Capítulo 11 (2): Ni la menor idea.

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Antes del amanecer estaba en casa. No en mi pequeña habitación compartida en el campus de la universidad; no, estaba en casa, en mi hermosa casa en Dusseldorf. Apenas pasaron cinco minutos desde que dieron las seis de la mañana.

Yo tenía mi habitación vuelta hacia arriba buscando entre cajas y montañas de cosas viejas los archivos que databan de mi vida con Héller e Ilse.

No tenía la menor idea de dónde estaban y temía que se hubieran perdido en las mudanzas. Exhalé exasperada, debían estar en alguna parte...

Por algún lugar.

Me dejé caer acostada sobre la alfombra y grité de frustración. Alcé las manos sobre mi cabeza, llevaba unos viejos guantes de invierno con los dedos cortados...

Debía ser mi culpa.

Tomé el dije que colgaba de mi cuello con una de mis manos al mismo tiempo en que veía a mi izquierda y luego a mi derecha. Esas enormes cosas se hallaban extendidas debajo de mí.

Dejaron de doler en cuanto el sol salió pero aun no sabía como se usaban.

¿Tenía que ver con esto?

Debía visitar a la abuela Mona, debía ir a Andhakära e investigar sobre esa estúpida leyenda. Parecía que la maldición encontraba nuevas maneras de revivir. Al parecer yo era su victima preferida.

Solía soñar muchas cosas, solía soñar con una chica, la guardiana, hasta con mis propios padres cuando aun no los conocía. No recordaba mucho de esos sueños, en realidad, no recordaba nada. Tenía solo seis o cinco años cuando escribí la mayoría.

Se suponía que aun ni sabía escribir, Ilse me llevó a psiquiatras desde que descubrió que, no solo yo escribía y leía sin que nadie me enseñara sino que mis recurrentes historias trataban sobre la muerte, fantasmas, ángeles y demonios, para ella no era normal.

Lo de los psiquiatras y psicólogos no sirvió de mucho. Solo me hicieron mas rara de lo que ya era; así pasé de ser una niña rara a una niña casi diagnosticada loca. Con el tiempo me cansé, me harté de ellos, de sus pronósticos, de sus juicios y discriminaciones; me di a la tarea de aterrorizarlos, tanto a los doctores como a los niños que eran malos conmigo, a las nanas, a las maestras del jardín de niños e incluso los vecinos. Nadie me quería junto a ellos o a sus hijos, les di mucha lata a Héller e Ilse, pero siempre fueron pacientes y razonables conmigo.

Cuando Georg me llevó de ellos, charlaron conmigo e intentaron decirme que no querían dejarme, pero que ahora ellos no podían encargarse de mí. Interiormente los acusé de deshacerse de mí, e incluso les daba la razón si fuera el caso; yo los llevé a la bancarrota, ahuyenté a sus amigos, las personas los juzgaban tanto como a mí. Pero sabía, porque yo lo sabía todo, sabía que Ilse jamás me dejaría por algo como ello, y Héller aunque no era tan arraigado, él tampoco lo haría.

Con el tiempo supe la verdad, en aquel tiempo las cosas se me revelaban a su antojo, no cuando yo lo deseara; Georg era mi verdadero padre, Josie era mi madre. Héller e Ilse estaban siendo perseguidos por las autoridades, yo los puse en el foco, ya no tenían dinero, porque lo gastaron todo en mí, el banco los dejaría sin casa; lo mas posible es que pronto alguna agencia de protección de menores llegara por mí, quizá me encerrarían en un psiquiátrico o algo peor.

Y por eso tuvieron que dejarme ir.

El primer año de su partida me enviaron cartas, llamaron a Georg, me llamaban, pero yo continuaba resentida y los ignoré, insistieron hasta que, naturalmente, se rindieron. Ahora me culpaba por ello. Nadie tenía la culpa de lo que sea que yo fuera.

―Aki ―expresó mamá de pie en el umbral de la puerta de mi habitación.

Ella miró alrededor de mí, avistando la habitación. Lo único que yo pude llegar a pensar en ese momento fue:

¿Lo notará?

― ¿Qué sucede? ―le siguió papá deteniéndose a su lado.

Yo dejé de respirar en ese momento; solo los miré fijamente esperando sus reacciones. Desde aquella posición tenía un claro panorama de ambos.

Con solo mirarlos podía sentir lo mucho que me amaban y lo mucho que yo los amaba a ellos. Ambos eran perfectos, tanto el uno para el otro como para mí. Como en todo.

Los dos me miraron de manera expectativa cómo esperando que yo les dijera algo, no sabía lo que pasaba por sus cabezas ni percibía su energía. Estaba completamente bloqueada, ni siquiera respiraba.

―Akane, te estás poniendo morada, respira ―pidió papá.

Yo tragué aire de inmediato llenando mis pulmones.

Antes de que pudiera percibirlo, mamá y papá se sentaron a mi lado en el piso; solo moviendo algunas cajas, papeles, fólderes y AMPOS para hacerse espacio.

― ¿Qué pasa? ―preguntó mamá, con sus dedos empezó a acomodar mi cabello, siempre siendo una madre, aunque no lo pretendiera.

La miré y luego a papá. Sus preocupados ojos verdes estaban sobre mí... Era tan guapo.

―Tuve una gran noche ―escupí.

No necesariamente significaba que todo hubiere sido bueno, solo algo grande y perturbador de emociones.

―Lo sé ―rió papá―. Lo vimos en Youtube.

― ¿Qué? ―pregunté aturdida.

Por supuesto, era de esperarse.

―Hasta salió en las noticias de media noche ―bromeó mamá, la miré y fruncí mi ceño, no era verdad.

―Me hiciste sentir el más orgulloso padre en el mundo.

― ¿Enserio? ―Abrí los ojos en grande y miré a papá, tenía esa enorme sonrisa que marcaba arrugas sobre la comisura de su boca.

Sí, el estaba orgulloso de mí.

―La manera en la que tocaste el bajo, definitivamente te hace hija de tu padre.―Mamá palmeó mi hombro; posterior a ello se levantó de suelo y salió de la habitación.

Presentía un horroroso desayuno en mi futuro. Mamá era buena en casi todo, cocinar era una de esas cosas que no estaban en la lista, tenía una pésima mano.

―Los chicos que subieron luego de ti... ―empezó papá, sin llegar a terminar, lo próximo que veía en el futuro era mi confesión y quizá un corazón partido para mi propio padre.

―El chico de la batería era la cita de Ángeles para el baile y... ―dudé, dos hombres en mi vida.

¡Dos hombres!

Siempre había querido solo uno, a él, ahora tenía dos. Estaba enamorada de ambos; pero de una forma distinta.

―El de la guitarra es el chico ―dedujo papá, apretó sus labios, casi veinte años él fue el único hombre de mi vida, ahora tendía que compartir a su bebé.

―Si ―exhalé mi confesión.

No sé que era más difícil para mí, hablar con mi padre sobre mi novio, o ser un ángel de alas negras. Las cuales parecían ser invisibles para mis padres como para Edrei y el resto de las chicas de mi edificio.

―Músico, podría ser bueno.―Rascó su barbilla, tuve que sonreír, era dulce de su parte.

Me levanté del piso intentando que las alas no se llevaran todo en la habitación a su paso.

Tiré mis brazos alrededor de papá y lo abracé con fuerza. Él se aferró de mi espalda baja y besó mi sien, susurrándome, "Te amo", al oído. No tenía que decirlo, era una de las pocas cosas que tenía claras en mi vida. Pero amaba escucharlo.

―Yo te amo mucho más ―afirmé, besando su mejilla.

Ahora necesitaba levantarme del suelo e ir a la cocina, el mundo no me perdonaría si yo dejaba a Josie Schäfer cocinar.

Es posible que nos matara a todos.  

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora