Día 169 sin ti

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El despertar del sábado por la mañana fue como hacía mucho tiempo no sucedía. Por primera vez en casi seis meses y medio me quedé profundamente dormida, no desperté en toda la noche hasta que el sol comenzó a colarse por la ventana de la habitación.

Abrí los ojos y miré el techo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Voltee a ver al hombre que tenía a mi lado derecho en la cama y me quedé observándolo. Todo me parecía tan poco real, no podía creer lo que estaba pasando, luego de mi ruptura amorosa jamás pensé que podría permitir que otro hombre me tocara de la manera en que Carlos lo hizo la noche anterior, ni que llegaría a querer a otra persona de la forma en que lo hacía a él. En escaso tiempo, Carlos se convirtió en alguien especial para mí, no podía decir que lo amaba, eso me quedaba claro, sin embargo sabía que lo quería demasiado.

Carlos se movió lentamente en la cama, abrió los ojos, sintió que yo lo miraba y volteo hacia mí, su sonrisa iluminó el lugar en un instante, se acercó y me acarició el rostro. Sus caricias se estaban convirtiendo en un sedante que me hacía olvidar lo malo que había vivido, en aquellos momentos no me cruzaba por mi cabeza el muchacho que me rompió el corazón, sólo podía concentrarme en el hombre de carne y hueso que tenía delante de mí.

Aquel sábado nos la pasamos todo el día juntos. El guía me llevó a sus sitios favoritos de su lugar natal. Reí como hacía tiempo que no lo hacía. Disfruté de su compañía porque sabía que al día siguiente tendría que regresar a la triste realidad, ya no podía postergar más mi inminente regreso a casa, cosa que Carlos entendía perfectamente, así que no me soltó para nada. Cada que podía me besaba sin importar en donde nos encontráramos. Ese día me hizo completamente feliz, de esa felicidad que ya se me había olvidado cómo se sentía.

Por la tarde-noche acabamos comiendo un delicioso helado de beso de cenicienta en la explanada de la Basílica de Nuestra Señora de la Soledad. Ambos nos mirábamos como dos tontos embelesados, me sentía como una adolescente, recordé que así me sentí al principio de mi relación pasada, cuando todo era color rosa.

Mientras disfrutábamos de nuestro helado que compartíamos, Carlos me miraba fijamente tratando de averiguar algo, sabía que en su mente se estaban formulando muchas cosas que no estaba seguro en preguntar. A pesar de ello, luego de meditarlo, se atrevió a hablar.

- ¿Te puedo preguntar algo? - dijo por fin mirándome fijamente.

- Claro, ¿qué es lo que quieres saber? - contesté dejando la cuchara sobre la copa del helado.

- Sé que vienes de vacaciones desde Guadalajara, pero después de observarte desde hace días, tengo la ligera sospecha de que tu estancia aquí en Oaxaca es mucho más que únicamente vacaciones. ¿Podría saber cuál es tu verdadera intención aquí?

Suspiré hondo, jamás pensé que él podría hacerme aquella pregunta. No sabía qué decir, responder ante ese cuestionamiento era demasiado doloroso, porque tendría que revivir nuevamente la historia que me marcó de por vida. Sin embargo, entendía que Carlos se merecía una respuesta.

- Aun no estoy preparada para hablar sobre ese tema - me aventuré a decir, él me miró extrañado - Solamente puedo confesar que he venido a aquí a encontrarme a mí misma.

Carlos movió la cabeza positivamente, no obstante, sabía que en su mente se formulaban más preguntas ante mi comentario.

- Vienes a encontrarte a ti misma porque un hombre te lastimó en el pasado, ¿verdad? - comentó el guía de golpe sin pensarlo dos veces.

Abrí muchos los ojos y apreté los dientes. Carlos se dio cuenta de mi reacción y se disculpó al instante. Nos quedamos en silencio unos minutos, él torció la boca en gesto de desaprobación, quizás se regañaba mentalmente por hacer aquel comentario, del cual se percató me dolía por completo. Volvió a mirarme, tomó mi mano y la besó.

- Te quiero - me dijo de repente con un tono dulce.

No sabía qué me sorprendió más, si la pregunta dolorosa de mi pasado, o ese espontaneo, pero maravilloso te quiero que me hizo sentir la piel de gallina.

- No puedes quererme - le respondí tristemente.

Ahora fue él quien se sorprendió. Tomó mis dos manos.

- ¿Por qué lo dices? - preguntó Carlos perplejo, si entender qué sucedía.

- Porque no debes hacerlo. No puedes quererme. En este momento soy un caos, una sombra, ni yo misma me quiero - contesté con tristeza mirando hacia mis manos.

Carlos bajó la mirada hacia la mesa. Fue entonces que le dije que yo estaba en ruinas, él me miró a los ojos pensativo y después sonrió. Con su mano me acarició tiernamente la mejilla y me dio un beso en la frente. Me quedé perpleja, le acababa de decir que yo era un desastre, que no se involucrara conmigo y sin embargo estaba haciendo todo lo contrario.

- ¿Por qué estás haciendo esto? - le pregunté un poco molesta - Te dije que estoy en ruinas.

- Lo sé. Puedo ver en tu rostro ese mal que aquel hombre dejó en ti. A pesar de ello recuerda que muchas veces los grandes lugares históricos permanecieron en ruinas hasta que llegó un explorador que los convirtió en zonas arqueológicas majestuosas. Yo pienso ser ese explorador para ti. Quien te ayude a resurgir del olvido y te haga creer que eres una de las ocho maravillas del mundo jamás creadas.

Aquellas palabras me hicieron estremecer, ningún otro hombre me había hecho semejante halago. Me sonrojé, él se levantó un poco de su asiento y me besó. Suspiré, en ese instante comprendí que Carlos era como pocos hombres, era uno en un millón.

Después de terminar nuestro postre, caminamos lentamente hacia el hotel. Ninguno de los dos quería llegar hasta ese lugar porque sabíamos lo que eso representaba.

Cuando por fin arribamos a la puerta del hotel, nos volteamos a ver sin decir nada, la despedida estaba a punto de ocurrir, entonces Carlos tomó mi mano y me dirigió al interior del hotel. Entendí lo que proponía, si íbamos a tener una despedida haríamos memorables nuestros últimos minutos juntos.

Esta vez no me contuve en la cama, disfruté cada segundo que pasábamos juntos en la intimidad, lo único que me importaba en ese instante era ese muchacho moreno que me hacía suya, quien hacía lo posible para que gozara en nuestra última noche. Luego de quedar totalmente extasiados, nos acostamos en la cama mirándonos fijamente. Yo quería grabarme cada minuto que pasaba a su lado, no quería olvidarlo jamás. Carlos acercó una de sus manos y comenzó a pasar sus dedos por mi piel suspirando.

Nadie habló por un tiempo, no queríamos arruinar lo que teníamos, comprendíamos que en ese momento sobraban las palabras, no había necesidad de decir nada, todo estaba siendo perfecto y así queríamos que siguiera.

Él suspiró de nueva cuenta, me sonrió y se acercó hasta quedar a unos cuantos centímetros de mi rostro. Volvió a suspirar profundamente.

- Quédate - me dijo en un susurro.

- Sabes perfectamente que no puedo prolongar mi regreso... - contesté rápidamente.

- No, no me refiero a eso - dijo interrumpiéndome.

Lo miré sin comprender. Carlos me abrazó por la cintura.

- Me refiero a que te quedes aquí para siempre - contestó firmemente.

Sus palabras sonaron como un eco en mi cabeza. No sabía qué contestar, él leyó mi reacción en mi rostro.

- No te voy a pedir que lo decidas ahora. Piénsalo - comentó luego de varios segundos en silencio.

Sacudí la cabeza en respuesta afirmativa. Carlos me besó y abrazados nos quedamos profundamente dormidos.

Simplemente yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora