Capítulo 23

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Tord era tan solo un niño cuando se enteró de que Edd y Matt eran realmente idiotas.

Había tratado repetidas veces de hacerles ver la realidad, que Tom no era normal, que sus padres no eran una piña y una bola de boliche, que eran puras mentiras para llamar la atención. Y no le daba miedo ser cruel al decir la cruda y triste verdad, de que Tom, no tenía padres.

El estúpido huérfano lo sacaba de quicio, porque creía fielmente en su propia mentira, era inútil al momento de aprender cosas, la maestra tampoco se esforzaba en enseñarle, y Tom no quería aprender. Era increíble, porque tan sólo se llevaban un año, pero Tom era mucho más pequeño y tonto que él.

Y Edd que sólo le sacaba un año a Tord, prefería creerle al huérfano que nisiquiera sabía lo que era el sexo, le daba miedo hablar con los demás niños, pasar al frente de la pizarra y los insectos. Era estúpido, pero Edd lo era mucho más.

Es por eso, que un día, decidió dejar de molestarse por la idiotez del ser humano, y dejó de intentar corregirla. Más bien, se aprovechó de eso.

Encontró la manera de siempre molestar a Tom, hacerle crueldades como comer piña al frente suyo, mimar a sus propios padres para provocar la envidia de Tom, romperle su único juguete, presumir sus dibujos con Edd para opacar los de Thomas, resaltar académicamente, y ser todo lo que Thomas quería ser.

Era cruel, y doloroso, porque Tom era tan solo un niño introvertido que amaba a sus amigos, y Tord, ocupaba su tiempo en tratar de opacarlo y hacerle ver lo basura e inútil que era por haber sido seguramente abandonado por sus padres.

Cuando los padres de todos los niños del pre-escolar iban a buscarlos para llevarlos a sus casas, Tord siempre prefería quedarse un rato más para ver lo triste y solitario que se veía Thomas cuando Edd y Matt se iban. Ya estuviera soleado o lluvioso, nadie venía a buscarlo, y siempre era la misma escena de Tom sentado en una banca, con su peluche entre brazos, mirando el suelo y moviendo sus pies colgantes de su asiento, hasta que la lluvia parara, o decidiera simplemente irse.

Nunca vió a dónde se iba luego de clases, pero cuando su propio chofer llegaba en el largo auto negro y Thomas lo observaba, Tord abrazaba la pierna del hombre, y le gritaba lo mucho que lo había extrañado, llamándolo "papá". Aveces, los ojos de Thomas se llenaban de lágrimas, y otras veces, volteaba la cabeza. Tord sabía que Tom sabía que su padre no era una piña, pero con el tiempo, logró notar que esa ilusión crecía cada vez más para el niño huérfano.

Nunca se aburría de observar aquel triste y débil rostro. Quería golpearlo, apretar sus mejillas hasta que se le cayeran de la cara, o incluso morderlo, aprovecharse de su debilidad y estupidez.

Cuando le pasaba por al lado, estiraba su pie para hacerlo caer, y siempre lo lograba. Los demás niños se reían, y Tom lloraba, se levantaba y corría lejos.

Cuando jugaban en la casita del patio, todos se subían al techo, y Tom era el único que se quedaba abajo, para recibir las burlas de sus compañeros por su baja estatura y torpeza al intentar escalar. Lo que más desesperaba a Tord, es que Thomas no se rendía. Trataría de subirse al techo de la casita las veces que fueran necesarias hasta finalmente lograrlo, pero lo único que lograba, era pasar vergüenza, e incomodar a Edd y a Matt, que solían mirarlo con pena, y aveces se bajaban para ayudarlo, pero Thomas, entre lágrimas, rechazaba cualquier ayuda, y volvía a intentar.
Llegado un punto, los niños de iban bajando, cansados de burlarse de Tom, y el único que quedaba arriba, era Tord. Observaba con superioridad desde el techo, y se sentaba cuando sus piernas se cansaban.

Pareciera, que incluso, Tom ya no intentara subirse a la casita, sino, alcanzar a Tord.

En las horas de juegos, todos llevaban sus propios juguetes y se divertían, con robots, autos a control remoto, muñecas articuladas, figuras de colección, o aviones y tanques de guerra, como los de Tord.
Cada vez que Tord llevaba un juguete, era la sensación, pero Tom simplemente tenía su oso de peluche, y parecía feliz con eso, al contrario de Tord, que necesitaba un juguete nuevo cada semana o se sentía incomoleto.

AmbivalenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora