Día 110 sin ti

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Durante el miércoles mi ánimo empeoro. Con cada segundo que seguía en aquella ciudad, se revelaba en mí psicológica y físicamente la sombra de mi pasado. A la mitad del día de trabajo, me repetí varias veces que pronto acabaría ese martirio, ya faltaba menos para tomar el vuelo que me regresaría a casa.

Por lo pronto tenía que ingeniármelas para continuar sobreviviendo en mi estadía, así que decidí comprar un boleto para la exposición de Vicent Van Gogh que estaba instalado en la Plaza A la Madre. Dentro del recito, me senté en el suelo en espera de que el evento comenzara.

Aunque el lugar no estaba completamente lleno, sentí que empezaba a asfixiarme. Respiré hondo repetidamente como haciendo ejercicios de respiración para calmar la crisis. Entonces el sonido de la música me hizo entender que la exposición daría inicio.

El evento fue totalmente hermoso. La música y las pinturas hacían mágico el instante. De repente comencé a llorar en silencio y no precisamente por lo que apreciaba en ese momento, sino por los recuerdos que saltaban a mi mente, puesto que de nuevo me encontré deseando que ese hombre de tez morena, al que no quería recordar, estuviera ahí conmigo, quizás en otro mundo estaríamos tomados de la mano, él contemplándome con una mirada de amor mientras yo disfrutaba de la exposición. No pude evitar imaginar que en ese multiuniverso que habitaba en mi mente, tal vez podría estar tomándome del rostro para luego besarme dulcemente.

Nada hasta ese instante había hecho que mi dolor minimizara. Ni David ni José, ni siquiera mis experiencias en Colima y en Guanajuato pudieron arrancarme un poco su recuerdo. Aunque no lo quisiera él seguía en mi corazón aferrado como desde el día en que nos conocimos, en aquel lejano noviembre durante una visita de evaluación en sitio.

Todo lo que estaba haciendo hasta ese día era en vano. Tristemente nada había cambiado, puesto que me sentía de la misma manera que luego de aquellos diez minutos de una llamada telefónica que acabaron con mi mundo como lo conocía, y con mis ganas de vivir.

¿Cómo iba a seguir adelante si lo que hacía no funcionaba? Quizás era el momento de resignarme, y sobrellevar lo que restaba de mi vida caminando a través de los años con un letrero en mi frente que llevara su nombre. Tal vez era el tiempo de aceptar que no podía vivir sin él, por más de que tratara de hacerme la fuerte. Mientras las luces se apagaban y prendían al compás de la música, continuaba llorando como la miserable en la que me había convertido, y que siempre sería sin él.

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