Capítulo 26 (4): Sagasta.

19 4 4
                                    

―Empiezo a creer que intentas ocultarme algo,―fue lo primero que dije al ingresar a la cocina del bar, a la cual, por cierto, jamás había entrado.

Jinx estaba de espaldas a mí, exhaló y dejó caer sus hombros.

Luego giró para enfrentarme.

―No lo hago ―aseguró.

―Disculpa, pero no parece ser verdad.

Jinx cabeceó hacia el cocinero, que solo nos miraba atento entre uno de los estantes de ingredientes.

Creo que él era una persona normal que no sabía para que clase de seres trabajaba. Gruñí.

De acuerdo, pero no lo seguiría extendiendo. Así que tomé a Jinx de la mano y lo jalé fuera de la cocina, llevándolo a rastras por detrás de la barra, y por el pasillo hasta el patio trasero.

― ¿Qué es lo que no estás diciéndome? ―exigí.

―No estoy ocultándote nada, Hënë,―insistió él―. Tan solo intentaba racionar la información; además, tú eras la que no quería que yo interviniera en esto. No puedo recordar todo lo que tengo de decirte en cuestión de pocos días.

―Hay algo que sí me dijiste, e incluso me impusiste,―reclamé―; hablaste de los guardianes, de lo peligrosos que eran y que debía mantenerme alejada de ellos. Sin embargo, Adam, Akram, Cid y Jacques son guardianes. ¿Me explicas eso?

―No son guardianes, son solo demonios ahora ―refutó él.

―Lo que quiere decir que yo soy un demonio.―Me señalé a mi misma, vaya, al fin sabía lo qué era.

―Si ―exhaló él.

―Ángeles que murieron y fueron condenados a un eterno sufrimiento como guardianes prisioneros. ¿Cómo se liberaron ellos? ¿Cómo murieron? ¿Quién los condenó?

―Cada maldición es diferente.

―Pero hay algo que todas tienen en común, ¿cierto? ―intenté recordar.

Jinx empalideció y rascó su cuello.

―Todo guardián atrapado necesita condenar a un humano para que tome su lugar y así obtener su libertad ―confesó.

―Ahora tiene sentido porque nos hacemos llamar demonios,―pensé en voz alta, condenar a alguien más no era algo muy... halagador―. Pero, yo no condené a nadie para liberarme, ¿o si?

―No como Hënë, tu siclo se terminó cuando tu madre devolvió la roca de las almas.―Jinx jaló mi cadena, la que colgaba de mi cuello, exponiendo la piedra que brillaba de manera incandescente según cuan agitada estuviera mi alma.

Apreté la piedra entre mis manos.

¿Todo sucedió por una roca?

―No como Hënë,―repetí, pensándolo mejor―. ¿Entonces como...?

―Tod, ella condenó a Josie.

Así que yo condené a mi propia madre a la maldición.

―Hay algo que aun no comprendo.―Mi cabeza ahora mismo se hallaba dando vueltas, odiaba que la información se atrincherara dentro de mi mente.

Yo escribí sobre ello, lo sé, solo que no lo recordaba bien. Escribí aquellos cuentos cuando era demasiado pequeña para entenderlos, siquiera se suponía que debía saber escribir. Las historias se perdieron en la mudanza, esas mismas que busqué como loca la primera noche que vi mis alas.

Necesitaba mi libro de realidades.

― ¿Hënë? ¿A dónde vas? ―preguntó Jinx cuando empujé la puerta del pasillo y empecé a adentrarme allí.

Él no me siguió.

Sabía que no lo haría, de nuevo, él pensaba que yo necesitaba tiempo para asimilar la nueva información.

Últimamente todo era nuevo.

Nuevas preguntas.

Nuevos datos que no solían responderlas.

Nuevos personajes que no comprendía.

Nuevos misterios sin resolver.

Y nuevos fastidios, cómo él:

― ¡Hey! ¿Nunca vez por dónde caminas?

― ¡Dios! ¿Que demonios haces tú aquí? ¡De nuevo! ¿Estás siguiéndome otra vez? ―gruñí, Peter Dunham estaba nuevamente entrometiéndose en mi camino.

Yo iba a patear sus testículos de ricacho engreído si no se apartaba de mi camino.

―Claro, porque mi mundo gira alrededor de ti, primor ―respondió de su particular forma arrogante de ser.

―Por lo visto.―Crucé mis brazos y lo miré con una ceja en alto― Apártate de mi camino.

―Oye, ¿está molestándote? ―Akram se posó a mi lado y me tocó el brazo.

―Como siempre ―respondí.

― ¿Cual es tu problema con la chica? ―preguntó Akram, miró con ceño fruncido a Peter, que a su vez, solo sonrió de manera pedante y egocéntrica.

No obstante, cuando ellos realmente se miraron a los ojos, algo explotó. El semblante de Akram se decayó tanto que temí terminar recogiéndolo del cemento de la acera.

Peter subió la barbilla, vi sus ojos brillar de una extraña manera sobrehumana, e incluso cambiar de color.

Algo andaba mal.

Dos segundos fue lo que tardó Akram en tomar mis hombros y lanzarme de regreso dentro del bar.

Él ingresó y trabó la puerta, como si no fuera plena mañana y la clientela entrara y saliera.

― ¿Que te pasa? ―pregunté.

Akram de nuevo tomó mi brazo y me hizo correr hacia el pasillo de los sanitarios.

Allí, de una extraña manera, usando un poder que yo no conocía. Me empujó contra la pared, yo atravesé la pared, pero no estaba en una sección distinta del bar, o en una vecina.

Estaba en casa, en mi casa.

Akram atravesó la pared tras de mí.

― ¿Cómo rayos hiciste eso? ―pregunté sorprendida.

Nos transportó de un lado a otro, en fragmentos de segundos.

―Sagasta ―fue lo primero que dijo.

― ¿Sagasta? ―pregunté confundida― ¿Cómo Kuolema de Sagasta?

―Si, ese Sagasta ―aseguró, susurrando.

― ¿Peter? ―bufé, incapaz de creerlo, era solo un idiota Dunham.

―Por eso está tras de ti, aun te busca.

― ¿Qué? ―pregunté, ahora mucho mas confundida.

Esta maldita historia parecía no terminar jamás.

¿Ahora que seguía?

―Quiere a su esposa de vuelta, regresamos al conflicto de hace cien años.―Miré a Akram boquiabierta. Claro, las sorpresas jamás se terminaban, no debería extrañarme.

―¿Ahora tengo esposo? ―grité, sin poder creerlo― ¡Solo me falta tener hijos también!

―Hënë...

― ¡Cállate maldita sea! ¡Cállate! ―grité, ahora mismo, eufórica de rabia― Buscaré una roca dónde partir mi cráneo, si me disculpas. 

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora