Bellos ojos

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Certaldo, Italia

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Certaldo, Italia. Octubre, 1992.

―Come ci dicono i Salmi nel capitolo venticinquesimo, versetto otto: Buono e retto è il Signore; perciò indica la via ai peccatori (Como nos habla Salmos en su capítulo veinticinco, versículo ocho: Bueno y recto es el Señor; por tanto, Él muestra a los pecadores el camino)―clamó el Padre Gabriele al alzar la voz para que el recinto entero lo escuchará―Se siamo disposti a riconoscere i nostri errori e a pentirci, Dio ci insegnerà e ci guiderà di nuovo a Lui (Si estamos dispuestos a reconocer nuestros errores y arrepentirnos, Dios nos enseñará y nos guiará de regreso a él)

Amen, gloria a Dio (Amén, gloria a Dios)―hablaron los presentes.

Gabriele elevó su sotana al alzar los brazos como mismo Dios con sus ojos cerrados al engañar al resto de miembros con el ser capaz de sentir sus energías. Los gritos y alabanzas de los hermanos al imitarlos unos y otros solo elevaron una mano al techo, mostraban el ánimo de ese día. El término del sermón se acercaba, y siguiendo una indicación para proseguir al padre nuestro para finalizarlo, el canto exagerado de los miembros de la iglesia de la punta del cerro en esa localidad de la Toscana, lo entonaban gustosos mientras Gabriele proclamaba el nombre de todos los presentes en una larga oración.

Cuando el fin de la oración llegó y todos volvieron a repetir "Gloría a Dios"; como vil pecador más en esas butacas, Gabriele bajó los brazos para proseguir con la despedida. Tal cual como la rutina habitual de la semana en esa tarde de septiembre.

―Fratelli, ricordatevi che questa notte il male non dorme. Dobbiamo pregare per la nostra salvezza prima di andare a dormire. (Hermanos, recuerden que esta noche, el mal no duerme. Debemos orar por nuestra salvación antes de dormir.)―habló Gabriele, bajando por la escalera de su escenario. Dando pequeños pasos entre sus seguidores, no dudó en colocar su mano sobre la cabeza de una anciana, la cuál comenzó a llorar de felicidad al ser bendecida. Per questo pomeriggio è tutto, ma ricorda che dobbiamo sempre agire come Dio ci dà. (Por esta noche es todo, pero recuerden que debemos siempre actuar como Dios confiere).

Amén―dijeron todos los presentes al ponerse de pie y se encaminaron a besar el dorso de la mano del Padre como despedida por esa ocasión.

Uno a uno en esos cincuenta miembros de la hermandad de la obra de Dios de Certaldo, avanzaron bendecidos por las palabras del Padre, dueño de la única capilla a la redonda. Siendo que cada persona se regocijaba en agradecerle al anciano tras mentirles haberlos limpiado de pecado.

Con una sonrisa amplia, rompiendo la misma palabra de Dios en su orgullo, Gabriele se sintió imponente, lleno del poder que le daba ese pueblo al no separar la iglesia del estado como tendría que serlo al ser él parte de la omnipotencia que hacía creer a todos poseía, cuando no lo era al cien por ciento. Solo era un viejo de negocios que encontró cómo vivir gratis de la gente.

Gabriele Montes, Padre de la Iglesia de los últimos apóstoles del sagrado Reino, era un anciano de setenta años, dedicado a su obra desde hace medio siglo. Una larga vida si lo mencionaba. Una larga y turbulenta vida que debió afrontar después de la segunda guerra mundial; la cuál, lo dejó tan afectado, que terminó en volverse católico por todo lo que sus ojos miraron e hizo en esas trincheras. Él vivió durante años en Venecia, pero luego de que las mafias ingresaron a esta para impulsar sus viles negocios, se vió en la necesidad de apartarse de los lugares turísticos para verse más discreto del mundo entero; encontrando justamente aquel diminuto agujero abandonado por Dios -irónicamente- de ciento cincuenta personas. Una localidad donde había más ancianos que jóvenes.

Sangre Real |Larry Stylinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora