Capítulo 11 (3): La familia y el té

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Regresé al campus antes de medio día, con las manos vacías.

Le pregunté a papá si él sabía de mis cuentos de antaño; pero además del que alguna vez leyó en mi alcoba cuando aun vivía con Héller e Ilse, no sabía más. No podía creer que los extraviara.

Ahora eran una clave importante de mi vida y yo la había perdido.

Aunque desayuné en casa luego de que Josie quemara todo el pan en existencia de la alacena, hicimos lo de siempre: Recurrir a un servicio a domicilio de Tania.

Ella misma nos llevó el desayuno a casa, todo por cocinar cuanto pudiera; aunque Tania era una mujer polifacética y sumamente ocupada, si tu le pedías algo relacionado con la comida, ella podía simplemente cruzar tres mares completos para llevarte la comida a la mesa.

Ya que era domingo, el servicio a domicilio incluía dos revoltosos mellizos diminutos que iban de acá para allá haciendo gran escándalo.

Tenían mas de diez años, pero lo único que realmente sabían hacer era pelearse entre ellos; odiaban la existencia de su hermano de manera mutua. Era bastante raro, ya que Bram y Tania jamás peleaban, yo nunca había escuchado a ninguno de los dos levantar de su tono normal dos puntos de decibles pretendiendo llamarles la atención a sus hijos.

Ellos simplemente no se soportaban en uno al otro, aunque tampoco parecían soportar la existencia de nadie mas en el mundo. En nuestra familia parecía haber de todo, yo era la mayor y catalogada como la "rara", luego estaba Josh, el rebelde sin causa, a quien le seguía Chiara, que era una fiestera indomable, callejera, descarada, insolente; Percy era como lo que no había, él estaba allí, lo veías, pero no ocupaba realmente un espacio, era casi como si no existiera. Madge era la niña fresa, presumida y egocéntrica; Michael era exactamente la misma cosa, por eso se odiaban, ambos querían ser los mejores en todo y no toleraban compartir un lugar.

Lamentablemente les había tocado no solo compartir la vida, si no los padres y hasta la matriz. Ellos simplemente veían al resto de nosotros como escoria de la sociedad. Siquiera se soportaban a si mismos.

El punto aquí es que tenía hambre, sin importar cuanto hubiera desayunado en casa.

Por ello, cuando llegué al campus, crucé de inmediato el pasto hasta Nate's nata y café; el chico del puesto se llamaba Nate, su lugar era mas o menos un carrito que situaba en los lugares mas transitados de la universidad.

Por el momento me conformaría con beber algo, subiría por Ángeles e iríamos a comer algo juntas.

Baldwin, la rata de gemología estaba de pie junto al carrito charlando con el chico Nate.

― ¿Domingo? ¿Enserio? ―pregunté mientras palpaba los bolsillos de mis vaqueros en busca de algo de cambio.

―No te preocupes, el té va por mi cuenta ―ofreció Nate.

―Tiene novio, ni lo intentes ―gruñó Baldwin.

―Puedo pagarlo ―comenté mientras miraba fijamente a Baldwin.

¿Qué intentaba decir?

El chico me miró ceñudo con una expresión mezclada con soberbia y arrogancia.

― ¿Te hice algo? ―pregunté hacia Baldwin, dejando frente a Nate dos dólares.

Siempre lo único que andaba en mi bolsillo eran dólares, cómo si en Alemania no se usaran los euros.

―Eres ese tipo de chica ―espetó Baldwin.

― ¿Tipo?

―Toma N ―dijo Nate dejando mi té junto a los dólares.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora