Capítulo 20 (2): Libro de realidades.

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A final de cuenta terminamos desviándonos al supermercado por algunas cajas vacías en las cuales empacar las pocas cosas que poseía en la residencia. Caminar con Akram por tanto tiempo, con él intentando tocarme cada segundo, mas yo golpeándolo por ello, hizo de nuestro viaje de quince minutos al supermercado una hora completa de desastre.

Tres horas mas tarde solo había cuatro cajas empacadas a medias y la habitación parecía haberlo vomitado todo. La mitad del tiempo la habíamos ocupado para lanzarnos cosas de allá para acá.

―Me rindo, le heredaré todo a Ángeles ―comenté mientras tomaba respiraciones lentas, doblada sobre mi cintura y sosteniéndome de mis rodillas; la agitación me había acalorado.

Akram puso su palma en mi hombro y me lanzó a la cama de Ángeles, yo caí en ella y me resigné a no responder.

Me rendía.

― ¿Por fin me dirás qué era lo que tenías que hablar conmigo? ―pregunté, levantándome ligeramente para mirarlo.

Akram se sentó en el piso, al lado de la cama. Creo que también había terminado de pelear conmigo.

― ¿Tenía que hablar contigo? ―preguntó.

Me levanté de nuevo y lo miré ceñuda, arqueando una ceja.

¿Era una broma cierto?

―Te soporté durante cuatro horas porque necesitabas hablar conmigo, ¿me vas a decir que fue por nada? ¿Enserio?

―Te gusta estar conmigo, lo sabes, me deseas en secreto,―sonrió arrogante.

Lamí mi dedo meñique y lo introduje en su oreja antes de que pudiera evitarlo.

Akram se retorció y tuvo escalofríos, gruñó y manoteó mi meñique para acabarlo.

Sonreí, solía funcionar de la misma manera con Josh.

―Habla ―exigí, si no lo hacía, lo obligaría a escupir sus palabras, aunque tuviera que retorcer sus testículos.

Rayos, estaba pareciéndome a Ángeles.

―Sinceramente, lo olvidé ―admitió, tapando su oreja.

Me desplomé en la cama y gruñí.

Ahora moriría con la duda, y él perdería sus huevos. De alguna forma, logró recostarse a mi lado en la cama de Ángeles sin siquiera levantarse del piso. Un momento estaba allí y al otro a mi lado.

―Podría decir algo ridículo...

― ¿Algo cómo? ―pregunté sin mirarlo.

―Algo sentimental, cómo que secretamente yo estoy enamorado de ti.

―Bola de mierda ―dije, él rió, sabía que no era cierto.

―Exactamente la Kuolema que conocía ―suspiró.

―Espera ―pausé, levantándome un poco―... ¿La conociste?

―Jinx me lo dijo ―me miró―. Lo de que no querías que él se entrometiera en la búsqueda de tu identidad; pero yo no soy él.

―Tecnicismos, la misma regla.

―Me conocen por romper las reglas ―bromeó, claramente no dispuesto a acatar la mía―. No te reconocí al principio, creo que olvidé cómo eras. No actúas igual como ella, pero lo eres, lo veo en tus ojos. También sé eso, que te niegas a aceptarlo.

―Ella luce tan... perra ―escupí, recostándome de nuevo.

―Lo era ―sonrió―. No todo el tiempo, al igual que tú.

Tormenta de antaño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora