Capítulo 9 (2): "¡Ángeles por todas partes!".

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Una vez calzados mis pies me coloqué la chaqueta de inmediato, esto lograría disimular mi camisa manchada y mis pezones.

En cuanto a mi pantaloncillo no tenía más remedio que cuidar de que no se me enrollara. Pero sobreviviría, si, lograría sobrevivir a un siguiente día en mis pijamas por la universidad.

Quizá hasta medio día.

No era que me molestara andar en pijamas, no, el problema aquí es que la madrugada anterior había escogido lo peor de mi armario para usar.

Comprendí que de aquel día en más, yo usaría ropa regular como pijamas, así disimularía mi pena si esto sucedía de nuevo. Quizá la próxima vez yo usaría una blusa de conejitos y calzones con bananas en ellos, lo cual sería completamente incongruente.

No era que mi vida social me preocupara, nunca antes ni mucho después, pero todo tenía un límite.

Troté para alcanzar a Ángeles que me llevaba una ventaja de al menos seis metros por el patio, no esperó por mí mientras colocaba mis zapatillas ni la chaqueta. Esta chica debía estar hambrienta de verdad.

Debí haber cargado sobras mi primera cita, al menos sobras del bar. Lo anotaría para la siguiente ocasión.

Ella tomó de mi brazo al cruzar la calle recordándome a mamá y su trauma indefinido a cruzar las carreteras, fueran las que fueran. Sus padres, mis abuelos, murieron atropellados por un enorme camión.

Ella era una niña pequeña en aquel entonces y, aunque no había estado allí para verlo, el terror si formó parte de ella durante toda su vida.

Josie Shäfer no cruzaba una calle sin dejarte sus uñas de tres centímetros enterradas en la parte superior de tu brazo. Para Ángeles era más un termino afectuoso, una tradición que las amigas se tomaran de la mano, la muñeca o el brazo para cruzar la calle. Según me llegó a decir era una de las formas más claras de entender si eras la amiga preferida del grupo. Si tres chicas cruzaban una calle y la chica del centro se aferraba a la de la izquierda para cruzar la calle eso significaba que confiaba más en esta, por lo que consecuentemente esta sería su amiga favorita.

También funcionaba que un chico supiera si le gustaba a una chica, ella no dejaría pasar la oportunidad de aferrarse al chico de su interés al cruzar la calle, si no lo hacía, era que no estaba suficientemente interesada en él. Aunque también cabía la posibilidad de que esa chica quisiera al chico como un amigo íntimo, amado, pero solo un amigo.

Ese era el tipo de cosas sobre Ángeles, tenía sus extrañas costumbres y teorías, cosas que nadie se Tomaba la atención de mirar, pero ella si, ella lo sabía, lo analizaba y te daba una razón.

Yo jamás lo venía venir.

Al llegar a la puerta del bar Ángeles sacudió su pantalón por lo que yo entré primero al bar.

Me sorprendió ver a Adam justo en el mismo lugar en que lo dejé por la madrugada: su codo derecho sobre la caja registradora, sus pies encima de la barra y la mano izquierda apuntando al televisor con el control en mano cambiando canales sin parar.

El chico que barría la noche anterior estaba a su lado sentado en un taburete, pero no era el único allí.

Frente a ellos al otro lado de la barra habían dos chicos más, ambos de cabello largo, uno delgado y moreno con las mismas pintas roqueras y cubiertos de cuero, el otro llevaba sombrero, camisa blanca de botones al frente y tirantes que sostenían sus pantalones negros con botas vaqueras.

Jinx estaba con ellos.

― ¡Veo ángeles! ¡Veo cinco hermosos ángeles! ―expresó Ángeles detrás de mí en voz alta, y los cinco chicos voltearon a mirarnos con sincronía perfecta.

Jinx me miró y sonrió.

Yo lo miré y sonreí.

Salté del desnivel de la entrada saltándome los únicos dos escalones para ir hacia él. Me recibió con los brazos abiertos sorprendiéndome con un beso de bienvenida.

¡Sus labios estaban sobre los míos de nuevo! ¡Eso es!

― ¡Díganme, por favor, que alguno de ustedes saldrá conmigo! ―exigió Ángeles señalándolos a todos.

Tuve que reírme, porque sinceramente no sabía si morir de vergüenza o disfrutarlo.

Los cuatro chicos se miraron entre ellos para luego mirarnos a Jinx y a mí, él subió los hombros y yo lo imité.

―No puedo ayudarlos ―agregué.

―Tengo novi a―dijo Adam.

―Yo también―dijo el chico que estaba junto a él al otro lado de la barra.

Él tenía una barbilla partida muy bonita.

―Suelo utilizar a las mujeres solo por sexo ―confesó sin rodeos el de sombrero, camisa blanca y tirantes.

Por último, el chico moreno y delgado con el pañuelo doblado en su cabeza sosteniendo su despeinado cabello lo pensó antes de decir:

― ¿Te sirve a las seis? ―Con eso Ángeles chilló, lanzó los brazos alrededor de él y le dio un abrazo saca aire y quiebra costillas.

El chico hizo visco y el resto de nosotros nos echamos a reír.

―Visto que acabamos de conocer a la nueva novia de Cid...―Señaló en chico del sombrero y volteó hacia Jinx y yo―. ¿Nos presentarás a la tuya?

Jinx sonrió de soslayo mirándome a los ojos, tenía una dulce mirada, ojos verdes o de color confuso continuamente cambiante, era tan profunda y misteriosa.

―Aun no llegan a la cita de noviazgo, apenas empezaron ayer ―intervino Adam.

―Es como a la tercera ―apoyó el chico de barbilla partida que estaba a su lado.

―La quinta es el sexo ―dijo el de sombrero, me miró y jugó con sus cejas.

Escondí mi rostro en el pecho de Jinx ya que empezaba a ponerme roja como Tomate.

¿Estaba hablando enserio?

―No asustes a la chica.―Adam le dio un zape al chico del sombrero dejándolo sin él.

Jinx levantó mi barbilla, revelando mi rostro enrojecido, acarició mis mejillas y me dio una tranquilizadora mirada.

―Hënë, ellos son mis amigos, Cid, Akram, Jacques y, bueno, ya conoces a Adam,―señaló según estaban ubicados, el mas cercano a mí, Akram, el chico del sombrero, tomó mi mano y la besó.

Jacques, el de la barbilla partida, tomó el sombrero de la barra y lo golpeó con él.

―Marca otro territorio ―bromeó.

Él rió, tenía una risa coqueta, todos ellos la tenían.

―Yo soy Ángeles, quiero que sepan que Ángeles tiene hambre y empezará a comerse lo que tiene en frente de ella si no le dan algo de alimento ahora, ¿adivinen que está frente a mí? ―Ella estaba en la esquina de la barra, y todos los chicos estaban frente a ella.

Yo reí de nuevo.

¡Cómo amaba a esa chica!

― ¡Cid, alimenta a tu mujer! ―le gritó Adam, con su voz eso se escuchaba como una amenaza desde el todopoderoso.

Lo empujó sacando al flacucho moreno del taburete y lazándolo en dirección a la ventanilla de la cocina.

Ella fue tras él y cuando pasó a mi lado susurró en mi oído:

―El tuyo tiene mas trasero, pero no me quejo del mío.―Y justo ahí sin importar que todos estos guapos chicos me vieran ridiculizarme, me carcajeé hasta llorar. 

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora