Mi alarma sonó a las seis y media de la mañana en algún lugar de la casa. Por instinto la había escuchado y luego de reconocerla, me di vuelta en el sillón en el que me quedé dormida. Como el sonido no paraba, me desesperé e irritada emprendí la búsqueda del aparato, la cual me llevó bastante tiempo.
Maldije para mí misma, se me había espantado el sueño y tardaría en volver a conciliarlo. Me dirigí a la cocina para tomar otra botella de vino tinto, sin embargo, ya no había en existencias. Suspiré y fui hasta la nevera que también estaba vacía, al poco tiempo corroboré que no quedaba nada de comida en las alacenas ni en el refrigerador. Recordé que el sábado no había ido de compras y se acabó todo lo que tenía.
La alarma volvió a sonar a las siete de la mañana para hacerme entender que se me estaba haciendo tarde para ir al trabajo.
- ¡Ya entendí! ¡Ya entendí! - le grité al celular furiosa.
Aunque no quería me obligué a bañarme y arreglarme para ir a la oficina. No era mi sentido de responsabilidad la que me empujaba a hacer aquello, sino que había comprendido de que si faltaba me despedirían, y si eso ocurría me quedaría sin dinero, y obviamente no regalaban el vino y la nieve en las tiendas.
Cuando salí de la casa, recé porque el maquillaje que me había puesto fuera suficiente para disimular las ojeras por tanto llorar, y que el olor a borracha no se desprendiera de mis poros, lo menos que quería era que me voltearan a ver como la loca y ebria en la que me estaba convirtiendo.
Agradecí a mis maravillosas clases de teatro de la preparatoria, porque pude actuar como si nada estuviera pasado. Claramente se me notaba cansada, pero con el pretexto de que tenía un horrible dolor de cabeza, el cual era cierto, pude sobrevivir sin sospechas, aunque los conocedores lo llamarían a mi malestar por su nombre real: resaca.
Se me hizo eterna la jornada laboral. Cuando dieron las cuatro de la tarde, salí corriendo rumbo a mi hogar. En el camino me desvié un poco para comprar más vino y helado. Llegué a la casa, aventé las zapatillas y me aplasté en el sofá. Mientras daba un trago al vino y una cucharada al helado escuché unos ruidos, volteé a todos lados y enfrente de mí encontré a dos intrusos que me interrumpían en mi camino a la autodestrucción.
Mi perro y mi gato estaban ahí sentados, mirándome tristemente. Enarqué la ceja. ¿Qué era lo que querían? ¿por qué no podían dejarme en paz? Entonces recordé que no les había dado de comer desde el viernes. Molesta me levanté del sofá y fui hacia mi habitación para que no me dieran lata. Quería seguir en mi caída en el abismo sin mirar alrededor, para no darme cuenta de que en ese proceso no sólo me hundía yo sola, sino que también estaba llevándome a otros.
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Simplemente yo
Romance"Él había sido el amor de mi vida. Yo le había dado todo lo que era, mis días buenos, mis besos, mi tiempo, mi cuerpo, y ahora todo se resumía a nada, a un punto muerto." Katherine era una chica que vivía solamente para una persona, su mundo giraba...