Capítulo 25: A lo que los soldados temen

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Habían pasado algunos días desde que Tord no se pasaba por su base secreta. Había prometido hacerlo más seguido luego de que varios en la armada reclamaran la ausencia de su líder, aunque, no costó nada poner en su lugar a los soldados otra vez.

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Los convocó a todos, cada uno de los soldados y subordinados para hacer finalmente su aparición.

Todos estaban exhaustos, porque ya los habían reunido una vez para recibir supuestas órdenes de su líder, pero nunca llegó por quedarse teniendo sexo con su amigo/colega/amante/novio/puta borracha, y no asistió -pero carajo, fue el mejor sexo candente de su vida-. Ya habían perdido las esperanzas, e incluso, algunos habían querido darse de baja de la armada, y aprovecharon el momento de estar todos juntos para hacer barullo y quejarse.

-¡Oigan, hagan silencio! ¡El líder rojo llegará en un momento!- Patryck trataba de calmarlos a todos, pero seguían reclamando.

-¡¿Siquiera sigue existiendo el líder rojo?!

-¡Tráiganlo aquí de una buena vez!

-¡Al diablo con ustedes!

Los soldados de menor rango se miraban entre sí, con incomodidad. Nunca habían visto al líder rojo, no tenían en el derecho de hacerlo, pero sí eran entrenados por gente en la armada que lo conocía. Ver a Paul y a Patryck era más común, pero igualmente, les ponían los pelos de punta por su habilidad y destreza. Y que ahora Patryck no fuese capaz de callarlos a todos, los decepcionaba. La autoridad no era lo suyo.

Entonces, se escucharon pasos por el pasillo. Los tacos de las botas de Tord resonaban, era un sonido característico propio, que al ser oído por los soldados de más alto rango, llamó al silencio. Y todos miraron hacia la gran puerta que conectaba al escenario.

Entonces, el sonido cambió al hacer contacto con la madera, y el gran líder rojo, se dió a la vista.

Su expresión seria, fría. Acomodaba su nuevo brazo robótico, al parecer, recién colocado. Patryck y Paul se pusieron firmes, y observaron a su líder.

La capa se arrastraba por el suelo, y su uniforme no era el de siempre, sino que era algo más grotesco, que lo diferenciaba de los demás. Normalmente solía usarlo en juntas importantes, porque demostraba su gran porte y potencial.

Algunos siguieron haciendo barullo en lo que Tord se acercaba al micrófono para hablar. Levantó la vista, observó a su armada. Científicos, doctores, soldados. Sólo faltaba el personal de limpieza y de comida para estar completos.

- ¿Así que... quieren darse de baja?- Tord preguntó. Miró a cada una de las personas que estaban allí.

Ninguno respondió, no se animaban a hacerlo, y aunque quisieran, no podían. Sus cuerpos se detenían, y sus gargantas se cerraban por el miedo al querer hacerle la contra a su gran líder. El único que parecía no sentir miedo, era aquel pequeño niño armado que se mantenía en las primeras filas, firme desde que entró, siendo felicitado por Paul y Patryck, que asintieron con la cabeza en modo de aprobación por su buen comportamiento.

Al no oír respuesta por ningún soldado, ambos hombres, que se encontraban a los lados de Tord, más atrás, se miraron entre sí, con algo de duda al no saber lo que planeaba Tord.

- ¿Nadie? Levanten la mano, no teman ahora. - su ceño se frunció, y segundos más tarde, una mano se levantó entre el público, llamando la atención de todos. - Déjenme verlo.- el público se abrió, y el pobre chico quedó expuesto.

Cabellos castaños, ojos avellana, piel blanca con pecas, de al menos unos 176cm, algo de barba que marcaba su mentón. Se mantenía firme, con una expresión determinada y su mano elevada.

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