rueda", "Voy a comer con amigos". Beth por lo general no decía nada. Aceptaba todo lo que Niall le decía y le creía. Decía te amo sin tener respuesta, le recordaba que lo extrañaba y a cambio solo recibía un yo también lleno de cualquier sentimientos menos el que ella necesitaba. Beth se había acostumbrado a tener un plato menos en las mesas, pero sus hijos no. Ellos preguntaban a menudo por el puesto vacío en la mesa, pero tal y como hacía Beth, ellos creían lo que les dijeran o pretendían hacerlo. A veces Beth tenía la sensación de que hasta sus hijos le tenían lástima ¿Y quién no le tendría lástima? Si cada día que la miraban, lucía peor que el día anterior.

Beth a veces intentaba mantenerse al margen. Estar bien. No ser paranoica. Pero entonces miraba el reloj, y miraba el otro lado de la cama. Niall faltaba. Faltaba sus manos tibias, sus besos perozos, sus tobillos rozando los suyos, la insistencia de querer tomar su cuerpo una segunda vez. Faltaba ese calorcito al que le había agarrado cariño. Al que se había acostumbrado. Al que necesitaba.

Beth supo hacía dos meses que esperaba un par de gemelos. Y todavía no encontraba la ocasión perfecta para decirlo; porque Niall llegaba tarde o cansado, o no tenía ganas de hacer otra cosa que no fuera dormir. A veces sentía que la culpaba por la vida que llevaba, porque no hace mucho, sino hace un par de años, había oído (y visto) lo que amaba la música. Niall había tenido que renunciar a mucho, y quizás al principio no lo hacía notar mucho, pero conforme pasaba el tiempo, más notorio era.

¿Que diría si se enterara que llevaba otro par de gemelos adentro? La duda la había llevado a provocarse el vómito para no aumentar de peso, para que no notara el cambio.

No quería seguir fastidiando su vida.

Niall llegó horas después. Una hora antes de que los gemelos hayan ido a visitar un museo en compañía de sus abuelos, y dos horas después de que Beth vomitara por la náuseas que la comida de ese día le había provocado.

Niall entró suspirando a la casa. Beth se le acercó con esa sonrisa que siempre tenía en los labios para él; con los brazos abiertos y dispuesto a abrazarlo si había tenido un mal día. Tenía ese discurso preparado, el que nunca le decía, para levantarle el ánimo. Los besos para saludarlo. Los te amo atorados en la garganta. Los ojos bien abiertos para apreciar lo guapo que se veía con los cabellos ahora castaños, y sus ojos resaltados por el traje azul que siempre vestía en el trabajo.

- Hola amor ¿Qué tal el trabajo?

Era la pregunta habitual, la que ingenuamente hacia cuando creía que podía decir eso que siempre tenía cada tarde para decirle. Sin embargo, cada tarde, cuando más tarde llegaba Niall, más frío era el recibimiento. Niall esquivaba sus besos, ignoraba su sonrisa y hacia oído sordos a sus palabras. Beth se había acostumbrado de cierta forma a eso, al tacto frío y doloroso por parte de Niall y a los fugaces momentos de calor.

- Estoy agotado -respondió, aflojando su corbata. Pasó a su lado directo hacia las escaleras -. Luego comeré. No tengo apetito.

Beth en otra ocasión, hubiera asentido automáticamente a lo que decía. Sumisamente lo hubiera dejado de ir, sino fuera porque esa mañana, cuando Niall había aflojado su corbata, pequeñas manchas púrpuras comerazon a dibujarse en su cuello. Marcas de amor que ella no había hecho, la última vez que lo había tocado, había terminado en ese embarazó accidental que ahora lamentaba. Porque Niall ese día, olía a una sutil fragancia de cítricos que no le pertenecía.

Y mucho menos a ella.

- ¡¿Qué tenés ahí?! -preguntó, subiendo esos cinco escalones que Niall había subido para detenerlo del cuello del saco dejando más en evidencia, lo que tanto temía. Lo que dolía. Lo que ardía.

Niall lo entendió pocos segundos después, cuando Beth todavía miraba su cuello. Niall tapó automáticamente la zona pero Beth nunca tuvo tanta fuerza como ese día; le quitó la mano para mirarlo más de cerca, solo que esta vez, había lágrimas mojando sus mejillas.

- Explícame esto -pidió cuando encontró voz; cuando el dolor que parecía cercenar su corazón cesó por escaso segundos para volver multiplicado por cien.

- No es nada, esto lo hiciste tú -Niall se mostró resentido mientras intentaba quitarse a Beth de encima -. Sueltame que necesito ir a dormir.

- ¡Explícame esto!

Beth no supo que pasó ni cómo ni por qué. Pero en algún momento, Niall la había empujado por las escaleras. Quizás sin intención, o quizás queriendo, Beth solo pensaba en lo dolorido que se sentían sus huesos al momento de chocar con un escalón y luego con el otro.

Hasta que estuvo en el piso. Y fue peor cuando notó la mirada aterrada de Niall; fue cuando ella miró también realmente lo que pasaba.

Ahí había sangre, manchando su ropa, la alfombra, sus dedos.

Y lágrimas en sus ojos.

***

Beth despertó luego de ser cedada. Comenzó a gritar cuando llegó al hospital. Fue peor cuando le dijeron que no había mucho que hacer, que su embarazo se había perdido, porque siempre había sido de alto riesgo por razones que Beth no recordaba.

Pero si recordaba como se sentía la noticia. Cómo le había quemado las entrañas saber que no conocería el rostros de sus bebés, de saber que no escucharía sus voces, ni vería sus primeros pasos. Tampoco sabría si serian dos niñas, dos niños o uno y uno. No los amamantaria. No vería si se parecen a ella, a Niall, o un familiar. No los vería crecer.

No los tendría en brazos. No les cantaría. No los tocaría.

Beth comenzó a soltar lágrimas mirando el techo. Comenzó a sollozar en silencio, mientras una mano tocaba su vientre y la otra apretaba la sábana de la camilla con fuerza. Porque dolía. Quemaba. Ardía.

Beth pidió no ver a Niall. Ni tampoco el dia siguiente ni el que le sucedió. Estuvo varios días internada por razones que nunca escuchaba. Porque la vida había perdido el sentido desde esa mañana. E hizo lo que ningún psicólogo debe hacer.

Analizarse.

Y llegó a la conclusión de que la vida no estaba hecha para ella.




Save me from The Dark » Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora