Día 165 sin ti

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La mañana siguiente me recibió nuevamente despierta, puesto que desde que mi anterior pareja me dejó ya no podía dormir. Mis noches se pasaban en busca de su calor, de su cuerpo en la cama, y como siempre, al voltear a mi lado derecho, el espacio estaba vacío. Bastante cansada, me arreglé para tomar mi segundo tour por una de las zonas arqueológicas más representativas del estado.

A las ocho de la mañana una camioneta splinter pasó por mí al hotel para comenzar con mi viaje. Me acomodé en los últimos asientos de la camioneta. Miré a mis acompañantes del viaje, me sorprendió la cantidad de visitantes extranjeros provenientes de Europa que inundaban la ciudad, en mi primera excursión larga estaría acompañada de italianos, griegos, de mexicanos que vivían en Chicago y de una pareja que venía justamente de mi tierra natal, Guadalajara.

Mientras nos dirigíamos a nuestro primer punto que sería Monte Albán, nuestro guía turístico se presentó en dos idiomas, español e inglés, y luego presentó al chófer que nos acompañaría durante todo el viaje, este como iba manejando solamente alzó un poco la mano para saludarnos. En el trayecto nuestro guía nos iba platicando sobre la historia de Oaxaca y de lo que encontraríamos en la Zona Arqueológica de Monte Albán. Con cada una de sus palabras hacía que naciera dentro de mí una emoción que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

Después de esperar a la apertura de la zona arqueológica, llegamos al estacionamiento, en el que comenzamos a descender para caminar a la entrada principal. Me esperé a que todos bajaran y entonces realicé mi descenso de la camioneta. Como llevaba en la mano mi sombrero, mis lentes de sol y mi bolsa, no pude agarrarme bien de la camioneta y mi pie resbaló. De repente cuando pensé que me estamparía en el suelo, sentí una mano que me tomó dulcemente para evitar mi caída.

- Muchas gracias - agradecí volteando a ver algo a penada, a la persona que me salvó de semejante ridículo.

- De nada - respondió un muchacho, quien justamente se trataba del chófer de nuestro viaje.

Nos miramos unos segundos a los ojos, entonces me ruboricé y bajé la mirada, él notó el color rosa en mis mejillas y sonrió.

- ¿Todo bien? - me preguntó el chófer.

- Sí, todo bien - respondí sin mirarlo, todavía con el rostro en color rojo.

El muchacho se hizo a un lado para que yo pasara. Caminé rápidamente con la intención de incorporarme al grupo. Entonces volteé hacia atrás y pude divisar al conductor viéndome a lo lejos, lo cual provocó que volviera a sonrojarme y sin querer una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. Comprendí que aquel chófer había llamado mi atención, y para ser franca no estaba nada mal, pues parecía ser un hombre agradable, era mucho más alto que yo, con complexión delgada y un tono de piel morena que me cautivó.

Dejé de pensar en el conductor para poner atención a mi guía y al recorrido que estábamos a punto de iniciar. Con cada paso que daba en Monte Albán mi vista se llenaba de asombro, pero sobre todo cuando pude contemplar a lo alto la gloriosa vista de la ciudad antigua de los zapotecos, por primera vez en seis meses pude sentir nuevamente felicidad, aquella zona arqueológica me regresaba un poco a mi antigua yo, en el tiempo en que todo me fascinaba, en la época en que la historia me cautivaba por completo. Confieso que me enamoré a primera vista de Monte Albán.

Mientras recorría y tomaba fotografías de ese extraordinario lugar, pensé que estaba encontrando por fin mi espacio en el mundo, un sitio en donde me sintiera cómoda y en el cual el fantasma de ese hombre maldito no me siguiera.

El tiempo se me pasó muy rápido y cuando menos pensé tenía que regresar a la camioneta para seguir con el paseo, así que tomé el camino rumbo al estacionamiento. Al llegar me acomodé los objetos que portaba de la mejor manera posible para evitar el casi accidente de unas horas antes, y al estar a punto de subir a la splinter, sentí una mano rosando la mía. Volteé hacia mi derecha y pude ver de nueva cuenta al chófer que me tendía su mano para entrar en la camioneta, ante este gesto otra vez me sonrojé, y sin mirarlo directamente tomé su mano. Al sentirme en terreno fijo dentro del vehículo le agradecí al muchacho y me acomodé en mi asiento.

El resto del recorrido me la pasé intercambiando miradas con el conductor, quien siempre me ayudaba a bajar y a subir a la camioneta. Realmente jamás pensé que su actitud tuviera alguna connotación diferente a la de ser amable con sus clientes, así que traté de no tomarle mucha atención. Nuestras dos siguientes paradas fueron a un taller de alebrijes en San Antonio Arrazola y a un taller de elaboración de barro negro en San Bartolo Coyotepec.

Aproximadamente a las cinco de la tarde emprendimos el camino de regreso al centro de Oaxaca, en donde terminaría nuestro tour. Cuando llegamos a nuestro destino todos bajamos de la camioneta, agradecimos a nuestro gran guía turístico, así como al conductor y cada quien tomó su rumbo. Yo enfilé mis pasos hacia el hotel para descansar un poco. Mientras estaba en la habitación mi mente recordó a aquel mesero de la mañana anterior, y obedeciendo malamente de nuevo a mis desesperados deseos, acabé por segunda ocasión sentada en una de las mesas de ese restaurante para tomar la cena.

Por más que trataba de encontrar al chico que me obsesionó desde mi llegada a Oaxaca, otra vez no tuve éxito. Comencé a pensar que sí me estaba volviendo loca, puesto que idealicé al hombre que fue el amor de mi vida en otro cuerpo.

Regresé al hotel nuevamente con una profunda tristeza en mi corazón. La inmensa felicidad que había sentido en Monte Albán se esfumó, y otra vez agonizaba, el fantasma había regresado para atormentarme durante mi estancia en Oaxaca, como lo hizo en mis cuatro destinos anteriores. 

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