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Narra Alessia: Hace más frío que en los días anteriores. Las temperaturas son muy bajas y no ha dejado de nevar, incluso mis botas se atoran entre la nieve cuando camino por los jardines, es por eso que ya no salgo mucho. Puedo ver el Río Negro desde la ventana que esta un lado de mi pupitre, el río está congelado y a las orillas hay montones y montones de nieve que se cae desde encima de los árboles y llega a las orillas del Río. El cristal se empaña por el calor de mi respiración mientras observo a través del marco de la ventana el paisaje que tengo en frente, hasta que algo capto mi atención.
Mi vista se fue directamente a uno de los grandes árboles, detrás de este se podía ver como algo se movía tratando de ocultarse. Me apoye en la mesa mientras me movía un poco para ver con más claridad, pero no se lograba ver nada, aunque en la nieve se podían ver huellas que no se lograban distinguir desde donde estaba. Después de un momento pude ver de lo que se trataba, un canino de gran tamaño y de color negro, tan oscuro como la noche y con una mirada aterradora, podía sentir que me observaba y mi cuerpo se estremeció por un escalofrío, pero en un abrir y cerrar de ojos ya no estaba ahí. Se había ido.
«¿Y ese perro de quien es?» me pregunte mentalmente mientras trataba de localizar nuevamente al animal, lo que fue imposible ya que no logré encontrarlo. La puerta del aula se abrió de golpe y entró el profesor Snape, con su típica mirada fría y caminando entre los pupitres. Deje de ver la ventana y me acomode en mi asiento para poder concentrarme en la clase, aunque cada cierto tiempo miraba de reojo para ver si lograba encontrar de nuevo al perro.
Aunque de solo pensarlo, me atemorizaba.
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-¿Un perro? Seguramente será de ese bruto de Hagrid, sabes que le encantan los animales—. Aseguró Draco, después de que le contara lo qué pasó en clase, mientras ambos caminábamos a la par por el pasillo.
-Tal vez...—Dije mientras miraba el suelo. Él cargaba mis libros, lo cual era extraño viniendo del mismísimo Draco Malfoy, el chico que, según lo que mi hermano me contaba, nunca solía ser amable, con nadie. Ni con Crabbe, Goyle, Theodore o Pansy.
