UNO

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El bar estaba atestado de gente aquel jueves por la noche. Los jueves eran los nuevos viernes; antes lo eran los martes. O los miércoles. La verdad es que ya daba igual el día que salieses por aquella zona porque todo estaba hasta arriba. Las luces, la música, el alcohol. La entrega absoluta de toda aquella gente. Y entre la multitud estaba Freen, con un botellín de cerveza en la mano, el pelo recogido en una coleta y unos vaqueros rotos, riéndose con la frente apoyada en el hombro de Nam, que siempre la hacía reír a carcajadas y en aquella ocasión ni siquiera sabía ya por qué se reían.

– Nam, te juro que como no pares voy a vomitar- dijo Freen intentando recuperar el aliento – No sé cuántas de estas me he bebido pero no creo que me estén ayudando -

-Es que no sabes beber. Mira que te he dicho que no te pidieras esa. O la de antes -parecía confusa- No bebas más Freen, mañana tienes que viajar – Nam se puso seria de pronto. – No quiero que te vayas. A ver a santo de qué tienes que irte -

Freen se mudaba de ciudad al día siguiente y realmente se había pedido esa cerveza – y la anterior, y la de antes de esa – para evitar recordar esa información. Porque Freen no quería irse. De hecho Freen no quería muchas cosas. No quería sentirse una fracasada por no haber conseguido ser una escritora – ya no de éxito, si no una a la que le publicaran algo al menos – ni quería tener ese trabajo que la mantenía pegada a manuscritos que serían publicados pero jamás llevarían su nombre en la portada. No quería llegar a casa sola otra vez, o peor aún, acompañada por alguien que tampoco tendría que haberse bebido ni la última ni la penúltima y a quien no volvería a llamar. No quería dejar el club de lectura del que se había hecho cargo y en el que varias señoras septuagenarias encantadoras se habían hecho hasta un uniforme para asistir. No quería separarse de sus amigos, ni de Nam. Ella era la única familia que le quedaba. La única que estuvo a su lado cuando su padre se marchó cuando Freen era una niña, y su mayor apoyo cuando su madre falleció cuatro años atrás. Nam era mucho más que una amiga.

-Venga, no estés triste. Iré a verte cuando te instales -

- Ya lo sé Nam. Es solo que - suspiró- irme a otra ciudad a hacer lo mismo, pero siendo más miserable no sé en qué lugar deja a mi ambición, sinceramente. Además aquí no me va tan mal, fíjate – dijo señalándose la cintura - Hoy Patty me ha regalado su camisa de lectora oficial del Club como despedida, para que 'me acuerde de ella allá donde vaya' -sus palabras- Después de todo lo que ha peleado esa pobre mujer para poner el marcha ese club voy y las abandono. No tengo corazón, Nam. - se le humedecieron los ojos.

-Deberías centrarte en escribir, ya sabes. - dijo su amiga intentando que Freen no montara una escena por la camisa de aquella anciana - Ahora puedes coger tu portátil y sentarte en lugares desconocidos pretendiendo ser bohemia y vivir la experiencia literaria de la soledad en cafeterías coquetas y escondidas que tienen las sillas totalmente desparejadas y alfombras de mimbre. – Freen levantó una ceja mientras apuraba su botellín – No me mires así a veces tienes que unirte un poco al mood del artista torturado para conseguir los resultados de uno. Si sólo vas del trabajo a casa, de casa al club de lectura, y del club de lectura a este bar no vas a conseguir nada –

-Ya...sí. Tal vez haga eso. Buscaré 'cafeterías para escritores fracasados' en internet cuando llegue – dejó el botellín vacío sobre la barra – pero ahora sí que me voy a ir a casa. Todavía no he terminado de hacer la maleta y no, no me juzgues. -

-¿Necesitas ayuda? -

- Necesito un milagro – dijo Freen mientras se alejaba despidiéndose con la mano en alto – Te veo mañana para desayunar antes de salir. -

Nam asintió mientras su cara se perdía entre la gente, y Freen finalmente salió de aquel local recibiendo una bofetada de aire frío en la cara.

Era esa época en la que no se distingue el final de invierno del principio de la primavera y la temperatura era bastante agradable para estar metidos en la madrugada. -El cambio climático- pensó Freen a la vez que se planteaba la posibilidad de encender el aire acondicionado para dormir si las cervezas empezaban a salirle por los poros durante la noche. Vivía cerca. Solo un par de calles y un puente que cruzaba el río separaban su bar favorito de su casa. Así que envalentonada por el alcohol y la desazón vital que la acompañaban, decidió caminar sola por las calles de la ciudad envuelta en sus pensamientos.

LEJOS  DE  ERIS  • FreenBecky •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora