Capítulo 11 (1): "¡Eres un jodido ángel!"

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Esa noche soñé.

Pienso que todos, en algún momento de nuestra vida despertamos recordando haber soñado que volábamos, pero se sentía tan familiar. Mi espalda dolía, si, dolía como pocas cosas me habían dolido...

No solía dolerme nada.

Aun en el sueño pensé que debía de estar recostada sobre mi espalda, me dije a mi misma que debía despertar y voltearme para que dejara de doler.

Había pasado un mes desde que Ángeles vio los cortes de mi espalda, estos aun no se habían marchado, no sanaban o cicatrizaban, pero no empeoraban.

Ángeles había hurgado en mis cortes aterrorizada, calculamos posibilidades y acordáramos que esperaríamos algún tiempo más antes de hacer algo con ello, pero particularmente aquella noche dolía de manera insoportable.

Por primera vez en mi vida entendía lo que era el dolor. Entendía que yo era débil ante lo que no había sentido jamás, porque me invalidaba.

Seguí insistiéndose a mi subconsciente que dejara de soñar y me despertara para voltearme bocabajo, de esa manera ya no soñaría con que volaba y ya no dolería más.

Ya no lo soportaba, pero seguía ahí encerrada en mis sueños y yo empezaba a refunfuñar en el color sepia de mis sueños.

Quizá si dejara de aletear si mis pies tocaran el suelo y yo simplemente caminara en mis sueños.

Pero seguía volando...

Y seguía doliendo.

Aparte de lo ya mencionado mi sueño se trataba de antaño, de mucho tiempo atrás. Las calles no eran las mismas, la gente no vestía como lo hacía en mi época, no había luz, ni autos, las casa eran viejas, todo era viejo.

Miré el mundo bajo mis pies e intenté escuchar, no era alemán lo que hablaban ni lo que yo oía.

Entendí que este era uno de esos sueños, esos en los que yo estaba en España y era una gitana, pero era la primera vez que realmente me veía a mi misma volar y las alas blancas agitándose con el viento mientras yo planeaba. No parecía ser la primera vez que hacía esto, ni era extraño para esta versión de mí, podía sentirlo en mi misma.

De pronto, una luz enfocó mi rostro, causándome una reacción adversa y haciendo que mi vuelo se perturbara. Escuché gritos, pero estos ya no eran en español.

Era mi nombre.

― ¡Hënë! ¡Hënë! ―Abrí los ojos, al fin, y la luz de la linterna me cegaba.

―Ángeles, deja de encandilarme ―me quejé.

― ¿Hay algo que no me hayas dicho? ―preguntó volviendo la linterna hacia su rostro.

Abrí los ojos como platos con sorpresa, ella estaba en el piso, justo en la mitad de la habitación entre su cama y la mía.

― ¿Por qué estoy pegada en el techo? ―pregunté con pánico.

― ¿Enserio no lo sabes? ―preguntó Ángeles.

― ¿No sé que?

― ¡N! ¡Tienes alas! ―me advirtió Ángeles volteando la linterna de regreso a mí y señalando el techo a mi alrededor.

Me miré a mi misma y solté un grito de horror, habían dos enormes y extensas alas negras llenas de plumas adheridas al techo, pegadas a mí.

―Eres un ángel ―afirmó Ángeles.

Volví a gritar y de algún modo, como si las alas pudieran asustarse, se encogieron y me precipitaron de manera escandalosa al suelo.

Caí sobre mi rostro.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora