Capítulo 34

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Thomas había perdido a lo único que le recordaba a sus padres. Lo único que lo acompañaba durante las noches, y le hacía pensar en que en algún momento fue un niño feliz. Un niño con miedo a la oscuridad, a las tormentas, que amaba las historias de fantasía que sus padres le contaban, sobre la princesa encerrada, rescatada por un príncipe. Había perdido aquello que le hacía pensar en que, en algún momento de su infancia, tuvo una familia que lo amaba, y protegía. Una cama grande, en la que sabía que podía saltar, jugar a las atrapadas, y abrazar a sus dos padres, y donde se metía de intruso, cosa que provocaba carcajadas las cuales debía aguantar para no ser descubierto por sus padres, que lo regañarían.

Tom no podía dejar de pensar en eso. Incluso, mientras cocinaba.

Oía las voces de los chicos, pero, muy lejanas. habían ido a visitarlo para saber como estaba. Pero, no soportó tantas preguntas, y sus rostros preocupados por su apagada expresión. Por eso, les ofreció comida. Y se puso manos a la obra, para poder pensar.

Mientras cortaba pedazos de carne, pensaba. Pensaba tanto que las voces de los chicos se oían distorsionadas, como si estuvieran debajo del agua.

Tommie, aquel peluche que le recordaba al amor de sus padres. Pero, también, al dolor que había sido perderlos. Recordaba estar en un lugar oscuro, y extender su mano hacia su madre, que hacía todo lo posible por callarlo. Se sentía confundido, porque él quería estar con ella, pero, debía obedecer. Luego, todo se volvió más oscuro, y algunos estallidos y gritos se escucharon fuera. Se sentía aterrado, temblaba y lloraba, tapando su boca y su nariz para no hacer ruido y correr el riesgo de ser descubierto. Su madre no había tomado su mano. ¿Cuántas veces había extendido su mano, y nunca fue tomada?

Cuando cayó al río en el campamento. Extendió su mano hacia Matt, y Matt le dio la espalda. Cayó al agua y todo se volvió oscuro otra vez.

Cuando Tommie fue arrastrado hacia la alcantarilla, no llegó a atraparlo tampoco.

Y, cuando el túnel estalló y el agua arrasó con él y con Tord, soltó su mano, y la luz desapareció.

¿Cuántas veces las personas no habían tomado su mano? ¿Cuántas veces Tom había luchado y perseguido a los demás, sin que lo notaran? Sin que lo tomaran en cuenta.

Un dolor punzante en su dedo lo hizo despertar. Miró su mano, y sólo vio sangre. La tabla donde cortaba la carne, llena de sangre, y el cuchillo sobre su propio dedo, cortado no sólo una, sino, dos veces. Por eso era tan difícil cortar la carne, porque no era carne. Era su propio dedo.

Miró su mano ensangrentada un momento, y los cortes profundos en su dedo. Menos mal que no se lo cortó por completo.

- ¿Tom? - El de acento noruego, se puso de pie. - Carajo, Tom...

Escuchó sus pasos acercarse. No tenía apuro.

- Te cortaste. - tomó suavemente la mano de Tom, analizando los cortes.

Thomas no quería voltear. Sabía que, si lo hacía, se encontraría con aquellos ojos brillantes, esa mirada fija, que leería hasta sus pensamientos más profundos. Lograba verlo de reojo, sabía que estaba esperando que volteara.

Lentamente, giró, y lo miró. Tenía razón, su mirada tan fija como siempre. Entre sus manos, se encontraba su dedo. No parecía importarle mancharse con sangre.

- ¿Estás bien?

Tampoco se veía asustado por su estado. Eso era bueno. Odiaba cuando Matt y Edd se asustaban, porque, le hacían sentir que exageraba, y, siempre tenía que calmarlos, en vez de preocuparse por si mismo.

- Si. - respondió, Tom.

Tord no se asustaba en situaciones complicadas. Analizaba todo con detenimiento, su cerebro parecía no saber lo que era el miedo.

AmbivalenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora