Día 7 sin ti

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Desperté nuevamente en otro lugar excepto en el que debía de estar. Esta vez la cochera fue en dónde caí dormida por el alcohol. No podía levantarme, me sentía fatal. Todo se movía a mi paso, la cabeza estaba a punto de reventar, el estómago se encontraba duro. No pude dar ni dos pasos cuando fui a estamparme en la puerta de la entrada. Sentí caliente la frente, revisé con la mano el daño causado, y me di cuenta de que me había descalabrado.

Traté de levantarme, pero no tuve éxito. Con el paso de los segundos comencé a percibir como si mi alrededor estuviera borroso. Pensé que moriría en ese momento, y al estar al punto de desmayarme, una sombra se abalanzó sobre mí, y ya no supe nada.

Reaccioné ya entrada la noche. Aún me sentía un poco mareada. Traté de levantarme, no obstante, una mano me lo impidió. Volteé hacia mi lado derecho y pude ver a mi mejor amiga viéndome furiosamente.

- No te levantes - me ordenó Eloina - Debes descansar.

Como yo no tenía muchas fuerzas, le hice caso y volví a acomodarme en la cama.

- Debes parar - decía mi amiga suspirando - No puedes seguir así o un día acabarás muerta.

Aquellas palabras resonaron en mi cabeza. Ella tenía razón. Había llegado el momento de detener mi auto sabotaje, porque lo que sucedió en la mañana únicamente era una parte de lo que podría pasarme después si no me detenía. En esos minutos me encontraba consciente de que pasarían cosas peores, mucho peores.

Cuando me sentí con un poco de fuerza, me senté en la cama con la ayuda de mi amiga. Eloina salió un instante con rumbo a la cocina para prepararme algo de comer. Revisé mi celular, la pantalla estaba inundada de notificaciones, tanto de llamadas pérdidas, como de mensajes, que provenían de mis seres queridos, quienes se encontraban muy preocupados por mí.

Un mensaje de voz de mi madre me hizo llorar, puesto que con desesperación y en medio de un gran llanto, me pedía que me comunicara con ella. Las lágrimas rodaron por mi rostro. ¿Qué es lo que hacía? Por días me había estado suicidando lentamente, ya que había perdido las ganas de vivir y por eso actuaba de esa manera.

Una punzada en la cabeza me recordó mi accidente. Llevé mi mano a la frente, una venda tapaba la herida, supuse que Eloina me había curado, y de alguna manera, me llevó con muchas dificultades a mi habitación. De repente me sentí terrible, adiviné que el medicamento que me dio mi salvadora dejaba de surtir efecto.

Eloina entró a la habitación con una charola en las manos. Al ver mi aspecto supo que era momento de más analgésico. Tomó un frasco de la mesa de noche que se encontraba junto a la cama, y sacó del contenedor unas pastillas que me entregó con un vaso de agua, luego acercó la comida. El olor ocasionó que mi estómago se revolviera y salí corriendo al baño a vomitar. Mi amiga pacientemente me ayudó a realizar tan deplorable acción en el excusado sin ensuciarme, después me acompañó de vuelta a la cama.

Me acomodó en el colchón, esperando a que mi estómago se acomodara, y en seguida me ofreció una gelatina. Aunque no tenía hambre traté de comérmela, sin embargo, como mi estómago había pasado varios días sin alimento de verdad, al sentir la consistencia de la gelatina en la garganta, las ganas de vomitar regresaron y otra vez corrí al baño.

Mi enfermera particular se rindió y sólo me ofreció un suero líquido, para que por lo menos no me deshidratara. Su mirada severa de médico me obligó a tomármelo poco a poco. Con el paso de los minutos el suero iba cayendo bien en mi cuerpo, sintiéndolo como una bendición.

- Voy a quedarme contigo esta noche - comentó Eloina recogiendo las cosas en la charola.

- Pero mañana tienes que ir a trabajar - respondí con dificultad, ya que me dolía la garganta por tanto vomitar.

- Hasta el domingo tengo guardia, así que pienso pasar el día de mañana contigo.

- ¿Mañana? - pregunté confundida - ¿Qué no se supone que te toca ir al hospital el jueves?

Eloina suspiró hondo y meneó la cabeza. Comprobó que me encontraba peor de lo que pensaba.

- Hoy es viernes - dijo por fin después de un gran suspiro.

Abrí mucho los ojos asombrada. Traté de recordar lo que había hecho los dos últimos días, no obstante, no tenía ni un recuerdo del miércoles y del jueves, lo más probable es que hubiera pasado esos días completamente ebria.

- Por cierto - prosiguió mi amiga - Einstein y Salem no tienen la culpa de lo que te está pasando. Quiero que les pongas atención, casi encuentro tres cadáveres aquí.

Ante el regaño solamente pude mover la cabeza afirmativamente. En seguida de dejar los trastes en la cocina, regresó a la habitación, y las dos nos acomodamos en la cama para dormir.

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