Capítulo 8 (1): Los cortes de tu espalda.

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―Tú definitivamente quieres causar una revelación masculina ―expresó Ángeles desde el umbral de la puerta tan pronto como me vio, aun con su mano en el pomo.

Eran las dieciocho horas y yo ya estaba completamente lista para mi cita, con un hueco cavando a china en mi estomago. Nervios de punta y temblores de ansiedad.

Hice una mueca nerviosa mientras tomaba la corta falda de mi vestido y lo dejaba caer de nuevo en su lugar.

―En ti se ve mucho mas hermoso que esa anoréxica modelo.―Continuó tras cerrar la puerta.

Yo volví a verme en el espejo algo insegura, quizá era demasiado.

La falda apenas llegaba a la mitad de mis muslos, llevaba colores morados y blancos, estos se fundían justo a la mitad de la falda, haciendo que esta se pareciera a los pétalos de una flor, la tela era de un tul muy dedicado, se sentía como una bolita de algodón cuando lo tomabas.

El escote era en forma de corazón, lúcido, negro, sin ninguna adhesión, sin tiras y hacia que mis pechos se vieran perfectamente redondos, y la copa solo cubría la mitad de estos.

No creo que papá estuviera a favor de este vestido.

Cuando me lo puse me asusté, había demasiadas curvas peligrosas que ni yo era capaz de controlar.

―Pon el colgante mas corto, ¿por qué siempre lo escondes bajo tu ropa? ―Y antes de que pudiera protestar, ella ya lo había acortado, así que ahora estaba un centímetro debajo de la V de mi cuello.

―Gracias ―sonreí.

Ángeles pasó sus brazos por encima de mi pecho y me abrazó de aquella manera, me miró a los ojos por el espejo, subiendo una de sus cejas. Era la primera vez que notaba sus extra largas pestañas

― ¿Nerviosa? ―preguntó con una media sonrisa, yo suspiré y asentí― Saldrá bien―aseguró al soltarme.

―¿Crees que lo note? ―pregunté, refiriéndome al vestido.

― ¿Te vestiste así solo para que él te note? ―preguntó, yo torcí mi cabeza y arrugué la nariz, en realidad no tenía una razón exclusiva― Cómo si ya no fueras el centro de su universo; chica, él enserio muere por ti. Sin embargo, es hombre, dudo que no le de un vistazo a ese menú.―Señaló mi cuerpo de pies a cabeza.

―Te quiero.―La envolví con mis brazos, esta vez, abrazándola yo.

Amaba su humor, hacía mi vida mas llena de vida.

Me hacía no odiar tanto la universidad.

―N ―dijo en un tono preocupante, serio, yo me retraje para mirarla; no obstante, ella tomó mis hombros y me hizo voltearme de manera precipitada, casi mareándome―. ¿Has visto tu espalda?

―No ―respondí insegura.

― ¿Tenías esos cortes antes? ―¿Cortes? ¿De qué estaba hablándome?

Volteé de nuevo, esta vez intentando mirar mi espalda en el espejo.

Si, allí estaban, se extendían de mis omóplato hasta el borde de la espalda de mi vestido, como a la mitad de mi espalda.

Eran dos, ligeramente inclinadas en un ángulo de descenso, acercando sus puntas bajas a la mitad de mi espalda por unos cinco centímetros.

Empezaban en mis omóplatos, separadas por la distancia de mi cuello, no llegaban a toparse con mi columna vertical en ningún momento.

― ¿Qué demonios? ―expresé confundida, no las tenía, no ayer, no esta mañana.

¿Cómo había sucedido?

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora