Capítulo 32: Perdidos en la tormenta.

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Había una vez, una dulce y tímida princesa llamada 0119. Sus cabellos eran cortos, no llegaban a sus hombros, pero eran suaves, de un hermoso color marrón, que resaltaba su bella piel blanca como la leche.

0119 nació y creció en un castillo, donde era alimentada, bañada, cuidada y adorada, pero, también temida. Desde muy niña, solía recorrer los largos e interminables pasillos de aquel castillo, cantando canciones, tocando esas frías paredes con sus pequeñas manos, y los suelos impecables con sus piececitos descalzos. Le gustaba explorar, oír las conversaciones a través de las puertas, y perseguir a sus cuidadores de largas batas blancas, entre carcajadas y gritos de emoción.

se divertía jugando con pequeñas pinzas, gasas y cosas que se encontraba en sus alrededores. Es por eso, que sus cuidadores la regañaban. Porque, si bien era una pequeña niña, debía seguir reglas estrictas. No podía salir del castillo, no podía reír mucho, enojarse, sentir tristeza, preguntar, jugar, ni dormir acompañada, entre otras cosas.

Su cuarto era simple, una cama y no mucho más. Todo era del mismo color blanco, excepto por la gran puerta que era cerrada con muchas llaves y cadenas a veces.

0119 se cansaba de las reglas, y se aburría seguido. Su único consuelo, era que, cierto hombre de mayor edad, el líder de todos sus cuidadores siempre decía que todo era por una razón, y que algún día, ella podría salir del castillo, y su deber sería cuidar de aquel extraño mundo desconocido.

Esa idea emocionaba a la joven princesa, que accedía a todo con tal de algún día poder proteger el mundo exterior.

La princesa, al no tener amigos de su edad, solía compararse con los adultos, y notó que era diferente a los demás. Mientras que todos tenían ojos blancos, iris de colores y hermosas pupilas, ella sólo tenía una completa y abrasadora penumbra. Sus ojos eran negros como la noche, y tenían la capacidad de poder ver en la oscuridad, al contrario de sus amigos adultos, que usaban linternas para ver.

A medida que crecía, se fue dando cuenta de que tenía habilidades especiales. Era distinta porque no era del todo humana. Podía transformarse en una bella y hermosa criatura de cuatro patas, cuernos, una larga cola, garras y colmillos. Sus cuidadores trataban de enseñarle a usar sus habilidades, pero las medidas que tomaban para hacerlo eran sumamente dolorosas. Y, con el pasar de los años, descubrió que aquel castillo no era más que una horrible prisión.

¿Por qué no puedo salir? ¿Qué hay allá afuera? ¿Por qué tengo que sufrir todo este dolor? Se preguntaba, la princesa.

Las personas no la dejaban ser quien era en verdad. Las reglas la agobiaban, los entrenamientos y las pequeñas pastillas que tomaba parecían enfermarla cada vez más, y aquellas emociones que tanto intentaba ocultar por su bien, comenzaron a gritar por libertad.

En plena adolescencia, tomó valor, y se reveló. Usó sus habilidades durante la noche para intentar escapar, exclamó a los cuatro vientos que ya no quería ser una prisionera, y que nadie tenía por qué serlo.

Quiso liberar a las personas que la cuidaban, huir todos juntos, pero, ellos no quisieron irse.

La princesa luchó, atacó, rompió aquellas máquinas que solían aferrarla a heladas camillas, con cables que eran conectados en su cabeza y extremidades, y destrozó la enorme puerta de su habitación. Derribó muros, y se divirtió como nunca antes lo había hecho.

mientras corría hacia la salida, pensaba en lo hermoso que sería aquel mundo. Se lo imaginó de mil colores, con muchas plantas, flores y criaturas como ella. ¿Qué dirían los demás seres al verla? ¿Podrían llevarse bien? Que grande fue su decepción...

AmbivalenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora