Capítulo 3 (3): Un muy buen gafe.

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Aparte de papá, él era el hombre mas guapo que yo había llegado a contemplar.

Siempre y cuando hablaras de gustos al estilo Hënë, ósea yo. Puede que hubiera muchos hombres guapos en el mundo; pero habían realmente pocos especializados en llamar mi atención. Pues bien, él era ese hombre, él no solo se había especializado, se había graduado, sacado un máster y hecho dueño de mi atención.

Su nariz puntiaguda, barbilla alargada, labios gruesos y mirada profunda de ojos de color semi-cambiante.

Anoche, al ver fijamente sus pupilas, me encontré con una fresca menta, verde, como el fondo del océano o un bosque frondoso. Ahora mismo, tras darle una nerviosa y rápida mirada, veía el azul del cielo, un cielo muy despejado.

Había cosas que simplemente no podías dejar de mirar. Él era una de esas delicias de la vida.

Mientras Ángeles y su hermano charlaban sobre lo que almorzarían, yo me llenaba el alma con aquella admirable vista.

¿Podían simplemente darme un refresco, algo de rosetas de maíz y dejarme allí sentada, por siempre?

Sería condenadamente feliz.

Él me regaló una sonrisa y yo no tuve tiempo de controlarme, por ello, suspiré.

¿Qué estaba haciendo conmigo?

De pronto, dejó la cristalería de lado y avanzó hasta la puertilla que detenía el paso hacia la barra. Él empezó a armarse de una libreta y lapicero.

Y yo entré en pánico.

―Oh por Dios ―exprimí el brazo de Ángeles―. Él viene hacia acá, ¿Cómo me veo? ¿Huelo bien?

―Nerviosa, patética, ridícula y en pijamas ―bromeó Ángeles.

¡Oh por Dios!

¡Aun llevaba pijamas!

―Estás bien N ―atribuyó Ángeles.

―Pausa, espera un momento. Estás fuera del alcance de este guapo chico universitario extranjero.―Edrei se señaló a si mismo―. ¿Pero el cantinero si está a tu altura?

―Cállate ―le ordené, lanzándole el menú empastado al rostro.

Edrei parpadeó aturdido y me miró con los ojos entrecerrados.

El objeto de mi descontrol se acercó con una sonrisa fijada en mí, se detuvo justo a mi lado, golpeó su libreta con el lapicero y nos miró en general.

― ¿Listos para ordenar? ―preguntó.

―Lo primero que definitivamente debería pedirte es tu numero de teléfono, creo mi amiga podría estar altamente interesada en ese detalle ―respondió Ángeles, señalándome.

De inmediato me llené de pudor y me encogí, completamente humillada. Esto no podía ser verdad.

―Pues, sería un gusto ―dijo y sonrió de soslayo en mi dirección con una mirada rápida.

Edrei carraspeó, incomodo e incluso molesto.

―Yo tomaré lo que se acostumbraba a pedir en un restaurante antes de la era hormonal femenina liberal ―prácticamente gruñó―. Una hamburguesa con papas y soda normal.

―Uh, si, yo quiero lo mismo ―dijo Ángeles.

Yo seguía intentando desaparecer.

Mis poderes de guardiana hubieran sido de tanta utilidad en ese momento.

Y cuando él volvió a mirarme de lleno, todo en mí se destapó.

¡Dios mío!

Si seguía mirándome de esa forma yo podría llegar a derretirme.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora