9: Por la vida

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Salimos de Osaka en dirección suroeste, he decidido abandonar Japón y me dirijo hacia Filipinas, haremos una parada en Taiwan, no puede quedar un solo lugar sin revisar.

Temo por la vida de los chicos, si no me hubiera separado de ellos quizás esos piratas no hubieran podido llevárselos, me siento culpable por este rapto y me siento responsable de sus vidas.

La incertidumbre es asfixiante, mi cabeza no para de hacerme poner en lo peor ¿Les estarán dando de comer? ¿Les habrán hecho daño?

En estos momentos es cuando más recuerdo los momentos con esos dos, cuando logré convertirme en soldado yo tenía la edad que tiene Jisung ahora y él era un pequeño y revoltoso príncipe de seis años.

Recuerdo vívidamente ese viaje a Busán, y a la señorita Moon haciéndome cuidar de Jisung. No dejó de correr por toda la ciudad hasta que llegó a esa pequeña panadería en el mercado. Cuando lo vi jugar con Jeongin a fingir que eran caballeros sentí algo indescriptible, un sentimiento quizás más propio de un hermano mayor que de un simple soldado.

Le he fallado a esos niños, y he fallado a mi promesa de mantenerlos a salvo de todo peligro.

Juro sobre mi propia vida que voy a llevarlos de vuelta a casa, no importa con quién tenga que pelear, o a quien tenga que matar con tal de saber que están a salvo.

Y si no lo logro, si ellos no logran volver vivos a casa, juro sobre el papel tomar mi propia vida o aceptar las consecuencias por mi fracaso.

Jaehyun dejó la pluma de vuelta en su tintero, y guardó el pequeño cuaderno que Jeongin le había regalado a salvo en uno de los cajones de su escritorio.

Salió a cubierta, estaba anocheciendo, miró la luna, esperando que Jisung y Jeongin, allá donde estuvieran, pudieran ver esa misma luna.

Salió a cubierta, estaba anocheciendo, miró la luna, esperando que Jisung y Jeongin, allá donde estuvieran, pudieran ver esa misma luna

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Mañana al mediodía el Levanter estará listo para llevarnos a nuestro próximo puerto, pero esta noche aprovechemos a pasarlo bien. — Avisó Chan entrando en la habitación que estaban rentando en una pequeña posada en el centro de Manila, despertando los gritos emocionados de su tripulación que comenzó a correr para salir cuanto antes.

Las calles estaban iluminadas con farolillos, cientos de puestos de comida llenaban las calles y los gritos de los comerciantes y la mezcla de deliciosos olores llenaban el ambiente.

Chan trató de pedir algo de comida en uno de los puestos con las pocas palabras que había aprendido en Filipino después de sus numerosos viajes.

— Walo... pakiusap. — Dijo el capitán señalando unos palitos con carne que habían llamado su atención, el hombre del puesto asintió, tomando ocho de ellos y metiéndolos en una pequeña bolsita para él, estirando la mano para recibir el dinero y devolviendo el cambio al chico.

La Princesa Y El Gato De MarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora