Extra-3: Rorschach

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La habitación de Tamara estaba sumida en una penumbra inquietante. Las sombras parecían moverse en las esquinas, tomando formas extrañas que casi parecen personas. Tamara se sentó en el escritorio, con una hoja de papel en blanco frente a ella y un bolígrafo en su mano temblorosa. La lámpara parpadeaba, proyectando sombras como manchas que la hacían sentir al borde de perder la razón.

Cada sonido en la habitación se sentía más fuerte en su mente, convirtiéndose en un eco constante que rebotaba en su mente rota y dividida. El tic-tac del reloj en la pared era como un martilleo constante, cada segundo que pasaba era una cuenta regresiva hacia la desesperación. El zumbido de la lámpara le recordaba las explosiones en el campo de batalla, llevándola de vuelta a esos momentos de caos y destrucción.

El fuego, los cuerpos siendo expulsados del campo de batalla al pisar las minas enterradas bajo tierra, los disparos que levantaban el polvo y atravesaban todo a su paso, todos esos recuerdos la invadían.

Tamara intentó concentrarse en el papel, tratando de escribir un plan coherente. Las letras se mezclaban y se deformaban ante sus ojos, convirtiéndose en manchas que se disolvían en un mar de tinta. Cada vez que intentaba formar una frase, las palabras se le escapaban, desapareciendo como humo.


-Tengo que... tengo que encontrar una manera... salvar a Tori... pero no puedo... no puedo pensar- Susurró.

Su voz se quebró, y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, creando pequeños charcos en el papel. Las manchas de tinta parecían cobrar vida, convirtiéndose en rostros acusadores que la miraban fijamente, juzgándola por sus errores.

El sonido de una puerta chirriante en algún lugar de la casa se convirtió en el grito desgarrador de un soldado herido, haciendo estremecer a Tamara, su mente la llevó de vuelta a ese fatídico día. La alucinación era tan real que podía sentir el calor de las llamas, oler el humo y la sangre.

En su visión distorsionada, vio a Tori frente a ella, herida, con el brazo arrancado y la mitad de su rostro quemado. La imagen es una mezcla grotesca de la realidad y su mente torturada. Tori la miraba con ojos vacíos y dolorosos, y Tamara sintió que su corazón se desgarra.

- Tamara... me dejaste morir... ¿por qué no me salvaste? - Habló, y chorros de sangre salieron de su boca, de la cual, en su lado quemado ya no tenía labios, y sólo se veían sus dientes ensangrentados.

Tamara se llevó las manos a los oídos, intentando bloquear la voz, pero el sonido se volvió más fuerte, reverberando dentro de su cabeza.
- ¡Lo siento! ¡Lo siento tanto, Tori! - Lloró, desesperada.

Los rostros en las manchas de tinta se burlaban de ella, susurrando palabras de reproche y condena. La presión en su pecho se intensificó, y Tamara sintió como si estuviera siendo aplastada por el peso de su culpa y desesperación.

Cada susurro de viento, cada crujido de la madera, cada pequeño sonido en la habitación se convertía en un detonante que la arrastraba más profundamente en su miseria. Su mente, rota y desordenada, es un campo de batalla constante, donde las cicatrices de su trauma se abrían una y otra vez, sangrando recuerdos y pesadillas.

Patricia y Paula escuchaban desde el comedor. Tamara llevaba días así, la oían a la noche, las despertaba en plena madrugada por sus gritos de agonía. A veces, gritaba el nombre de Tori. Otras veces, los suyos, y una que otra vez el de alguno de los soldados que dirigía. Muchas veces entraron a su cuarto, armadas, creyendo que alguien la atacaba. Sin embargo, nunca era así, y dejaron de ir.


- No debiste decirle lo de Rusia - Reprochó, Paula.

- Cállate, podrías haberlo evitado, y no lo hiciste. - Metió una cucharada de cereal a su boca, y masticó molesta. Detestaba ver que Paula la mirara tan enojada, sabía que la juzgaba profundamente

- Lo intenté ¡Y no escuchaste! como siempre. - Rodó sus ojos. - Ahora tenemos que lidiar con una trastornada. Muchas gracias, Patricia. - Murmuró, con sarcasmo.

- Ugh... - Prefirió ignorarla. Sabía que tenía razón, pero no lo admitiría.

Mientras desayunaban tranquilas, un disparo las aturdió. Eso era nuevo.

AmbivalenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora