Capítulo 18 (1): Ser en sueños.

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Cada noche hasta la madrugada del último día de octubre, soñé con ella. Bueno, no con ella, soñé que era ella. Tras elegir mi disfraz, aparecí como ella en mis sueños.

Tod.

Esa sensacional gitana de cabello negro y abundante, mechas despeinadas llenas de sensualidad, grandiosa, seductora, misteriosa. Siempre mostrando su abdomen plano y bien formado, llevando enaguas largas, cinturones de cadera llenos de perlas, su cuello lleno de joyas y un maquillaje esplendoroso. Su manera de caminar, me sentía como si fuera la dueña del mundo, todos volteaban a mirarla cuando caminaba, ellos me miraban a mí, aun más los chicos.

En lo que se trataba a las chicas, era extraño, pero Tod era bien recibida por el genero femenino, tan solo unas pocas, un puñado por aquí y por allá mostraban ardid, envidia.

Era el mismo sueño recurrente, caminaba por una calle de polvo, en realidad, mas como arena del desierto, estaba oscuro y sobre mi cabeza había mas tierra, pero estaba abarrotado, lleno de personas, la mayoría vestía como gitanos, unos pocos vestían elegantemente al estilo de 1898.

Solo me veía a mí, o a ella, caminando por el lugar mientras los demás le saludaban, algunos le daban cosas a su paso, o ella, yo, compraba algo en su camino.

Y continuaba caminando, pero no fue hasta aquella noche, esa madrugada, que algo cambió. Esta vez ella llegó a alguna parte, entró por una puerta de madera a cierto lugar, se despojó de todo aquello que recogió en el camino, dejándolo sobre una mesa. Luego volteó, y la vi, me vi, había un espejo viejo, quebrado, ahumado, recogido quizá de la basura, justo frente a mí.

Fue la primera vez que tomé vida en el personaje, porque llevé las manos a mi rostro, su rostro. No había mucha diferencia entre ella y yo, nuestro rostro era el mismo. Pero su cabello era negro, ella era mayor; sin embargo, nuestros ojos, mis ojos, eran exactamente los mismos.

La ventana del alma.

Teníamos la misma alma.

Ojos verdes, especiales, diferentes, no era cualquier verde, era mi verde.

La entrada crujió, lo que me hizo voltearme repentinamente; entonces lo vi.

J.M.

Jinx.

Ella volvió a apoderarse del papel, la sentí sonreír, correr y lanzarse a sus brazos, lanzarnos a sus brazos. Él la recibió, sus labios, se unieron, nos besó.

Entonces desperté.

Y él maulló.

―Tu estabas aquí ―dije en una exhalación, el gato se restregó contra mí y yo le acaricié.

Cerré los ojos, sintiéndole aun, sintiendo ese beso como si hubiera pasado realmente hace solo un momento.

― ¡Hoy es el día! ―gritó Ángeles, prácticamente dándole una patada a la puerta de nuestro dormitorio al entrar solo para manifestar su presencia.

Detrás de ella entró Evie, jalando una maleta de rodines con una mega sonrisa en su rostro.

― ¡Arriba princesa! ―Ángeles fue hasta mí, me jaló del brazo, arrancándome de la cama sin compasión.

Hizo una pausa para tomar el gato y lanzarlo a la escalera de emergencia. Tomó mi celular y lo estampó en mi pecho, luego tomó su bolso y nos empujó a Evie y a mí al pasillo.

―Estás intensa hoy ―me quejé.

―No pienso demorarme porque tu quieres recuperar horas de sueño; no es nuestra culpa que te quedes hasta media madrugada en la biblioteca coqueteando con un fantasma para que te muestre un libro mágico que quizá no reaparezca nunca ―reclamó ella, yo le miré con el ceño fruncido, mientras, de nuevo, era empujada por ella para obligarme a caminar.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora