Día 74 sin ti

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Eran las seis de la mañana del martes en mi segundo día en Guanajuato, y ya estaba despierta. Otra noche más en la que no podía conciliar el sueño. Desesperada me levanté y me metí al baño para darme una ducha. Esperé a que se hicieran las ocho para buscar algún lugar en el que tomar el desayuno. Encontré un restaurante pequeño a unos cuantos pasos de mi hotel, y luego de revisar el menú, únicamente pedí una ensalada, puesto que mi estómago se revolvía con sólo leer la carta.

Con dificultades me comí la gran parte de la ensalada, y regresé al hotel para aguardar ahí a que pasaran por mí para tomar el segundo tour en aquella ciudad. Al entrar me quedé paralizada. Ahí en la pequeña sala de espera se encontraba José, el chico que la noche anterior me regaló la rosa. Él me vio en la puerta y se paró de su asiento esperando a que yo fuera a su encuentro.

Al ver que yo no reaccionaba se acercó a mí. Nerviosamente me dio los buenos días y se quedó callado, mientras tanto yo seguía sin reaccionar.

- ¿Qué es lo que estás haciendo aquí? - le pregunté recobrando la compostura después de varios minutos.

- Ayer que estuvimos platicando me la pase muy bien contigo, y recordé que comentaste que venías sola, así que pensé que quizás estaría bien si me uno a ti a los recorridos que vas a tomar en estos días para acompañarte - contestó el chico tímidamente.

Yo volví a quedar en shock, lo cual era demasiado evidente en mi rostro. José volteó nervioso hacia el suelo.

- No necesito que nadie me acompañe - solté de golpe algo grosera.

El hombre me miró con ojos de sorpresa y de tristeza al mismo tiempo. Soltó un suspiro que hizo darme cuenta de lo que acababa de decir.

- Lo lamento mucho, no quise molestarte - dijo por fin con voz temblorosa - Será mejor que me retire.

José sin decir otra palabra caminó hacia la puerta. Entonces la imagen de David se me vino a la mente, la historia se estaba repitiendo, ya que nuevamente aparecía un chico lindo con la única finalidad de ser agradable conmigo y yo lo trataba de lo peor.

Respiré profundamente, tenía que dejar de repetir ese patrón, el hecho de que mi ex hubiera terminado conmigo, con mis ilusiones y con mi corazón, no significaba que todos los hombres fueran iguales.

- ¡José! ¡Espera! - dije en voz alta antes de que él saliera por completo del hotel.

El muchacho volteó hacia donde yo estaba todavía con rostro triste. Me acerqué a él.

- Lo siento - comenté en voz baja - No quise tratarte de esa forma. Gracias por intentar ser amistoso conmigo mientras yo me porto como toda una grosera - me disculpé.

Nos quedamos en silencio, ya no sabía qué más decir.

- ¿Te parece bien si te acompaño a las excursiones? - preguntó dulcemente José.

- Me encantaría - respondí mirándolo a los ojos.

Él sonrió y eso me hizo sentir mucho mejor. Nos sentamos en la sala de espera en lo que llegaba el personal de la agencia de viajes por nosotros.

- ¿Qué no se supone que deberías de estar en la facultad a estas horas? - cuestioné intentando sacar plática.

- Sí, de hecho. Sin embargo, decidí que realizar unos paseos por mi ciudad natal son más importantes que mis clases de estos días - respondió sarcásticamente el chico.

La forma tan graciosa en que había contestado José me dio risa. Él se unió a la carcajada.

A las nueve en punto el personal del tour pasó por nosotros, y montados en una splinter nos aventuramos a nuestro recorrido. Aquel día sería por algunos puntos importantes de la ciudad. En nuestro grupo sólo había una pareja de Costa Rica que venía de vacaciones.

Mientras más tiempo pasaba con José, más me gustaba. Él era tan relajado que me trasmitía su gran energía, tanto que poco a poco ya estábamos platicando de todo. Curiosamente me di cuenta de que con él podía hablar de cualquier punto, desde el clima hasta de física cuántica como si fueran temas comunes de conversación, aunque claro que yo no tenía ni la más remota idea de que era lo segundo, así que José fue quien terminó explicándome muchas cosas sobre física, y lo mejor es que lo hacía tan bien que no me costaba trabajo entenderle.

Apreté los dientes ante este último pensamiento, aquella descripción cuadraba perfecto con el fantasma de mi pasado. Maldije para mí misma, ¿por qué siempre había alguien que me lo recordaba? ¿por qué a donde fuera él siempre tenía que aparecer para estropearlo todo? No pude evitar sentir un vacío en el corazón, no cabía duda de que seguía amándolo con lo profundo de mi ser. Respiré hondo, deseaba que en algún momento pudiera volver a mirar a mi pasado y no sentirme de esa forma. Supongo que llegaría ese día, tarde que temprano quizás podría rehacer mi vida sin dolor.

Regresé a la realidad y traté de enfocarme solamente en mi presente. El paseo por la ciudad nos llevó a lugares asombrosos. Visitamos el Museo de la Tortura, pasamos por el famoso Hotel Castillo Santa Cecilia, nos adentramos a una Boca Mina, admiramos el increíble paisaje desde el Monumento al Pipila, e hicimos una visita a mis familiares en el Museo de las Momias.

La compañía de José resultaba muy agradable. Durante ese tiempo al mirarlo, sin querer me sonrojaba, sin lugar a dudas me gustaba, incluso más de lo que David llegó a gustarme, y aunque ambos eran totalmente diferentes, había encontrado en cada uno de ellos algo que me llamaba la atención.

Luego de terminar nuestro tour, José me llevó hasta el Mercado Hidalgo para comer. Ya estando ahí pedimos unos ricos lonches, desgraciadamente yo seguía sin poder comer, porque para variar, mi estómago comenzó a revolverse, así que mejor le regalé mi comida a un señor que estaba necesitado de alimento. Después mi acompañante me hizo caminar calles arriba, para presumirme el hermoso edificio de la Universidad de Guanajuato y en seguida visitamos el Museo Regional.

Cuando el sol empezó a desaparecer del cielo, José y yo charlábamos animosamente sentados en la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas. Para completar aquel bonito día, acabamos en una mesa exterior de un bar cerca de la Basílica Colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato para tomar unas cervezas.

Como a las once de la noche José me acompañó hasta la Plaza Baratillo, sitio en el que se encontraba mi hotel, y en seguida de plantarme un beso en la boca, lo vi alejarse. Aun cuando ya lo había perdido de vista, seguí ahí todavía en shock por el beso. Me obligué a reaccionar para no verme como toda una tonta, y subí a mi habitación. Mientras contemplaba el techo tirada en la cama, admití que ese beso inesperado me había gustado, tal vez más de lo que podía imaginar.

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