Día 168 sin ti

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La mañana de mi quinto día me deslumbró por completo. Lo primero que hice fue renovar mi estadía por dos noches más, y compré por internet mi nuevo boleto de avión para el domingo en la tarde. Avisé a mi familia de que haría un cambio de planes con mi regreso, y aunque les extraño esto no dijeron nada.

Mientras Carlos trabajaba aquel viernes, volví a recorrer las calles de Oaxaca, pero esta vez las veía cada vez más hermosas y coloridas, sin darme cuenta mis heridas estaban dejando de sangrar y empezaban a cicatrizar lentamente. La mayor parte del día me la pasé recorriendo el Jardín Botánico. Nuevamente Carlos y yo acordamos en vernos a las ocho de la noche en el zócalo. En esta ocasión luciendo un bonito vestido verde, con zapatillas del mismo color, me encontré con el hombre que hacía desaparecer el dolor. Gracias a él las últimas dos noches había podido descansar mejor, que, aunque todavía no dormía toda la noche, las pocas horas que lo hacía descansaba profundamente.

Luego de encontrarnos en nuestro punto favorito de reunión, Carlos me llevó a un bar calles arriba del zócalo. Esta vez ninguno de los dos se puso a contar la cantidad de cervezas que tomábamos, ya que al día siguiente Carlos descansaba del trabajo, así que la noche apenas comenzaba para ambos.

Mientras estábamos en el bar, nos tomábamos de la mano, nos hacíamos cariños y nos besábamos, al mismo tiempo que platicábamos de todo y nada a la vez. Con él podía hablar de cualquier tema, del clima, del cielo, de astronomía, de cultura general, de cosas sin sentido que nos hacían reír a carcajadas, incluyendo nuestro tema favorito: la historia.

En lo que él me explicaba sobre la historia de una de las zonas arqueológicas que contaba Oaxaca, yo lo observaba detenidamente. Me di cuenta de que a Carlos le emocionaba hablar de ese tema, pues era obvio que adoraba la historia, entonces descubrí que era todo un ñoño. Apreté un poco los dientes, la palabra ñoño me llevó a compararlo con mi ex. Carlos se asemejaba a mi tortura en que eran igual de cerebritos, ¿por qué siempre tenía que encontrarme con alguien que se parecía en algo al dueño de todos mis males?

Por alrededor de la una de la mañana nos dirigimos hacia el hotel. Ya estando en la entrada, me besó otra vez, ninguno de los dos quería separarse, y entonces no sé si por el efecto que causaba en mí, sumándole la gran cantidad de alcohol que dominaba mi sistema, me separé y tomé una de sus manos, Carlos me miró fijamente tratando de adivinar lo que pretendía hacer. Comencé a caminar hacia el interior del hotel todavía tomando su mano, fue cuando supo mis intenciones y se dejó guiar hasta mi habitación.

Al estar adentro del cuarto, me voltee hacia él y empecé a besarlo, pero de una forma muy apasionada. Los dos sabíamos perfectamente qué era lo que estaba a punto de suceder. Lo jalé todavía besándonos hacia la cama, Carlos se separó un poco de mí.

- ¿Estás segura de hacerlo? - me preguntó con la respiración entrecortada.

- Completamente segura - respondí robándole otro beso.

Él me llevó lenta y delicadamente hasta la cama, para luego acostarme en ella. Mientras sus labios y sus manos recorrían todo mi cuerpo, me sentía poderosa, tenía más de seis meses que un hombre no me tocaba de esa manera. Después de mi rompimiento con el amor de mi vida, no había aparecido ningún hombre que me hiciera despertar de aquella manera hasta que Carlos llegó.

Esa noche mientras me hacía suya, dejé que sus manos borraran el rastro que el otro dejó sobre mi cuerpo, permití que con sus besos sanara las heridas que me habían hecho y me aferré por completo a su cuerpo mientras en cada embestida me llevaba a conocer el mismo cielo.

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