Capítulo 16 (4): Irradia lo que eres en en interior

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Mas tarde, realmente tarde, algunos de nosotros estábamos reunidos en el salón de estar de la gran mansión de Tania y Bram, la chimenea estaba encendida, la mesa del café estaba repleta de sobras de comida de la cena, el postre y los presentes nos hallábamos desparramados de acá para allá por el salón.

Papá y Bram jugaban cartas, Ángeles y la Tía Tania charlaban sobre cosas en las revistas al lado de la chimenea; yo solo estaba recostada en uno de los sillones sin dejar de pensar en todo y, a la vez, no pensando en nada.

Estaba aburrida, aunque no es que yo hiciera mucho con mis días comúnmente, pero esperar era algo que realmente me aburría. Ahora, justo cuando ya pasaban siete minutos de la media noche esperábamos la revelación de la nueva Evie. Aunque yo dejé de esperarlo desde hacía ya una hora.

Mordí un malvavisco de manera grotesca, sintiéndome grotesca, estando grotescamente aburrida.

Grotescamente hablando. Al final, no mejorando el momento, porque no hacía nada por ello.

Di la vuelta en el sillón, recostándome sobre mi estómago lleno de toda esa comida deliciosa que solo podías encontrar en casa de Tania.

Aplasté mi mejilla derecha en mi mano, que a la vez quedó cautiva entre el cojín y mi piel.

Dónde quiera que mirabas, encontrabas retratos, fotografías, así como en la oficina del tío Bram; allí justo frente a mis ojos había una retrato viejo de mamá.

De Josie, no de Joceline.

Tenía una sonrisa sincera, ojos llenos de alegría y diversión, pureza, luz, irradiaba libertad, tranquilidad y decisión. Su cabello castaño y ojos color chocolate, piel blanca, pequeñas pecas y naturalidad.

Desearía haberla conocido así.

Escuché pasos acercarse, zapatillas de tacón alto, la manera de deslizarse, lo fuerte de sus pisadas, su manera de caminar era sonora; la particular forma de avanzar de mi madre.

Así que alcé la cabeza para verla venir.

Ese extremo rubio, como el de una Barbie recién desempaquetada, porte, estilo, egocentrismo. Se sentía el temor cuando ella estaba presente, no ahora, no en familia, no a mí, pero si en público. A pesar de todo aquel brillo que su apariencia y hermosura podía destellar había algo muy oscuro en ella. Al ver el retrato del pasado y verla a ella ahora mismo no podrías creer que se trataba de la misma persona de no ser porque sus ojos, la ventana de su alma, era exactamente la misma.

Cuando la mirabas a los ojos de manera profunda y sincera, aun cuando fuera difícil de creer, comprendes que la chica del retrato sigue allí.

― ¡Atención! ―pidió, haciendo que los chicos dejaran sus cartas y que las chicas dejaran las revistas― ¿Quieren ver a la nueva Evie?

―Si.―La tía Tania aplaudió con entusiasmo y se acomodó en su silla.

Yo cambié nuevamente de posición, sentándome en el sillón para mirar más directamente.

No sé ni porqué había pensado en esto. Evie estaba bien tal y como ella era, no necesitaba cambiar, los cambios eran una mierda.

―Querida, ven aquí ―le animó mamá al pie de las escaleras.

Una jorobada y tambaleante Evie se sostuvo temerosa de los barandales de las escaleras pretendiendo no caer de cara en el piso de caoba brillante y caro al pie de las escaleras.

Mamá la ayudó a llegar abajo, dejar los mocasines por zapatillas altas no era fácil; aun cuando llegó a la parte baja de las escaleras continuaba aferrada al barandal como si estuviera clavada a ella.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora