Capítulo 14 (1): Guardianes.

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Ocupé mi hora de almuerzo en mucho más que comida; tomé un emparedado de la cafetería del campus, no estaba muy bueno, lo cual ocasionó quejas de Ángeles reprochando que podíamos comer comida de calidad con en el bar de "mi novio". Una vez mi estómago estuvo lleno, subí a mi habitación, fui a la ducha, cambié mi ropa y me relajé un poco.

A la hora indicada asistí a clases pensando en todo menos la información que el profesor proporcionaba.

Pensaba en el chico de la biblioteca, en Kuolema, en Chiara, en mis extrañas alas recién conocidas; en el libro de Jinx y, por supuesto, en Jinx. También en que demolerían la vieja casa dónde pasé los primeros años de mi vida, necesitaba hacer algo con ello también.

Mi vida ahora estaba llena de cosas, debía ir a Dusseldorf cada noche para prepararme para el desfile anual de ropa gótica de la tía Tania; necesitaba investigar sobre mí y sobre Kuolema, lo que incluía también el chico misterioso de la biblioteca. A todo se le sumaba mi relación con Jinx y el tener que soportar a Chiara hasta nuevo aviso. No tenía la menor idea de que haría.

Mi tercera clase se canceló, así que tendría al menos otra hora libre hasta la siguiente clase. Lo que me dejaba demasiado tiempo ocupar mi mente únicamente en pensar sobre la ruleta rusa en la que se había convertido mi vida.

No deseaba pensar más.

Ya no más.

Así que intenté leer sobre el montón de tonterías que se suponía debía aprender en mi vida universitaria.

Mi intento duró.... un minuto.

Me rendí, bufé, y giré mis ojos.

Pegué mi vista en la puerta de salida, mirando las calzadas hacia la calle, los jardines y la calle; sabiendo lo que me llamaba no mas allá de lo que mi vista era capaz de divisar.

Así que cerré el libro y lo fundí en mi bolsa. Salí del edificio y caminé, dejándome llevar hasta allá.

Solté la puerta y esta se cerró detrás de mí; no quería estar allí, al menos no completamente. Me negaba en hablarle, pero lo que sentía en mi interior era más fuerte que mis razones.

Así que solo estuve de pie allí, sobre las escaleras, viendo a Jinx ir de allá para acá, atareado con la hora de la merienda de media tarde.

Al menos hasta que me notó.

Paró en seco e ignoró cualquier cosa a su alrededor para mirarme fijamente por un minuto; cuando yo no estuve dispuesta a tomar la iniciativa, él fue hasta mí y me envolvió en sus brazos.

Yo aspiré, profundo, lo más hondo de lo que fui capaz, admirando y amando su aroma varonil a la misma vez en la que me acogía su calor corporal y sus emociones me invadían. Podía sentir sin ningún atajo que me amaba tanto como yo lo amaba a él.

Pero la intensidad era demasiada, recién nos conocíamos, aun no sabíamos mucho realmente el uno del otro; él no podía amarme tanto en tan poco tiempo, y era porque no me amaba a mí, sino a ella, a Kuolema de Sagasta.

Así que me retraje, sintiéndome lastimada por mi propio racionamiento; por tener conocimiento de ello, me lastimaba, porque yo quería que me amara a mí, no a ella, no a la chica engreída de las fotografías de hace cien años, la esposa de otro hombre.

Odiaba a Kuolema por arruinarlo.

― ¿Estás bien? ―preguntó, tomando mi rostro entre sus manos.

Yo aspiré atribulada.

¿Cual se suponía era la respuesta correcta a esa pregunta?

Estaba bien físicamente; pero me sentía interiormente derrotada. Jalé sus dedos meñiques y los quité de mi cara, a lo cual él me miró confundido.

No solía rechazar sus gestos de aquella manera porque amaba que me tocara, pero no ahora, no sintiendo como amaba a la otra mujer que veía en mí, de la cual yo no tenía relación.

―No lo sé,―escupí sin intención; yo diría: "Si estoy bien", eso era todo; ahora le daría la oportunidad de preguntar por qué y yo no querría responder―. Busqué información, sobre ella, no sé mas que trivialidades. Pero sé que yo no soy ella ―recalqué.

―Puedo explicártelo,―ofreció, yo negué de inmediato; no quería que interviniera.

―Lo averiguaré por mí misma, tarde o temprano―aseguré―. No necesito,―corrección, si lo necesitaba―... no quiero tu ayuda.

― ¿Que pasará con nosotros? ―preguntó temeroso, decepcionado, incluso lastimado.

Lo cual lamenté.

―Tarde o temprano ―respondí.

Retrocedí, jalé la puerta y salí de allí, una lágrima se escurrió por mi mejilla, era tan ácida que incluso dolía, porque no quería dejarlo; deseaba abrazarlo, besarle y poder vivir junto a él sin que esto fuera un problema...

Pero era un problema.

No podía vivir con la idea de que amaba a otra mujer y yo era afortunada solo por tener su carcasa.

No quería ser su última opción.

El resto de mi hora la pasé en la biblioteca; alistando mas libros de historia española y vigilando cuidadosamente cada rostro masculino que podía ver, pero él no estaba allí.

Cuando pretendí marcharme, justo cuando iba a dejar detrás los libreros de historia española, un libro cayó de la nada, justo frente a mí.

Allí, sobre la punta de los dedos de mis pies, se abrió sin que lo llegara a tocar. Miré a mi alrededor, preguntándome si alguien lo había notado; pero nadie parecía interesado en mí para aquella hora del día.

Al menos no nadie que pensara en asistir a la biblioteca.

No lo toqué, solo me incliné sobre él, luego de ponerme de rodillas y sostener las capas de mi cabello para que no se fueran sobre mi cara. Un libro viejo de historia, como todos los que había visto, es más, estaba segura de haber revisado este antes.

No había nada sobre Kuolema en sus páginas; pero eso no era lo que importaba; sino la nota al pie de la página escrita con pluma, con una letra antigua apenas legible para mí, en español, que decía:

"La historia no es la clave; continúa buscando; busca con creatividad".

¿Me estaba hablando a mí?

Levanté el libro y ojeé su contenido una vez más, no solo la nota marcaba una diferencia de cuando lo vi por primera vez esta madrugada, encontré una serie de palabras resaltadas con marcador amarillo.

Rebusqué una pluma y una hoja arrugada, un comprobante de algo que había comprado, apunté todas las palabras hasta formar una oración sencilla:

"Los guardianes, los hay, están por todas partes".

Guardianes ―susurré.

Yo fui una guardiana de cementerios.

¿A eso se refería?

―Por todas partes ―analicé.

¿Y si no era la única?

―Los hay,me respondí a mi misma.

Alcé la cabeza y di una mirada rápida a la biblioteca; un enorme edificio con paredes y divisiones llenas de libros, de arriba a abajo de las paredes por todos los pisos en los que se elevaban; más de los que jamás nadie sería capaz de leer.

¿Era posible?  

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora