24. Poder decir adiós, es crecer.

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«Viene en olas, cierro los ojos, aguanto mi aliento y dejo que me entierre»

Se habían enamorado prematuramente en un pasado, que ahora parecía lejano, casi inexistente. Un nutricionista enamorado de un anoréxico aún sabiéndose casado. Su historia estaba condenada desde un principio pero no quisieron verlo. Esas cosas no se notaban cuando estaban juntos y todo tenía un sentido. Harry amaba a Louis casi tanto como Louis amaba a Harry. Ignoraron lo que les esperaba. Al final, el que sufría de anorexia se recuperó, y el nutricionista se quedó con él, porque sentía en los huesos, que él era el indicado. Y no sé equivocó, al menos, no en los primeros años. El amor fue creciendo día a día, y tal como los grandes romances de la historia, el suyo estaba destinado a la tragedia desde el principio.

Louis no tenía fuerzas, ni tampoco las ganas para seguir aferrándose a una vida que no sabía vivir; que no quería. ¿Es que solo para eso existía? ¿Para vivir de pesadillas y ser el títere de demonios imaginarios? Se había cansado de tener que llorar, postrarse en frente del retrete cuando pecaba y se dejaba seducir por la tentación de comer caloría tras caloría. Odiaba tener que ver a un William cada vez más aterrador y tener que fingir el cuento de una familia feliz que hacía tiempo había muerto. Todos querían algo de él. Harry quería un esposo todavía a su lado, sus hijos un padre cuerdo, Stan su cuerpo… y nadie había tenido la delicadeza de preguntar que era lo que quería él.

Quizás, porque la respuesta siempre era la misma. Pero nadie la aceptaba. La veían descabellada.

No obstante, no era sano seguir viviendo de esa forma. Sin control, hundiéndose en la más miserable tristeza. Todo a su alrededor se caía y él parecía ser el único que lo notaba, que veía la sangre y sufría el desastre.

Y nadie le preguntaba porque sufría tanto. No era solo la traición de Harry, era el pasado que nunca se iba. Las voces, las pesadillas, la inseguridad pero también el dolor infinito en los huesos.

La habitación seguía hecha un caos cuando regresó, temprano en la mañana del día siguiente. Harry no había tenido tiempo de limpiar o quizás, no estaba listo para volver a ver los cristales rojos esparcidos por el piso. Louis casi podía jurar que lo había hecho a propósito, para que recordara que había estado recostado sobre ese charco de sangre seca, casi a punto de morir, pero una vez más, había frustrado sus planes.

— ¿Vas a comer? -preguntó Harry al otro lado de la puerta y Louis automáticamente se tensó.

Louis moría de hambre. Comenzó a mover nerviosamente los dedos sobre su regazo. Tenía un sí atorado en la garganta que callaba porque al lado de la puerta, estaba la esquelética figura de Ana mirándolo despectivamente. Casi podía oírla, aunque no hablara ni moviera los labios.

Gordo. Cerdo.

— No -contestó tragando saliva y su estómago rugió. Ana sonrió gracias a esto y caminó hacia la ventana y luego, se esfumó.

— Louis aunque sea bebe un té… el doctor dijo que…

— Se lo que dijo el doctor, pero no tengo hambre.

Mentía, sabía que Harry lo sabía. Después de todo, todo lo que había comido había sido una galleta sin sal y algo de verduras hervidas en el hospital ayer luego de despertar de su casi suicidio. Luego su estómago estaba completamente vacío y hambriento.

Escuchó a Harry suspirar, y acto seguido, la puerta se abrió. Harry primero miró el charco de sangre seca en el piso y las fotos y los cristales teñidos de rojo. Tomó la decisión de entrar y cerrar la puerta tras de sí. Luego entró e ignoró olímpicamente el sonido que hacían sus pies cuando pisaba los cristales.

Se sentó a los pies de la cama y Louis lo miró curioso.

— Creo que nos debemos una charla.

El tono tan tranquilo que usó, encendió una señal de alerta en Louis. Conocía de sus cambios bruscos y repentinos de humor.

— Eso creo -murmuró evitando dejar en evidencia lo atemorizado que estaba.

— ¿Esto es lo que quieres? -preguntó Harry, sin mirarlo. Aunque quería, no podía quitar la mirada del charco rojo — ¿Se acabó y ya?

Ponerlo de esa manera, quizás no era la mejor. Louis intentaba mantenerse lo más distante y frío del tema pero el tono de su voz, el maldito y manipulador tono de su voz,logró con su cometido. Louis comenzaba a sentirse angustiado otra vez.

— Si -dijo y se preguntó si su voz había sonado firme o había sido otro fracaso.

— Pero yo no lo quiero -murmuró, casi de forma inentendible. Apretó sus ojos con sus dedos para eliminar las lágrimas pero tuvo el efecto contrario. Comenzó a llorar y no podía detenerse —. Louis, no me pidas que acepte así como así esto. Te amo… sé que la he jodido pero esta no puede ser la solución… por favor… amor -le miró —, no me hagas esto.

Louis le corrió la mirada. Sabía de ese vil truco para manipularlo. No le daría la satisfacción de hacerlo.

— No te pido que lo aceptes, pero tienes que entender que este es nuestro límite. Yo ya no soporto vivir así y se que tu tampoco. Seamos adultos.

— ¿Me quieres? -preguntó — ¿Aún me quieres?

— No -mintió pero le miró a los ojos para convencerlo de ello.

Fue Harry quién también se cansó de seguir apostándole a un amor que ya no tenia futuro. Tiró la toalla y sin pronunciar más palabras, se puso de pie y salió de la habitación. Si esa era su decisión, no estaba en sus manos hacer que Louis cambiará de opinión. Intentó ser maduro y aceptar la situación, por más que su corazón le gritara desbocado que se diera la vuelta y lo convenciera de internarlo una vez más. Le había dado mil motivos para irse, pero tenía mil y un motivo para que regresara... no obstante, conocía a ese futuro ex esposo que tenia; era más fácil tocar el sol que hacer cambiar de opinión a Louis.

Solo había que decir adiós, porque es parte de crecer.

Porque no había forma de reparar el daño, porque a esas alturas no culparía a Louis si lo odiaba. Porque aunque dolía, sabia que ya no había marcha atrás.

Save me from The Dark » Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora