Capítulo 1: Hola, otra vez.

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Todos en la armada roja eran conscientes de los daños causados a su líder. Desde esa gran explosión, su cuerpo y su mente habían cambiado por completo.

El líder siempre había sido temido, exigente, testarudo, un psicópata con sed de sangre y una obsesión inexplicable hacia las armas y la destrucción, pero tenía una debilidad; sus amigos. Esos tres chicos que habían acompañado a Tord desde hace años, años de almuerzos, cenas, desayunos, salidas al cine, excursiones y aventuras, su cariño hacia su grupo de amigos y compañeros de piso lo habían vuelto débil, es por eso que al intentar acabar con esa debilidad, acabó consigo mismo, con la pizca de humanidad que le quedaba.

Tord Larrson, el gran líder de la armada roja, había dejado las carcajadas de lado, cada vez que trataba de hacer un chiste, se oía como una amenaza, comentarios pasivo-agresivos que provocaban que todo el ambiente se volviera tenso, pesado, el miedo invadía el cuerpo de sus soldados. Él estaba molesto, su ira consigo mismo se vió reflejada hacia sus subordinados, los entrenamientos y misiones eran peores cada día, estaban agotados, pero Tord también lo estaba. Su cuerpo se desgastaba, la falta de su brazo derecho y la pieza robótica que lo reemplazaba, no era más que algo estético, porque su funcionamiento era realmente complicado. Vivía reparando esa maldita cosa.

Sus dos subordinados más leales lo acompañaban en su día a día, tratando de animarlo, aveces con simplemente salir a fumar un rato para charlar.

Era una noche tranquila, la luz de la luna iluminaba el balcón de la base, una brisa fresca movía los cabellos de los tres hombres presentes, de los cuales uno mantenía su mirada fija al suelo, sus brazos cruzados sobre el barandal y un buen puro contra sus labios.

los cabellos en forma de cuernos se movían ante al viento, quien transportaba el humo lejos y dejaba un poco impregnado en su uniforme. Por un momento, su mirada se fijó en la luna, su ojo derecho ya no contenía pupila, o eso parecía. Su ojo derecho ahora era sensible a la luz, su pupila había tornado un color grisáceo opaco, y cuando estaba soleado o prendía las luces de su base, era como si una linterna de las más potentes alumbrara su pupila, pero la sensación era como si esta no pudiera comprimirse para adaptarse a la luz, es por eso que sólo se retiraba el parche de su ojo durante las noches oscuras, como esa misma.

—No todo está perdido, señor.— un hombre alto, formido, con cejas pobladas y un cigarro en la boca, trataba de consolar a su deprimido jefe.

—Lo sé.

—No suena muy convencido.— el tercer presente, un hombre con uniforme, unos centímetros más alto que su compañero, un poco más delgado también, pero en forma, y con mechas sobre su rostro, trataba de guiar la conversación.

Normalmente no salía cuando él y el de cejas pobladas, Paul, salían a fumar, pero esta era una excepción.

—Lo sé.— la voz de Tord se oía melancólica, cansada, soltaba suspiros de disgusto ante la situación que estaba pasando.

—No trate de fingir que está bien, usted sabe perfectamente que eso sólo empeorará las cosas.— el más alto colocó una mano sobre el hombro de su líder. Patryck era bueno para las palabras. —Sentirse triste no lo hace más débil, confiamos en usted, y usted sabe que puede confiar en nosotros.

una mirada decidida se desvió hacia su compañero Paul, quien negó rápidamente con cabeza y manos, pero el de cabello más largo decidió no hacer caso a las advertencias.

—Todo eso que ocurrió con sus amigos... estoy seguro de que tiene solución.

Un Paul totalmente nervioso y enfadado, golpeó su propia frente con la palma de su mano. Nombrar siquiera la existencia de esos tres chicos estaba terminantemente prohibido por el efecto que causaba sobre el líder. El silencio extenso e incómodo comenzó poco a poco a interrumpirse con algunas risitas leves y luego carcajadas provenientes del de cuernos. Pronto, las carcajadas aumentaron, cada vez que Tord tomaba aire para reírse más, su garganta largaba un sonido que hacía estremecer a los dos presentes por el temor y la incomodidad. Retrocedieron unos pasos, Tord no podía respirar de la risa, las lágrimas brotaban de sus ojos, trataba de hablar, pero sólo balbuceaba y se interrumpía a sí mismo.

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