Prólogo.

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Hay cosas que simplemente confunden.

Y otras que son tan obvias que no te tomas el momento de echarles un vistazo dos veces.

Como el hecho de que yo no era una chica normal, sabía que no lo era, entendía por qué no lo era.

Y aun cuando no quería serlo, lo extrañaba.

Luego estaba ese pequeño hecho, el que era demasiado obvio como para mirar más. Como el pequeño gato que mi madre adoptó en su primera cita con mi padre.

Y ni siquiera era un gato.

Siempre tuve especial curiosidad sobre el gato gris de ojos verdes que se posaba día tras día en el árbol contiguo a mi ventana. Desde que tuve memoria intenté atraparlo, pero era invencible. Perder era algo a lo cual yo no estaba acostumbrada. Aunque, si, estaba viviendo con padres adoptivos porque mis verdaderos padres no sabían que yo existía, en concepto, los había perdido. Me echaban de cada escuela a la que asistía; en mi defensa, era insulso ir a una institución a aprender cosas que ya sabía.

Eso ponía locos a mis profesores. ¿Qué le enseñarían a la niña que ya lo sabía todo, incluso lo que ellos no sabían?

Y aun continuaban sin saber.

Aun estaba aquel asunto sobre la maldición.

Puede que ella hubiera tenido que dejarme; sin embargo, yo no quería dejarla a ella.

No ahora, porque era mi asunto y tenía muchas preguntas sobre mí; sobre quién realmente era.

No se limita a ser la primera guardiana de cementerios con vida. Ni a ser la última, la que rompió con la maldición. No tenía que ver con mi madre, su muerte y condena como guardiana. Ni el rol de mi padre como el visitante y salvador.

Todo tenía que ver conmigo, con mi primera vida.

Y el gato.

Además de algunas plumas blancas.

Los encontraría, a él y las respuestas.

Aunque tuviera que viajar en el tiempo hasta el inicio de la maldición. 

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora