Capítulo 6 (1): Abuela.

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Luego de las clases de la tarde tuve un encuentro personal con la ducha. No logré alcanzar estar a tiempo para ducharme al medio día, así que oficialmente fueron dos días con el mismo pijama.

Me lavé el cabello, que no requería de mucho cuidado, estaba tan corto que casi nunca recordaba que existía. Lo sé, soy tan poco femenina. Al menos era una buena ventaja de estar fuera de casa, no tendría a mamá sobre mí cada día deseando que yo fuera una de sus modelos, persiguiéndome con sus vestidos de marca y maquillaje caro. A papá no le importaba. De hecho, había heredado esa pequeña maña de él.

Cada día que pasaba mamá se lamentaba y rogaba porque yo dejara que el cabello me creciera. Papá llevaba el cabello largo cuando lo conoció y se ponía nostálgica recordando lo hermoso que era. Decía que si dejaba mi cabello crecer sería la envidia de cualquiera.

Tengo el cabello genéticamente perfecto, con ese color caramelo cobre apetecible.

En cuanto a la ropa que me podría ahora...

Creo que seguiría durmiendo completamente vestida, no sea que el fenómeno se repitiera y yo terminara en cacheteros por el campus. Ni loca usaría los pijamas de seda que mi madre metió sutilmente entre mis cosas.

Nada de pantalones de conejitos.

Seríamos mis pantalones deportivos, una blusa holgada, y yo.

― ¿La ropa para tus próximos dos días?―preguntó Ángeles en son de burla mientras lamía una cuchara de budín de chocolate de un pote.

―Atrévete a retarme.―Me volví hacia ella y puse mis manos en mis caderas, simulando las poses ridículas que hacían las modelos en la pasarela.

Ah, que mamá me había obligado a aprender.

Di un salto cuando la puerta de nuestra habitación sonó, alguien estaba golpeando, no fui hasta ella inmediatamente, me volví para mirar la parte trasera de la puerta y escuchar los toques.

Reconocía ese repiqueteo.

― ¿Vas a abrir?―preguntó Ángeles, tenía sus dedos llenos de chocolate y el su celular en la mano izquierda, intentando manejarse con el dulce y la zurda.

―No me presiones.―Extendí mi mano abierta en dirección a ella y escuché un poco más, él continuaba tocando de la misma manera porque sabía que debía hacerlo, o porque era nuestra costumbre.

Cuando al fin terminó giré el pomo y abrí.

― ¡Hënë! ―Josh me amarró con sus brazos y empezó a besarme sin control alguno, el rostro, el cuello, los huesos de mi cuello, la espalda, la frente, las orejas.

Todo lo que se interpusiera en su camino mientras yo intentaba evitarlo.

Típico de él, así era como logró tocarme los pechos una vez. Sabía que yo odiaba el contacto corporal y hacía esto para fastidiarme.

―Déjame―chillé pidiendo piedad, empecé a dejarme caer por mi propio peso y él se inclinó conmigo, haciéndolo interminable hasta que le di un golpe por la barbilla. Una vez en el suelo, exhalé y respiré hondo, esto me dejaba exhausta.

―Hola ―dijo Ángeles desde su cama, sacudiendo su mano llena de dulce un par de veces en dirección a Josh.

―Hola ―correspondió él.

―Josh, ella es mi compañera de habitación, Ángeles. Ángeles, él es Josh ―les presenté desde el suelo.

― ¿Este es tu casi primo fastidioso? ―preguntó Ángeles.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora