Día 109 sin ti

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En el segundo día del curso ya estaba muy temprano en mi respectivo asiento. Con nerviosismo jalaba la falda de mi vestido rosa, ese que tanto le encantaba a mi expareja que me pusiera. En la mañana al arreglar mi vestuario, entendí que mi maleta se encontraba repleta de ropa que a él le gustaba, otra vez inconscientemente me vestía para ese hombre.

En el transcurso de la capacitación comencé a tranquilizarme un poco, pues tampoco había rastro de él. Por ahí entre pasillos alcancé a escuchar que mi pesadilla personal no estaría aquel año en el evento, puesto que realizaba en otro lado una evaluación en sitio, la cual le llevaría toda la semana.

A la hora de la comida arribé al salón comedor para hacer acto de presencia, como ya estaba más relajada me di el lujo de que me vieran fingiendo tomar alimentos, aunque no estaba totalmente de acuerdo con esto, sabía que debía hacerlo ya que conocía a mucha gente que participaba en la capacitación, y lo que menos quería es que llegaran comentarios malos a mi trabajo sobre lo desorientada que había estado durante el curso.

Despacio mi mente empezó a concentrarse, aunque claro todavía seguía en alerta. Cuando terminó otro día de trabajo, salí a dar un paseo. Al poner un pie en la calle el aire fresco me revitalizó, así que decidí arriesgarme y realicé mi recorrido que siempre hacia cuando visitaba la capital del país. Mis piernas me llevaron por toda la avenida Paseo de la Reforma hasta el Zócalo. En el corredor turístico Morelos compré un chocolate caliente y después emprendí mi camino de regreso hacia el hotel.

Aquel trayecto hizo que salieran unas cuantas lágrimas de mis ojos y que mi corazón se oprimiera, pues me traía demasiados recuerdos, todos y cada uno de ellos dolorosos. Extrañé al hombre que siempre me acompañaba a esas caminatas, en cómo él con un café en la mano me contaba fantásticas historias de su población natal, la que tanto amaba. Entonces me di cuenta de que aquella ciudad gritaba su nombre, no existía ningún rincón que no me lo recordara, sin lugar a dudas ese era su sitio, en el que había dejado huella.

A la altura del Palacio de Bellas Artes, me detuve a descansar un poco antes de seguir mi camino. Cerré los ojos por unos segundos y pude percibir su presencia sentada a mi lado derecho, hasta escuché su voz narrándome nuevamente la historia de ese magnifico edificio. A ese hombre moreno siempre le había fascinado contarme curiosidades de aquel recinto que era mi favorito, cosa que a mí me encantaba por completo.

Abrí los ojos y voltee hacia mi derecha deseando verlo ahí, sin embargo, el espacio estaba vacío, mi imaginación me había engañado otra vez. Contuve las lágrimas y apreté mi vaso, no podía negar que aún lo extrañaba y demasiado. Me hacía falta en mi vida y estaba segura de que, si en ese preciso momento aparecía, le perdonaría el sufrimiento que me causaba, incluso me encontraba dispuesta a aceptar lo que me pidiera, a abandonarlo todo con tal de seguirlo hasta el fin del mundo.

Desgraciadamente se localizaba a miles de kilómetros de distancia. Maldije para mí misma, mi estancia en aquella ciudad era más dolorosa de lo que me había imaginado y aunque él no estaba presente, lo podía ver en mis recuerdos riéndose por alguna tontería que yo había dicho, corriendo por Chapultepec y contemplando su monumento favorito: El Ángel de la Independencia. 

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