Capítulo 11 (4): Cien años y muchos más.

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― ¡Son geniales! ―expresó una voz quizá conocida a mi lado, pero aun se escuchaba distorsionada.

― ¿Por qué no nos habías dicho que tu chica era una de nosotros? ―preguntó otro.

―No lo era, al menos no lo sabía ―respondió Jinx, sabía que era él.

Además, era obvio que hablaban de mí y yo era "su chica".

― ¿Piensas explicarme esto? ―esa era Ángeles, hablaba así cuando tenía la boca llena de comida, apuesto que estaba engullendo algo ahora mismo.

―Tú nos debes una explicación ―espetó, ese era Cid, lo distinguía ahora―. Al menos a mí.

― ¿Y lo dices tu? ―reclamó Ángeles― ¿Pensabas decirme que eras una especie de pájaro antes o luego del matrimonio?

― ¡Espera! ¿Matrimonio? ―Esa voz casi no la distinguía, pero sabía que la conocía, quizá era ese de estilo vaquero.

― ¡Es sarcasmo! ―anunció Ángeles.

Parpadeé.

―Jinx, ella está despertando ―anunció el chico de la barbilla partida, podía distinguirlo entre las sombras revueltas.

Parpadeé de nuevo.

― ¿Hënë? ―llamó Jinx, sentí que tomó mi cuello y luego posó mi cabeza en su regazo.

Poco a poco abrí los ojos, todo pasó de borroso a nítido. Y lo primero que pude ver fue esos cinco chicos a mi alrededor.

¡Rayos!

Ni el cielo podría ser tan hermoso.

― ¿Estás bien? ―preguntó Jinx.

― ¿Por qué rayos tienen que ser tan guapos? ―solté y ellos rieron.

Ángeles apareció de pronto, metiéndose salvajemente en mi campo de visión.

―Este de aquí.―Señaló a Cid―. Es mío.―Acto seguido, lo tomó de las solapas de su chaqueta y lo jaló con ella.

Los chicos se apartaron en cuanto yo intenté sentarme, Jinx me ayudó a hacerlo. Por primera vez en todo el día me sentí ligera. Cuando me vi a mi misma supe que las alas se habían ido.

― ¿Qué pasó?

―Vienen y van, ya te acostumbrarás― dijo Adam.

―Debe de referirse a como se desmayó ―objetó Akram.

―En realidad, hablaba de las alas ―dije, con ello, Adam le dio un puñetazo a Akram por el brazo.

― ¿Quién está atendiendo el bar? ―pregunté, todos estaban allí.

Akram y Cid se miraron alarmados.

― ¡Rayos! ―dijeron a coro antes de salir corriendo del lugar.

― ¿No es tu bar? ―preguntó Ángeles.

―Es de todos―respondió el chico de la barbilla partida, Jacques, ese era su nombre―. Es solo que Jinx siempre está aquí. Nosotros vamos y venimos a nuestro antojo.

En ese momento registré el lugar en el que me encontraba, no era el bar, ni el jardín, ni mi piso.

Era la casa de Jinx, el piso superior del bar. El lugar era algo añejo.

No me refería a la mugre, sino que contenía cosas muy viejas, mucha madera, libros, muebles antiguos, como un lugar en 1800. Ángeles estaba a unos tres metros del sillón, devorando alitas de pollo, al parecer, yo me desvanecí lo suficiente para que ella acabara con todo.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora