El rugido salvaje /Yoonmin (Omegaverse)

El ataque

Tafari era consciente de su insignificancia en el mundo espiritual, especialmente cuando había perdido su capacidad de transmutación, sumiéndose en una miseria mayor que la de un Beta. Todo esto era consecuencia de las acciones del líder de los leones, Namjoon. Aquel desdichado había arrebatado a los tigres su última oportunidad de congraciarse con Shiva, al implantar la semilla de un león en SeokJin. De este modo, los cachorros de SeokJin llevarían en sí lo que debía pertenecer a su clan, otorgándole a los leones el control de dos santuarios y aumentando su poder, mientras los tigres quedaban relegados a un nivel inferior al de los gatos.

Tafari había intentado detenerlo, deseaba acabar con la vida de aquellos traidores y sus descendientes, pero Namjoon había demostrado ser más fuerte, logrando su objetivo. Los cachorros sobrevivieron y ahora la verdadera Chaman del templo de los Tigres era una leona. Tafari, carente de magia, se encontraba completamente incapacitado.

El templo de los tigres, una vez un santuario de esplendor y pureza, ahora yacía sumido en la corrupción. Sus paredes, antes decoradas con relieves de tigres majestuosos y símbolos sagrados, estaban desfiguradas por grietas y manchas oscuras, como si la misma piedra estuviera corrompida. Enredaderas retorcidas y espinosas se enroscaban alrededor de las columnas y arcos, mientras que una espesa neblina oscura se arrastraba por el suelo, como si tratara de ahogar cualquier vestigio de santidad que hubiera sobrevivido.

En medio de esta decadencia se encontraba Tafari, cuya forma animal había sufrido una transformación grotesca. Su cuerpo de tigre, antes un ejemplo de gracia y poder, ahora estaba distorsionado, con músculos hinchados de manera antinatural y pelaje manchado de tonos oscuros y enfermizos. Sus ojos, que alguna vez reflejaron la sabiduría y la fuerza de su especie, ahora brillaban con un fulgor maligno, reflejo de la corrupción que había invadido su alma. Sus garras, largas y retorcidas, arañaban el suelo del templo, dejando marcas de su tormento y rabia.

Este era Tafari, una sombra de lo que alguna vez fue, consumido por la corrupción y la ira, un ser que había perdido no solo su conexión con el mundo espiritual, sino también su propia esencia como tigre. Su presencia en el templo corrompido era un testimonio sombrío de lo lejos que había caído, un recordatorio del precio de su ambición y su deseo de venganza.

Cuando Tafari decidio emerger del templo, luego de mucho tiempo, la comunidad de tigres se vio sacudida por una oleada de miedo y desconcierto, ya que el cielo se pintó de rojo. La visión de su forma corrompida era como una pesadilla hecha realidad, que atravesó el territorio como el presagio del fin. Los tigres, reunidos en el claro que una vez fue un lugar de orgullo y reunión, se apartaron a su paso, sus rostros reflejando el terror ante la deformidad de quien alguna vez fue el líder espiritual.

El cuerpo de Tafari, hinchado y distorsionado, se movía con una gracia grotesca, sus pasos dejaban huellas oscuras en la tierra. Sus ojos, desprovistos de cualquier rastro de humanidad o compasión, brillaban con una luz roja siniestra. El aire alrededor de él parecía retorcerse, como si estuviera contaminado por su mera presencia.

Ignorando las miradas aterrorizadas de sus seguidores, el Impuro llamó a SeokJin. El Omega estaba cerca, por lo que con pasos temblorosos pero obedientes, se acercó, temeroso de provocar aún más la ira de Tafari.

-Hemos caido en la desgracia- gruñó Tafari con una voz que resonaba con desdén y acusación. -Todo es por los deseos egoístas del omega que no pudo mantener la compostura y la castidad que debía. El pecado de esta escoria les dio el poder a los leones. Es un traidor.

De repente se vio en medio de un juicio, siendo reprendido duramente por un ser que cometió el único pecado que es castigado con el infierno. Era irónico, que semejante adefesio lo mirara desde una elevada posición moral. Aunque estaba indignado, no tenía caso defenderse.